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El amor, el capital y el deseo en Patricio Pron

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Patricio Pron

CON EL PREMIO ALFAGUARA

Explorar la relación de pareja, sorteando estereotipos e ideas preconcebidas, es algo que el argentino Pron hace con fineza en esta novela, evitando las trampas del lenguaje.

Patricio Pron

Creador prolífico, reconocido tempranamente como uno de los narradores más interesantes de la nueva literatura hispanoamericana, el escritor argentino radicado en España, Patricio Pron, ha ganado la última edición del premio Alfaguara con su novela Mañana tendremos otros nombres, donde bucea en torno a los vínculos y las separaciones en tiempos de tecnología, redes sociales y consumo.

—Más allá de que la experiencia amorosa está muy presente en la cotidianeidad y el arte, ¿de dónde surge el impulso para construir una obra en torno a ella?

—Narrar esa experiencia es tan difícil, sin caer en el ridículo, que justo esa dificultad me atraía. A esta dificultad inicial se le agrega el hecho de que estamos en un momento en que las formas amorosas, en que concebimos cuestiones tan sustanciales como la seducción, el consentimiento, el acoso, las múltiples posibilidades de relaciones entre hombres y mujeres, también están cambiando muy aceleradamente. La motivación también provino porque tengo la percepción de que la novela contemporánea en español no daba cuenta de las transformaciones en el ámbito de las relaciones amorosas y la gestión de los afectos. La irrupción en el ámbito de lo privado de las nuevas tecnologías, pero también el desarrollo que se está produciendo en el contexto de las luchas, cuyas abanderadas sobre todo son las mujeres. La novela no estaba dando cuenta de que no hay una única solución al problema de cómo se conforma una relación amorosa, sino muchas.

—La novela como un territorio de avanzada.

—Hay una imagen un poco anticuada de la experiencia amorosa, como resultado del encuentro más o menos azaroso de dos personas que allanan sus diferencias para establecer una relación monogámica larga y cuya finalidad, explícita o implícita, es la reproducción. Esa es la idea que se expresa en la novela contemporánea en español, que corresponde naturalmente con un estado de cosas que está siendo puesto en cuestión en estos días. Creo que padece de un atraso o desfasaje temporal. Me parecía interesante ofrecer una especie de actualización. Esto puso en cuestión mi propia concepción del amor y al igual que los personajes estoy intentando comprender lo que pasa alrededor.

—En este contexto de deconstrucción, ¿qué dificultades se te presentaron a la hora de escribir la novela?

—Cuando escribes sobre estos temas, tan cargados de estereotipos e imágenes preconcebidas, todo puede ser cuestionado. Si quieres escribir una novela como esta, pues te informas sobre como las personas están actuando, pero lo más dificultoso fue representar la enorme diversidad de experiencias amorosas en el presente. Sin poner además unas por encima de las otras. No es un libro moralista, no le dice a las personas lo que tienen que pensar o cómo tienen que gestionar sus afectos. Es un libro que busca representar la experiencia contemporánea y lo hace sin simplificar. Busco complejizar. Además ya no hay un final feliz para las relaciones amorosas, sino muchos posibles, tantos como relaciones hay.

—Pero la tradición de la que venimos y en la que nos formamos hizo del final feliz una marca.

—Parte del desconcierto que los personajes experimentan tiene que ver con la contradicción entre la forma en que fueron habituados a pensar la experiencia amorosa, y sus propias necesidades y deseos. Ese desconcierto ocurre porque este tipo de transformaciones se dan de forma muy rápida. Hay personas que pensaban cosas cinco años atrás que, en el momento en que rompen, se encuentran que el panorama ha cambiado por completo. El discurso laboral empresarial de la actualidad, por ejemplo, nos pide que todo el tiempo seamos dinámicos, flexibles y dispuestos. Pero en el ámbito de la pareja se espera una estabilidad que es contradictoria. Estas contradicciones son las que generan el malestar contemporáneo y producen dolor a muchas personas, y también a algunos personajes del libro.

AMOR Y ALGORITMOS.

—¿De qué forma el mundo capitalista y la sociedad de consumo actual configuran las relaciones amorosas?

—Hay muchas personas que creen que la pareja puede constituir un refugio. Por el contrario, la pareja es el ámbito en el cual esa inestabilidad se pone por completo de manifiesto. Aquello que consideraban más propio y más íntimo, su vida privada, en realidad está completamente atravesada por las causas de la época, por la mercantilización del cuerpo, la comercialización de las búsquedas de pareja. Se piensa en las relaciones amorosas con los mismos criterios de las relaciones laborales. Lo cual no sería necesariamente malo si eso les generara placer, pero no parece. Las estadísticas muestran que estamos en un momento en que podemos intimar y tener relaciones sexuales con una facilidad mayor que en otros tiempos y sin embargo los índices de soledad no dejan de crecer. Podemos conocer personas en la intimidad pero no podemos articular un proyecto de vida con ellas. Han asumido el mandato de la época de dejar que un algoritmo del que nada sabemos determine, en nombre de la eficacia tecnológica, algo tan íntimo y tan impredecible como las relaciones amorosas.

—¿Entonces la idea de que en el capitalismo la libertad de elegir es falsa, se aplicaría también a las relaciones amorosas?

—En el ámbito de las redes y las plataformas de búsqueda de parejas, desde luego, nunca están eligiendo. Sencillamente están decidiendo en base a un menú de opciones que generó un algoritmo cotejando la situación económica, las actividades que se practican en el ocio, los estudios y el lugar donde las personas viven. Si se impone esta manera de vincularse, la movilidad de clases, en tanto proyecto utópico que articula los lazos de una sociedad, quedaría enterrada. Es aquí donde encontramos una de las tensiones más importantes que se produce en la época moderna, que es la tensión entre el capital y el deseo.

—¿De qué forma los personajes se paran ante ese cambio de valores?

—Hay algo que a mí me parece absolutamente transformador, y genera una incertidumbre que algunos están aprovechando en términos políticos, por ejemplo los Trump, los Bolsonaro, Putin, los antiabortistas en Argentina, la extrema derecha en Europa, y tantos otros a quienes no los une tanto su política económica o su ideología sino quizás su reacción ante lo que ellos denominan una cierta pérdida de los valores tradicionales, que es una manera de manifestar el temor de que se revea toda la cuestión de los privilegios, sobre todo los que equiparen a hombres y mujeres en el ámbito del trabajo o que las mujeres vuelvan a tener soberanía sobre sus cuerpos, soberanía que fue hasta ahora del Estado.

—Tu novela muestra a la pareja como algo con mucha tendencia al fracaso. Pero en el fondo es optimista.

—Creo que es bastante optimista. Si bien no asumo ningún tipo de responsabilidad para con los personajes, es obvio que tanto Él como Ella van a estar bien. Creo que es un libro que alerta sobre algunos desarrollos, sobre los múltiples accidentes que se producen en la transición de un régimen moral a otro, en que las cuestiones como el acoso, la denuncia, el consentimiento, incluso el recuerdo, están siendo puestos en cuestión de diferentes formas. Aunque los personajes están desconcertados, lo que comprenden es que esa inquietud es enormemente productiva y los lleva a pensar mejor en la forma en que han amado, pero también en que aman y desean ser amados en el futuro. Por otra parte, esa insatisfacción de la que hablas es una ley natural, los deseos se desplazan continuamente. Cuando encuentras el objeto de deseo pasas a desear otra cosa. Esto parece más una confrontación de las relaciones humanas que un cuestionamiento de época, pero hay algo de época, sí, en la mercantilización de ese deseo y por lo tanto de esa insatisfacción.

—Claro, pero el mismo sistema que quizás manipula esa insatisfacción es quien la sacia.

—Es que cuando el deseo se vuelve volátil, la plasticidad del capitalismo es tal que puede comerciar incluso sus contradicciones. Hay aplicaciones para gestionar y sobrellevar el duelo cuando se da una separación, qué hacer con los amigos comunes, si bloquear a tu ex, cuáles son las probabilidades de que la otra persona te siga vigilando. Hay algo perverso y a su vez deslumbrante es ese tipo de estrategias que ya fueron observadas por Marx en su momento, esta creación de necesidades superfluas, creamos un accidente y a continuación brindamos las herramientas para solucionarlo. Porque somos bomberos, somos pirómanos. Por eso los personajes de la novela reflexionan sobre estos temas y terminan por entender a la pareja ya no como un refugio sino como un sitio de intervención política.

UNA MALA IDEA.

—En la novela se habla de la pareja como monstruo. ¿Es una anomalía?

—La pareja tal como la concebíamos, en torno al amor romántico, es una asociación entre personas bastante singular. Es cada vez más imposible que dos personas se encuentren de forma azarosa y allanen sus diferencias de formación, de clase y de origen, para dar lugar a una relación monógama de largo aliento en la que se tengan niños. En ese sentido conviene más confiar en un algoritmo o en modelos anteriores, en el cual eran las familias quienes decidían quienes se casaban, concibiendo al matrimonio no como un conjunto de variables sino como una forma de ampliar el capital de las familias, en el cual hay un porcentaje de la sexualidad destinado a la procreación y un porcentaje de amor, que podría producirse o no. De alguna forma esa escisión entre sexo y apego ha continuado hasta el presente. Pero terminado el proyecto revolucionario de una sexualidad liberada que acabaría con todos los problemas, nos encontramos con el problema de que no sólo no se han solucionado, sino que se han creado otros nuevos. En ese sentido quizás si se pueda hablar de las parejas, no como una anomalía, sino como una mala idea. La mala idea que mejor ha funcionado.

—¿De qué forma trabajaste la tercera persona para describir experiencias tan íntimas, corriendo el riesgo de terminar en un registro meramente documental, quizás frío?

—Hay un porcentaje importante de etología en este libro. Se habla también del condicionante biológico. Algunos consideran a ese tipo de enfoques como algo perimido, sin embargo sigue jugando un papel importante. La dificultad pasaba por encontrar la distancia correcta entre los personajes y el narrador. En lograr, en que el narrador, a pesar de su condición omnisciente, que conoce todo sobre los personajes, que no supiese demasiado sobre ellos o que no quiera saber más. Hay un punto de privacidad en la forma en que el narrador trata la vida de los personajes que hace que a menudo se retire, como en una especie de discreción que sostiene el frágil equilibrio; eso hace también que el narrador opine menos o intervenga menos sobre el destino de los personajes. En ese caso el narrador tendría tanto protagonismo como los personajes, y me obligaría, en tanto autor, a tomar otras decisiones. Tendría que haberme puesto ante la cámara, por decirlo así, y quería que quienes estuvieran en esa situación fueran los personajes.

—¿Con qué referencias contaste en el proceso de escritura?

—Todos mis libros tienen una parte importante de investigación. A veces aparece de forma explícita en los libros; en este caso no lo hace. Leí muchísimas estadísticas, artículos, la prensa ha dado cuenta mucho sobre este tema, y también muchísimos libros de Byung-Chul Han, Virginie Despentes, Vivian Gornick, Eva Illouz, Marina Garcés, Paul Preciado, me impuse a mí mismo una especie de curso escolar sobre estas cuestiones. Sin que necesariamente esto se vea reflejado en el libro. Fue un proceso de investigación bastante extenso y muy enriquecedor para mí. Creo que el libro se ha beneficiado con la falta de certezas y múltiples lecturas que hay sobre el tema. Yo no leía para ratificar lo que creía sino para ponerlo en cuestión. Participa de una de las funciones principales de una novela, que es invitarnos a pensar en la forma en que pensamos, ampliar el canon sobre un tema para ampliar de alguna manera el campo de batalla.

Mañana tendremos otros nombres

Patricio Pron ha publicado nueve novelas, siete volúmenes de relatos, y un ensayo. Ha recibido numerosos premios, es doctor en filología románica por la Universidad Georg-August de Göttingen (Alemania) y vive en Madrid. Fue colaborador habitual de El País Cultural entre los años 1995 y 2012.

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