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El amor a partir de un sueño

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Assia Wevill

Assia sedujo al famoso poeta inglés Ted Hughes, quien abandonó a su mujer Sylvia Plath, reconocida escritora estadounidense. A partir de allí los tres escribirían uno de los periplos amorosos más notables de la historia de la literatura, con final trágico.

En un testamento que no llegó a firmar y en el que no le legaba nada al último hombre de su vida y padre de su única hija, Assia Gutmann dejó establecido cuál sería su epitafio: “Aquí yace una amante de la sinrazón y una exiliada”. El hombre en cuestión era el poeta inglés Edward James Hughes y si bien antes de él Assia tuvo una historia y no fue precisamente corta, las esperanzas que cifró en “Ted” fueron demasiadas y no soportó no verlas cumplidas. Esa fue una de las razones para que el 23 de marzo de 1969 decidiera suicidarse junto con su hija de cuatro años, Shura, empleando el mismo método con el que seis años antes se mataba la estadounidense Sylvia Plath, poeta y esposa de Ted Hughes. No queda claro si por simetría azarosa o causalidad ontológica, el hecho es que esas dos mujeres –la oficial y la “otra”- siguieron un vía crucis similar, y si bien ambas habían intentado eliminarse otras veces, sufrían la influencia Hughes cuando lo lograron.

La vida de Assia Gutmann, quien al casarse por tercera vez adoptó el apellido de su esposo David Wevill, aparece biografiada por los israelíes Yehuda Koren y Eilat Negev. El libro tiene la apariencia de lo académico en cuanto a documentación, la amenidad del relato en el tono, y una tendencia a rondar la ficción omnisciente, por ejemplo cuando escenifican un suicidio que nadie pudo ver: “Se sirvió una copita del whisky que guardaba para las visitas -había sido abstemia toda su vida- y se la bebió de golpe. Con otra copita se tragó varios somníferos, y repitió siete veces la operación. Tambaleándose, entró en el cuarto de Shura, donde esta seguía dormida, y la cogió en brazos con ternura. En el poco iluminado pasillo sorteó con cuidado los dos escalones de la cocina. Dejó a la niña sobre la cama improvisada, cerró con firmeza la puerta de la cocina, luego abrió la llave del gas y la puerta del horno Mayflower”. Algunos equívocos podrían ser de la traducción (o no), como cuando en la página 284 se hace una referencia a una reseña de 1968 del poeta y crítico Pat Kavanagh (se trata del irlandés Patrick Kavanagh, que murió en 1967 y podría confundirse con la editora Pat Kavanagh, esposa, ya fallecida, de Julian Barnes). Es significativo también que buena parte de la profusa documentación corresponda a inverificables horas de charlas telefónicas o mails privados poblados de “recuerdos” igualmente incomprobables, muchos de ellos con un nivel alto de cotilleo morboso. Desde luego, está la opción de leer esta biografía no como un riguroso trabajo académico sino como una “novela” más en torno a una de las parejas literarias del siglo veinte, esta vez desde la óptica sesgada del personaje que la terminó de romper.

UN NO LUGAR.

Koren y Negev descubrieron a Assia a partir de una elegía de Yehuda Amijai (“La muerte de Assia G.”), poeta israelí de origen germano que escribía en hebreo y a quien Ted Hughes admiraba, tanto que lo hizo conocer en Occidente y traducir por Assia, que dominaba el hebreo porque formaba parte de su historia. Assia Gutmann había nacido el 15 de mayo de 1927 en Berlín, hija de un médico ruso de origen judío pero no muy practicante y una enfermera alemana cristiana. La familia no logró calma en ninguna parte. Cuando el nazismo ascendente calificó de indeseables los matrimonios mixtos y echó de sus puestos a médicos judíos, la familia emigró a Palestina, donde el padre tenía más credenciales de alemán que de judío, dato que se volvió más negativo durante la Segunda Guerra Mundial. Lo mismo puede decirse de Assia, que en lugar de ir a un kibutz se casó en 1947 con John Steele, un desmovilizado piloto inglés. El matrimonio la llevó en principio adonde quería ir, Inglaterra, y luego a Canadá, adonde su familia la siguió. Pero hacia 1952 ya estaba divorciada y casada de nuevo, esta vez con el economista Richard Lipsey, con el que vivió en Londres hasta firmar el siguiente divorcio. Ese nomadismo geográfico y sentimental se continuó en 1960 cuando reincide en el matrimonio, esta vez en Birmania y con el poeta David Wevill, ocho años menor. Había un mandato de la época (el mismo que sentía Sylvia Plath mientras estudiaba y escribía) que era el de conseguir marido, lograr una estabilidad en base a la posesión de un nombre, un hogar, un futuro. El boicot de Assia a sus propias demandas era importante; lo atestiguan varios abortos, y su tendencia a dejar puertas abiertas y sostener causas perdidas, un rasgo que la igualaba a Ted Hughes: ninguno cortaba realmente los lazos, se confiaban a la inercia del tiempo o a la decisión de otros.

En 1961 el matrimonio Hughes-Plath tenía dos hijos y una gran crisis de convivencia, además de estrechez económica. Cuando subarriendan un piso en Primrose Hill los Wevill lo alquilan. Las parejas se conocen y la maquinaria del adulterio echa a andar, alimentada por varios factores: la belleza y actitud de Assia, el donjuanismo de Hughes y la fragilidad, los celos y el temperamento explosivo de Plath, que se refería a su rival como la “estéril” o la “bruja”. No hay tacto alguno en el viaje de Assia y Ted a España, mismo lugar que el de su luna de miel con Sylvia, igual que no lo habrá cuando tras el suicidio de Plath el 11 de febrero de 1963, Assia pase a vivir a su piso y lea no sólo sus obras ya publicadas sino también su diario y el manuscrito de una novela que posteriormente Hughes destruyó (así como partes del diario) y que le vale a éste una suerte de repudio eterno por más buen poeta que sea. Sin embargo, el destino tampoco tuvo un tacto compasivo con la amante. No llegó a formar una pareja sólida con Hughes ni a ser plenamente admitida en su familia ni en sus círculos, tuvieron convivencias intermitentes, mudanzas y viajes varios, él tuvo otras mujeres, y ella no se divorció de Wevill sino hasta 1968. Convivió por períodos con los hijos de Ted y Sylvia, pero no consiguió que su propia hija con él fuese tratada como una igual. Quizá por eso, en lo que fue considerado por muchos un filicidio altruista, Assia Wevill se llevó consigo a la niña cuando decidió que era suficiente y abrió la llave del gas tras seis años de amor o de obsesión, el mismo lapso de tiempo que su predecesora.

CÓDIGO DE CONDUCTA.

Hay que decir en su favor que no hizo un circo mediático alrededor de ninguna de las suicidas y hasta su muerte en 1998 mantuvo un silencio que sólo rompió con la escritura en tres libros de esa década: Capricho (1990), New Selected Poems (1995) y Cartas de cumpleaños (1998), su excepcional despedida, casi toda un homenaje sentido y sobrio a Sylvia, con algunos poemas que aluden a Assia, por ejemplo “Soñadores”, donde la llama “Lilith de abortos” y recuerda el enamoramiento mutuo que sintieron a partir de un sueño de ella. Es inevitable –forma parte del juego de la creación, claro- interpretar que vuelven a estar juntas, copias fieles, en ese rescate vicario de un hombre que en la vida real no las pudo retener.

ASSIA WEVILL, de Yehuda Koren y Eilat Negev. Circe, 2014. Barcelona, 436 págs. Distribuye Océano.

Assia Wevill
Assia Wevill
Ted Hughes y Assia Wevill con Shura
Ted Hughes y Assia Wevill con Shura
Sylvia Plath y Ted Hughes
Sylvia Plath y Ted Hughes

Biografía de Assia WevillMercedes Estramil

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