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Prosa certera y sutil

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David Grossman

El novelista israelí aborda una historia de valor e interés universal.

TODOS, o casi todos, han sufrido alguna vez algún tipo de acoso infantil o adolescente, de ese que hoy se llama, de forma insistente, bullying. O han estado del otro lado, en la posición de acosadores. Es parte de la vida. Que el lector lo identifique, se reconozca y lo vuelva a pasar por el corazón, en una experiencia hasta terapéutica, es una de las virtudes de Gran Cabaret, la nueva novela de David Grossman.

Hay mucho más, por supuesto, en esta inteligente y muy bien construida obra de Grossman (Jerusalén, 1954). Puede decirse que es un drama, aunque hay humor, y el personaje, por momentos, resulta entrañable. Desorientado, el lector fluctúa entre la incomodidad, la piedad, la empatía y el deseo de que al final todo salga bien, de que exista algún tipo de remedio para una historia triste. "Me llené el plato y me concentré en la comida intentando no desviar la mirada, a pesar de lo cual vi que sus compañeros de clase le vaciaban un salero entero en la sopa, que sin embargo él tomaba haciendo mil y una muecas y sorbiendo sonoramente ante el júbilo de esos mismos compañeros. Después alguien le quitó la gorra y empezaron a lanzársela unos a otros a lo largo de la mesa. De vez en cuando caía en la comida, hasta que al final fue a aterrizar de nuevo en su cabeza, ahora goteándole todo tipo de líquidos por la cara. Pero él se limitó a lamerlos. De vez en cuando, entre las risotadas que soltaba y las muecas que hacía, posaba en mí una mirada impasible y vacía".

Quien relata, en primera persona, es un hombre maduro al que se le acaba de morir su mujer, y una noche recibe una llamada de un tal Dóvaleh. Se trata de un casi desconocido con quien hace años compartió una suerte de campamento escolar militarizado, algo que —los lectores ajenos al tema concluirán por contexto— parece ser usual en Israel, donde ocurren los hechos.

Dóvaleh, devenido en comediante de monólogos, le pide con insistencia que asista a su actuación en un bar. A partir de allí se desarrolla un contrapunto en el cual ambos recordarán la misma experiencia, cada uno desde su punto de vista. Al lector le corresponderá reconstruir una historia cruda y excepcional pero con rasgos cotidianos y momentos de gran ternura, con la que seguramente se identificará de un modo u otro.

"El amor te hace sentir en casa, no sé si salva pero te ayuda a vivir. Cuando amas y te aman encuentras un lugar en el mundo, un hogar. Si la experiencia corriente del ser humano es irte hundiendo y envejeciendo, el amor es una forma de ayuda ante ese proceso, una verdadera respiración boca a boca", dijo David Grossman a El País de Madrid, sobre su novela.

Grossman —que perdió un hijo en el conflicto de Medio Oriente e integra un comité que busca un entendimiento entre israelíes y palestinos— tiene una prosa certera y sutil, y apuesta a la inteligencia, permitiendo por momentos que el lector conecte e interprete caminos apenas insinuados. Se trata de una obra con personajes judíos, escrita por un judío y que transcurre básicamente en Israel. Pero su valor e interés son universales, para nada circunscriptos a los allegados a la cuestión.

Llama la atención un detalle: toda la historia —pese a que las voces de los dos protagonistas nos trasladen a uno u otro lugar del mundo— se desarrolla en el bar. Es, básicamente, un entramado entre los respectivos monólogos de dos personas. Vale decir que, adaptación mediante, podría representarse como obra de teatro en un formato económico y eficiente.

GRAN CABARET, de David Grossman. Lumen, 2015. Buenos Aires, 236 págs. Distribuye Penguin Random House.

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