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Dulces consuelos de la mentira

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Javier Marías
Ulf Andersen

Sobre la memoria, el engaño y sus secuelas: el legado maldito de la Guerra Civil Española

LO HIZO una vez más. Cuando no cabía esperar mejor novela que Los enamoramientos (2012), que lograra articular tan meticulosamente trama, suspenso y estilo, Javier Marías (1951) se despacha con la excelente y vertiginosa Así empieza lo malo (2014), en la que emprende de nuevo —como en sus mejores obras— la tarea de contar historias sucias de gente común, oscuros secretos que sostienen honras y fundan familias, el viejo cuento de la sospecha imposible de probar, la mancha que llega como desconfianza o como rumor, desatando sus inevitables consecuencias. Una vez más, también, la novela se va haciendo en la investigación de los hechos.

Un narrador maduro reconstruye un período de su vida, intentando poner en orden sus recuerdos sobre la familia del cineasta Eduardo Muriel, que frecuentó treinta años atrás, a principio de los ochenta, cuando fue su secretario. Hay otras voces dentro de la novela que se escuchan a través de este narrador, un oyente privilegiado, un testigo casi invisible, un mirón y un espía, quien va componiendo su propio cuadro con los materiales que recaba y así arma la historia más o menos total que finalmente es la novela, aunque —para placer y desesperación del lector— mantendrá hasta el final ciertos huecos (o datos clave) que se resisten. Se trata de varias pesquisas orientadas a desvelar hechos sobre todo pasados y afanadas en la necesidad de certezas que permitan definir y conocer a personas muy cercanas. Pero el proceso se enfrenta a dos problemas ya típicos de la narrativa de Marías: por un lado, la imposibilidad de reconstruir el pasado, ya que solo existen versiones y la memoria es inestable; por otro, la inutilidad del conocimiento que tanto se buscó, puesto que una vez que algo se sabe ya desata consecuencias que implican al buscador y se impone hacer algo (y equivocarse) o no hacerlo (y estar en omisión). Decir o callar es otro dilema moral que funciona además como estrategia estética de la narrativa de Marías, que dice sostenerse forzando la tentación del silencio, algo anticipado en el comienzo de la trilogía Tu rostro mañana (2002): "No debería uno contar nunca nada", y cerrado al final de Así empieza lo malo: "Nos miramos, sin decirnos nada, y quién sabe si lo que estamos diciéndonos es algo en lo que estamos de acuerdo: Y no, nada de palabras".

En la novela, las palabras escuchadas, pronunciadas o escritas van haciéndose cargo de su propio peso en el mundo, oscilando entre la gravedad (entonces el miedo, la culpa) y la futilidad de todo (la caducidad, el olvido inevitable). El deseo de no haber sabido (Los enamoramientos) admite una variación en Así empieza lo malo, manifestado como el deseo de no saber más. En los dos casos la duda abre una brecha insalvable, así como la presunta implicación y el inevitable interés que acarrea casi cualquier acto humano suspenden la capacidad de juicio. En ambos la cobardía de saber y callar, de no averiguar nada más, permite leerse como un acto de discreción y humildad. De cualquier modo, es una clave para explicar el título de esta novela de Marías que, como en otras oportunidades, se basa en una traducción posible de unas palabras de Hamlet: "Cuando uno renuncia a saber lo que no se puede saber —dice Muriel— […] quizás entonces empieza lo malo, pero a cambio lo peor queda atrás".

LAS PALABRAS Y LA VIDA.

La historia se va armando de lo que unos cuentan a otros, de los "grandes relatos" transmitidos en las reuniones sociales y de lo "apenas susurrado de tarde en tarde en familia", de las confesiones de alguien sobre la propia vida y de los comentarios sobre la vida de otros —"la malvada rapidez de la lengua"—, los murmullos escuchados desde los pasillos, lo que apenas se entrevé tras el velo de la cortina, aunque todo es incierto o se deforma. De esas palabras de otros está hecha toda historia, que la mayor parte de las veces es mentirosa, como sustenta la novela recurriendo a varias modulaciones de otra cita de Shakespeare, en este caso de Ricardo IV: "Abrid los oídos, porque ¿cuál de vosotros cerrará el orificio que escucha cuando habla el sonoro Rumor? […] Cabalgan sobre mis lenguas las incesantes calumnias, que pronuncio en todo idioma, atestando de falsas noticias los oídos de los hombres".

Siguiendo un modelo que tal vez abreva en Cervantes, Marías incorpora a la trama datos biográficos que tienden puentes entre el autor que firma y algún personaje o alguna situación narrativa. Se mencionan hechos y seres históricos que penetran la ficción; unos de su invención se cruzan e interactúan con otros que tienen un correlato reconocible, como el cineasta Jesús Franco, el actor Jack Palance, el profesor Francisco Rico, este último también presente en ficciones anteriores, pero esta vez con un desarrollo que aumenta su peso moral: un personaje desaprensivo, desapegado y cínico que puede estar, a la vez, por encima de las mezquindades de su propio tiempo y hasta de su propia fama. La Guerra Civil, la dura posguerra y la transición española son el fondo y la materia en que se inscriben las vilezas y los escasos heroísmos de estas historias.

ASÍ EMPIEZA LO MALO, de Javier Marías. Alfaguara, 2014. Buenos Aires, 536 págs. Distribuye Penguin Random House.

Memoria y engaño

Javier Marías

EN AQUELLOS días, en aquellos años, se empezaban a contar en privado cosas lejanas que muchos españoles se habían visto obligados a callar en público durante decenios y apenas habían susurrado de tarde en tarde en familia y con los intervalos de silencio cada vez más largos […]. Eso sucede con lo que da vergüenza, con las humillaciones sufridas y los acatamientos impuestos. A nadie le gustaba rememorar que había sido vencido o que había sido una víctima, que se habían cometido injusticias o actos de crueldad con él y con los suyos, que había tenido que rendirse y hacer méritos con el otro bando para sobrevivir, que había delatado a compañeros para congraciarse con el nuevo poder sañudo y perseguidor incansable de los derrotados, o que se había enterrado en vida tratando de llamar lo menos posible la atención, que había arrastrado una existencia acobardada y sumisa y se había plegado a las exigencias dementes del régimen vencedor; que, pese al daño infligido por éste, y en su propia piel o en la de sus padres o hermanos, había intentado abrazarlo, ensalzarlo, formar parte de sus estructuras o medrar bajo su escudo. Hoy se cuentan numerosas historias ficticias de irredentos y resistentes pasivos o activos, pero lo cierto es que la mayoría de los verdaderos —no tantos, y no duraron— fueron fusilados o encarcelados en los primeros años después de la Guerra, o se exiliaron, o fueron depurados y represaliados. […] Estas falsas afirmaciones y negaciones, estas invenciones y presunciones resultaron irritantes para quienes de verdad se habían opuesto o habían rehusado colaborar, lo habían pasado mal durante décadas y estaban más o menos al tanto del papel desempeñado por cada cual.

                                                           (tomado de Así empieza lo malo)

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