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Célebre vagabundo

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Stevenson en Vailima, Samoa

Estados Unidos de Este a Oeste. Francia, Inglaterra, Escocia, mucho de Europa y, al final, Samoa son parte de la matriz viajera del escritor que nos legó La isla del tesoro.

La imagen más difundida del aventurero es la de un hombre fuerte, confiado en su capacidad física para enfrentar los contratiempos, pero no ha sido el caso de Robert Louis Stevenson (1850-1894), que desde niño padeció tuberculosis y aun así se convirtió en un impenitente viajero llevado por la curiosidad, el amor, la búsqueda de climas más amables con sus pulmones y, finalmente, con su espíritu. Esta edición de Páginas de Espuma reúne artículos y crónicas de Stevenson sobre sus primeros viajes por Escocia, más un retrato de su infancia y las primeras lecturas, una crónica detallada de Edimburgo, sus viajes por Francia y Europa, y su odisea inmigrante en Estados Unidos, de Este a Oeste, hasta llegar a la ciudad de San Francisco. Lamentablemente omite su aventura definitiva, la que lo llevó con su familia a instalarse en Vailima, una aldea de Samoa, donde vivió sus últimos cinco años, hasta el 3 de diciembre de 1894, cuando lo mató un derrame cerebral.

En su mayoría son artículos publicados en revistas poco después de finalizado el viaje o evocados muchos años más tarde, pertenecientes a los abundantes archivos de sus obras completas, que en la Edinburgh Edition ocupan veintiocho volúmenes. Pero como el criterio de la edición ha sido agruparlos en tres secciones, por espacios geográficos, ninguna nota advierte al lector de las circunstancias personales que, en distintas épocas, dieron origen a los textos. Un buen prólogo habría sido iluminador.

EUROPA.

De la primera sección escocesa importa sobre todo "Rosa quo Locorum. Recuerdos desordenados", por el testimonio de sus lecturas tempranas y de la importancia que tuvieron las niñeras calvinistas en su formación infantil. Stevenson era un niño enfermizo y el amor por las palabras y la truculencia se le dieron juntas en la voz de sus nodrizas. Como es un escrito tardío, pudo enfatizar a conciencia que "a los niños les gusta sentir miedo: a los niños les gusta sentir cualquier cosa que transmita vitalidad".

Los viajes a pie por las montañas de Escocia y luego por el norte de Francia con un amigo, ingresan al mundo de su juventud, cuando ya tenía problemas con su padre, un ingeniero marino que pretendió guiarlo a su profesión, sin éxito, porque Stevenson abandonó la escuela técnica para cursar Derecho, completó sus estudios y nunca ejerció. La mayoría de estos textos fueron escritos antes de que se convirtiera en el autor de La isla del tesoro (1883), son crónicas descriptivas que transmiten su pasión por la naturaleza, a menudo utilizan una segunda persona genérica que debilita su encanto y ganan fuerza biográfica cuando se involucra de un modo personal. Stevenson no era un viajero próspero ni dignificado por la comodidad. Era un joven vagabundo con un bolso al hombro y su mala traza más de una vez lo metió en problemas con las autoridades. La imagen de un mochilero de la generación beatnik le calza sin violencia. Recorrió ríos, bosques y aldeas con una pareja fascinación por la diversidad de los destinos, las aleccionadoras diferencias y los bucólicos encantos de los paisajes.

En esta sección el lector se encontrará con varias crónicas de la vida en los Alpes suizos, pero corresponden a una edad posterior, cuando la tuberculosis lo había llevado a los sanatorios de Davos, que significaron para él una aburrida reclusión, con el único beneficio de que fue allí donde puso punto final a La isla del tesoro, tres años antes de escribir El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde, que acabó por consagrarlo. Pero como en el siglo XIX no estaba en boga ninguna intención parecida a la de "las escrituras del yo", el foco de su interés se centra en el mundo que lo rodea y rara vez hace referencia a sus padecimientos y circunstancias personales. Tampoco lo hace en las crónicas de su viaje a Estados Unidos, cuatro excelentes textos sobre una experiencia que tuvo para él la mayor importancia.

AMÉRICA.

En los artículos sobre su viaje a América Stevenson cuenta el cruce oceánico con un pasaje de segunda clase en el buque que lo llevó a Nueva York, su breve y accidentada estadía en la ciudad, sumergida bajo una lluvia torrencial y continua, el sufrido traslado a Nueva Jersey donde se subió a un tren cargado de emigrantes que buscaban un destino en el Oeste, y después de un viaje agotador que lo enfermó seriamente, después de atravesar Ohio, Missouri, Iowa, Nebraska, el desierto de Wyoming y Nevada, su llegada al puerto de San Francisco, California. Es la sección más interesante del libro porque revela con mucho detalle las condiciones miserables de los nuevos colonos llegados de Europa, un rico anecdotario que le permitió retratar una amplia galería de personajes, caracteres nacionales y sociales y, finalmente, su asumida defensa de las razas despreciadas —negros y chinos por igual— con los que convivió durante muchos días.

De nuevo el viajero iba ligero de equipaje, una pequeña maleta y un morral cargado con seis tomos de la Historia de Estados Unidos de Bancroft, y sus modales de caballero inglés apenas lo rescataban de ser tratado como un rufián. Ya había publicado en Inglaterra y tuvo que invocarlo en una librería de New York donde no quisieron dejarlo entrar ni tomar en serio el pedido de unos libros. En verdad estaba empapado de pies a cabeza, y tanto, que al llegar a su modesto hospedaje, tuvo que abandonar en el piso de la cocina sus zapatos, calcetines y pantalones, por no tener cómo secarlos y no humedecer el resto de su escaso equipaje.

Nada cuenta Stevenson de los motivos que lo llevaron a California en 1879. Tres años antes había conocido en el sur de Francia a Fanny Osbourne, separada de su marido y con dos hijos. Ella regresó a San Francisco pero Stevenson quedó tan enamorado que juntó dinero durante tres años para ir a buscarla, dado que sus padres se oponían a la relación. Cuando se enamoró de Fanny tenía 26 años, hizo el viaje a los 29, y llegó en un estado tan calamitoso que tuvo que internarse. Pero conmovió a su dama, que tramitó el divorcio, se casaron y luego de intentar explotar una mina regresó a Escocia con su nueva familia. Con ellos estuvo en Davos y luego, ya consagrado como escritor, beneficiado por la venta de sus libros emprendió el viaje marino por el Pacífico que los llevó a la isla de Samoa, donde vivió sus últimos años entre los nativos. Lo llamaron Tusitala, "el que cuenta historias", y fue su más querido homenaje.

Es el tramo que falta en esta antología y cabe suponer que el demorado rescate de la obra de Stevenson en lengua española lo acerque más adelante. Durante todo el siglo XX los lectores hispanos se han visto impedidos de conocer la abundante producción literaria de Stevenson y Chesterton, entre otros escritores británicos, de cuya relevancia dieron señas Jorge Luis Borges y Bioy Casares en el Río de la Plata. Llegan en el siglo XXI con la "novedad" de su exquisita manera de mirar y contar el mundo: una notable agudeza y precisión para nombrar la impiedad y la alegría.

VIAJAR. ENSAYOS SOBRE VIAJES, de Robert Louis Stevenson. Páginas de Espuma, 2014. Madrid, 470 págs. Distribuye Gussi.

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