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Bajar no es lo peor

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Irene Nemirovsky

La tragedia de un arribista en la pluma de la gran autora ucraniana que escribió en francés y murió en Auschwitz.

Irene Némirovsky es un claro ejemplo de resonancia tardía en la historia literaria. Su vida trágica de novelista precoz deportada a Auschwitz y muerta allí antecede la lectura actual de cada una de sus obras, que se reeditan de un tiempo a esta parte con buena recepción. Pero las razones de esa permanencia quizá no son tanto las extraliterarias como las vinculadas a su estilo. Némirovsky, nacida en Kiev más profesional de lo que aparentaba, con una capacidad notoria para estructurar relatos, crear personajes de peso y darles vuelo, además de ser una lectora capaz de integrar muy bien lo que leía a su propio mundo creativo. La presa, novela de 1938, cuenta la historia de un arribista y es un buen ejemplo de cómo la autora trabajaba con la literatura preexistente en un permanente diálogo de influencias. Más de cien años antes, en 1830, Henry Beyle –conocido como Stendhal- había publicado Rojo y negro, la novela por antonomasia del arribismo trágico. Y entre Julien Sorel, protagonista de esa novela, y Jean-Luc Daguerne, el personaje de Némirovsky, hay una fraternidad insoslayable. También la había entre su novela Suite francesa y Guerra y paz de Tolstoi, o entre El vino de la soledad y Madame Bovary de Flaubert.

La presa se ambienta en Francia en 1923, presentando a una familia que se viene abajo moral y económicamente. Laurente Daguerne, lector apasionado, es un hombre enfermo y pronto a morir que deja más o menos en la indigencia a su segunda esposa, a los dos hijos que tuvo con ella y al hijo de su primer matrimonio, Jean- Luc, quien a los veintitrés años se encapricha con la hija de un banquero, Édith Sarlat, una chiquilina algo voluble que enseguida lo deja por un partido mejor. El sentimiento de Jean-Luc, de por sí débil, vira a un juego de conquista y poder y consigue seducirla, embarazarla y casarse con ella. No es el comienzo del “y fueron felices” sino de una montaña rusa de subidas y bajadas que no solo incluyen la crisis moral que trae el tiempo y la aparición de nuevos amores sino también el crac financiero del ’29 y sus coletazos europeos, más un panorama político corrupto que termina arrastrando al personaje principal a la caída.

El relato de Némirovsky se levanta -decimonónico en su esencia- como un gran fresco emocional donde los sentimientos son pisoteados pero terminan controlando y castigando a los personajes al punto de convertirlos en héroes románticos. Devaluados, sin embargo, y prematuramente envejecidos; el narrador habla de los treinta años del protagonista como de una antesala de la vejez. Como es usual en Némirovsky, que ama a sus criaturas y entiende sus fallas pero las golpea sin misericordia, alguien se salva de la debacle manteniendo la nobleza interior: en este caso Marie, personaje femenino interesante y complejo que pese a caer del lado de los “buenos” es irreducible al maniqueísmo.

Como hija de un banquero judío y esposa de otro, el mundo que pinta Némirovsky no le fue ajeno. Su retrato de los ricos, los nuevos ricos, los ex ricos, los arribistas y los políticos, de las ambiciones humanas y los precios a pagar por ellas es implacable. Su juicio moral hacia esos personajes viene envuelto en reflexión y cierta ironía implícita nacida de la certeza de que si bien sufren cuando caen, ni siquiera en la adrenalina y la ilusión del ascenso obtienen una felicidad que los justifique.

LA PRESA, de Irene Némirovsky. Salamandra, 2016. Barcelona, 220 págs. Traducción de José Antonio Soriano Marco. Distribuye Gussi.

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