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La ficción sanadora

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Mi muñequita de Gabriel Calderón en el Teatro Circular, Sala 2

Los relatos teatrales y sus épicas han formado ciudadanos desde la Grecia clásica, y lo siguen haciendo hoy.

AUNQUE la definición de lo literario siempre parece estar en crisis, se lee y se escribe como nunca antes. Y desde algunas disciplinas humanísticas cobra empuje la idea de pensar en la utilidad de la literatura para mejorar las condiciones de vida de las personas, sobre todo gracias a su capacidad de inventar, imaginar y simular, y la compulsión a contar historias.

Los griegos desarrollaron el concepto de paideia como proceso de formación en valores que preparaba al individuo para sus tareas cívicas. A mediados del siglo XX, el alemán Werner Jaeger analizó en profundidad la importancia de este concepto en la historia de la cultura, su valor como modelo de transmisión y educación que apela a los mitos por su valor normativo, como registro de excelencia, y como forma de mantener viva una tradición.

El libro Actualidad de la tragedia y la epopeya de Helena Modzelewski y Claudia Pérez, busca explicar la posible utilidad de la literatura como paideia, articulando ciertas ideas de forma novedosa. Por ejemplo, la literatura como medio privilegiado de autocomprensión de una sociedad, porque habilita mundos posibles y forja relatos y personajes que pueden reflejar, generar o dinamitar "creencias, comportamientos, vicios y virtudes". Procesos ya previstos por los griegos, como la philia (afinidad) y la catarsis son revisados a través de la filosofía moderna, confirmándose que cuando el lector/espectador sigue al héroe en la resolución de conflictos, aun en su error o en su derrota, se produce una enseñanza. La identificación es compensada por la distancia, que permitiría al receptor entrenarse en el "como si", puesto que la obra literaria oficiaría como un "laboratorio de experiencias" que facilitaría, entre otras cosas, "exploraciones en el reino del bien y del mal". El trabajo registra también las variaciones históricas del concepto de familia (en sus imaginarios y sus crisis) como metáfora de la organización social o nacional.

SÁNCHEZ, PRIETO, CALDERÓN.

Modzelewski aborda en este marco tres obras teatrales uruguayas de distintos períodos, caracterizados por episodios de crisis de proyectos y valores colectivos, considerando también sus impactos en la recepción inmediata. Se trata de Nuestros hijos (1907) de Florencio Sánchez, El huésped vacío (1977) de Ricardo Prieto, y Mi muñequita (2004) de Gabriel Calderón.

La primera trata el conflicto a que dio lugar el disciplinamiento —en el sentido de transición de la "barbarie" a la "civilización", definido por José P. Barrán—, y aplicado a la moral sexual, la represión de la mujer burguesa y sus efectos en la estructura familiar y su encastre social. La puesta de Nuestros hijos generó escándalo pero fue un éxito: una manifestación acompañó al autor durante varias cuadras el día de su estreno.

El huésped vacío, de éxito rotundo y perdurable, se estrenó durante otra inflexión histórica traumática, la de la dictadura militar uruguaya (1973-1985), siendo la trama familiar y el clima psicológico la metáfora de una sociedad impactada desde dentro por esa dictadura, cuya represión y control provocaron en los ciudadanos, entre otras cosas, la desconfianza, la sumisión irracional, la impotencia, la sensación de humillación y de intimidad avasallada. Mi muñequita aparece en relación con los cambios sociales propios del desembarco de la posmodernidad, con su dispersión de los grandes relatos y la subsiguiente desprotección, donde el desencanto, la tendencia al caos y la prédica del hedonismo sumieron a los más indefensos.

Atravesando los tres fenómenos teatrales la autora revela la presencia de elementos de la tragedia antigua en su función educativa. Las familias en crisis que aparecen en escena se desmoronan frente a ciertos desencadenantes, dejando en evidencia conflictos hasta el momento silenciados. El teatro posibilita la reflexión: procesa, denunciando; alivia, proponiendo castigos y culpables; propicia identificaciones y resoluciones mediante la dosificación de extrañeza y familiaridad. Por incómodas que sean, las ficciones resultan más tolerables y asimilables.

J.R.R. TOLKIEN.

El otro bloque del libro, a cargo de Claudia Pérez, trabaja la idea del "retorno a la literatura como paideia", adentrándose en la forma en que la épica y la tragedia proporcionan elementos identificatorios, generan autocomprensión y crítica, muestran verdades ocultas y permiten concebir imágenes "constructoras" y no "evasoras", a partir de la ficcionalidad. Abre también interrogantes sobre las funciones de los mitos: la sanidad de la catarsis y el peligro de la "intoxicación por exceso". Por un lado se valora la apertura del mito a la "inminencia", la protección ante las agresiones de lo real cotidiano, el ofrecimiento de salidas para la vida (que tienen que ser imaginarias porque tienen que imaginarse). Por otro, se advierte la saturación de los lugares comunes asociados a una idea de felicidad propia de la sociedad de consumo. Eso conduce a la ansiedad permanente, al exceso de "aspiraciones míticas" y a vivir en un grado alienante de ficción.

El aporte destaca a la literatura como constructora de valores de alcance masivo, relativizando a aquellos que la definen por su mera función autoexpresiva o que suponen que lo didáctico debilita la calidad artística. En el juego de las teorías sobre el valor del arte, sucesivas y confrontadas, la autora elige el marco de la concepción horaciana de la literatura que "gusta y devela un problema" [:] "el centro de la discusión está en saber la medida de lo útil para que no opaque lo dulce, y del mismo modo a la inversa; y, aún más allá, cuándo lo dulce es útil porque alivia de la situación planteada y lo útil es dulce porque enseña y permite reflexionar. De modo que esta polaridad se supera y se matiza".

El capítulo final pone como ejemplo un caso óptimo de supervivencia de la épica y sus resonancias masivas en la sociedad contemporánea: la obra de J.R.R. Tolkien. Las historias de Tolkien, que nacen dentro y al margen de otras historias, sus mundos ficticios de una proliferación imaginaria inaudita y exigentes en el desafío de la capacidad lectora (por la enormidad de nombres, razas, civilizaciones y lenguas que se despliegan a lo largo de toda la obra) permiten, como la épica antigua, un contacto del hombre moderno con aspectos de lo sagrado. Eso le ayuda a procesar las crisis y dolores acuciantes que no se calman con solo comunicar la experiencia —poniendo palabras a fantasías y temores—, sino porque además la distancia que impone el mito permite ejercitarse "dulcemente" en el "como si" de la ficción. El contacto con estas narraciones ayuda a transitar los conflictos y a reflexionar sobre ellos, sea puestos en palabras o en relatos míticos. El sentido o sinsentido de las guerras, los viajes con sus separaciones y descubrimientos, la migración, o el contacto con la tierra como territorio mítico perdido, permiten rehacer en la ficción caminos de retorno y reapropiación de valores culturales que ponen al hombre en contacto consigo mismo, o sea con su serie humana.

ACTUALIDAD DE LA TRAGEDIA Y LA EPOPEYA, de Helena Modzelewski y Claudia Pérez. UdelaR, 2016. Montevideo, 155 pág.

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TEATRO, ÉPICA Y CIUDADANÍAMaría de los Ángeles González

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