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François Dubet

Francois Dubet sobre la desigualdad entre los hombres

El investigador plantea una de las grandes paradojas que aqueja al ciudadano europeo actual: el doble discurso a la hora de ser solidario y sembrar fraternidad.

La solidaridad, manifestación de la fraternidad humana, es imprescindible para salvar los valores de libertad e igualdad, claves ideales del estilo democrático de vida. Por eso el título de este libro, Por qué preferimos la desigualdad, es provocador. Acusa a los occidentales de preferir la desigualdad, de ser egoístas y potencialmente antidemocráticos. El subtítulo trata de hipócrita al hombre común, que cree en la igualdad como valor, pero es consumista y defiende unos privilegios que percibe como derechos, aunque no todos los tengan. Esta provocación no es cínica ni satírica: el autor busca desnudar la incoherencia para ayudar a superarla, con la meta de crecer en igualdad.

Dubet plantea que el hombre común censura con honestidad el gran privilegio, el del 1% más rico y acaparador, porque ese privilegio es censurable. Pero esa focalización en los “hiperprivilegiados” deja en sombra las ventajas relativas de las capas medias y medias altas, que para defender su nivel de vida muchas veces terminan defendiendo el statu quo.

El Estado de Bienestar creo expectativas de creciente justicia social en Francia y Europa Occidental. Tras las tres décadas de crecimiento que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, en Francia y en toda Europa Occidental, la crisis y los embates contra el Estado de Bienestar se han hecho sentir. Hoy los empleos son precarios y no proporcionan al trabajador la seguridad identitaria del que sabe hacer su oficio. Los patronos —odiosos, pero reconocibles como humanos— se han disuelto en multinacionales abstractas, impersonales. Hay desempleo y la inmigración se vive como una amenaza.

Los viejos buenos tiempos se fueron para no volver. Encima el hombre común percibe que de esos días sobrevive lo peor, como por ejemplo unos políticos atornillados a sus cargos, privilegiando su propia seguridad económica. Señala el autor, para ilustrarlo, que en la ciudad de Burdeos, entre 1947 y 2004 hubo sólo dos alcaldes. Surgen entonces los nostálgicos, que con un discurso entrador, pulsando las cuerdas del miedo al futuro y a los diferentes, a la vez que el recuerdo de tiempos seguros y gloriosos, proponen como panacea para el porvenir el injerto monstruoso entre, por un lado, conservadurismo extremo en lo político, social y cultural, y por otro, liberalismo absoluto en lo económico, con lo que ello implica de merma en los montos asignados a ayudas sociales, es decir, a fraternidad y solidaridad públicas. Si desde el Estado no se compensan las diferencias, es fuerza que las desigualdades aumenten.

En ese clima de miedo, aunque en Francia haya un 0,16% de personas sin techo, algunas encuestas que señalan que un 56% de los franceses teme perder su casa. Así, el pobre —ese mismo pobre en el que el ciudadano de capas medias teme convertirse— se empieza a ver como un enemigo, para ganancia de las corrientes políticas nacionalistas de derecha, como los prueban de manera consecuente los resultados electorales europeos de los últimos quince años.

Con ojo atento Dubet señala que estas corrientes xenófobas y ultraconservadoras se tocan con su extremo opuesto, los inmigrantes musulmanes integristas a los que combaten. Con ellos, en ocasiones, se alían en algunos municipios para impedir el avance de posiciones liberales o de izquierda. Al autor le preocupa la incapacidad de los sectores moderados para aliarse y presentar una alternativa igualitaria y abierta.

Aunque el libro enfoca, con pasión y rigor, el caso francés, Dubet no pasa por alto la llegada de Donald Trump a la Presidencia de los Estados Unidos o el Brexit. Uruguay tiene algunas semejanzas con la Francia del libro. Si se piensa en clave uruguaya puede arrojar luz para entender —y corregir— algunas actitudes menos felices para con los inmigrantes de estos últimos tiempos, tanto da si sirios, dominicanos o venezolanos.

Este libro no propone recetas sencillas. Construir un imaginario fraterno y solidario que apuntale la sociedad democrática es tarea ardua y compleja. Pero medidas como explicar bien el destino de los impuestos que aporta el contribuyente o castigar a los políticos corruptos, sin importar su signo ideológico, para evitar que el ciudadano termine admirando al dirigente taimado pero exitoso, son, según Dubet, el inicio obligado del camino.

¿POR QUÉ PREFERIMOS LA DESIGUALDAD? (AUNQUE DIGAMOS LO CONTRARIO), de François Dubet. Siglo XXI, 2016. Buenos Aires, 128 págs.. Distribuye América Latina.

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