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Física, átomos y nazis despistados

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Werner Heisenberg

Por qué Adolf Hitler no consiguió la bomba atómica sigue siendo tema de interés. Este notable autor inglés actualiza el tema con nueva información.

El autor de Al servicio del Reich, La física en los tiempos de Hitler, Philip Ball (Inglaterra, 1962) es químico, Doctor en Física, docente y divulgador científico. Su cultura amplia –también en lo humanístico– y su aguda inteligencia le permiten hacer relaciones inesperadas entre los temas más diversos. Su estilo es claro, ameno y didáctico, como puede apreciarse en libros como Masa crítica o El instinto musical, entre otros.

Además de un libro sobre los intentos de uso bélico de la física nuclear por la Alemania nazi, este es un libro sobre ética de la ciencia. Estudia, al decir del autor “la lucha por el alma de la Física bajo Hitler”. Fue una época en que científicos ganadores del Nobel postularon una “física aria”, contra la “judía” (los jerarcas nazis, aunque incultos, prefirieron explorar la utilidad bélica de la física nuclear moderna: bastaba no nombrar a los científicos judíos).

Hubo también hombres que, como Max Planck, además de ser genios en su campo eran buenos y decentes pero, por una mal entendida lealtad a la ciencia y la patria, colaboraron con los nazis aunque en el fondo los despreciaran. Se consideraban científicos apolíticos: creían estar salvando la Física alemana. Esta idea del deber –generalizada a toda una sociedad– permitió una rápida desnazificación en la posguerra: muchos se sentían de veras inocentes, dejando la culpa para un puñado de “verdaderos nazis”. Los gestos de disconformidad y ayuda a colegas destituidos, sobre todo para que emigraran, fueron gestos personales. No cuestionaban la tiranía ni la validez ética y jurídica de la persecución a los judíos. La idea de oponerse al gobierno parecía a priori inútil e indecorosa para la mayoría de los científicos alemanes, de formación conservadora. Y el antisemitismo era más común, más abierto y más tolerado que en la actualidad.

Ball evita juicios descontextualizados. La carta dirigida a la dirección de la Asociación Alemana de Física, que en 1937, “en vista de las severas circunstancias”, pedía la renuncia de los miembros “no arios”, hoy sería una misiva brutal. Pero hubo quienes en aquella época cuestionaron tanta delicadeza.

Alemania no tuvo una bomba atómica viable porque sus físicos priorizaron la construcción de un reactor, aunque habían planteado la posibilidad de poderosísimos explosivos para conseguir financiamiento. Es interesante la reacción de Werner Heisenberg y otros físicos prisioneros en Inglaterra tras la derrota, al enterarse por radio de Hiroshima: habían creído estar a la delantera. En realidad la noticia la filtraron los captores ingleses a propósito, para escuchar la reacción y saber más sobre los procesos experimentales que habían llevado a cabo sobre la fallida bomba atómica nazi. Estas escuchas pasaron a la historia como las conversaciones de Farm Hall, en referencia al lugar de reclusión de los científicos alemanes en la campiña inglesa. (ver El País Cultural No. 166, pág. 6-7-8, en pdf adjunto)

El rezago alemán podría deberse a errores de Heisenberg al calcular la masa crítica de material radiactivo. Esto fue pronto usado por los físicos alemanes para limpiar su imagen, al sugerir que habían engañado a Hitler adrede, saboteando su arma definitiva. Se sabe que no fue así, pues Otto Hahn, otro científico alemán menos prestigioso que Heisenberg sí había calculado la masa crítica correcta para conseguir una bomba, pero el prestigio de Heisenberg se impuso. Entretanto, la lucha de Paul Rosbaud, científico y editor que había espiado para Inglaterra, pasó sin pena ni gloria.

El libro deja constancia de publicaciones recientes sobre posibles explosiones nucleares en Turingia, en marzo de 1945. Habrían sido fruto del trabajo de un grupo dirigido por Kurt Diebner, en Leipzig. Faltan pruebas, pero en todo caso Alemania no tenía ya medios aéreos para usar el arma en territorio aliado.

El autor no elude cuestionar al bando aliado. Es reveladora una nota al pie de página, sobre James Franck, físico judío emigrado de Alemania en 1933, parte del Proyecto Manhattan norteamericano que produjo la bomba atómica para Hiroshima y Nagasaki. Propuso al gobierno de los Estados Unidos arrojar la bomba en territorio enemigo despoblado, para intimidar. Fue ignorado.

AL SERVICIO DEL REICH: LA FÍSICA EN TIEMPOS DE HITLER, de Philip Ball. Turner/CONACULTA, 2014. México, 356 págs. Distribuye Océano.

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