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Último vaquero del cine

| En junio harán 30 años de la muerte de John Wayne, quien actuó en 171 películas. Entre 1950 y 1966 fue el actor que más gente llevó a las salas norteamericanas.

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EL MERCURIO (GDA) | ANTONIO MARTÍNEZ

El Rooster Cogburn de Temple de acero (1969) es un viejo borracho, gordo y tuerto que se prepara para un duelo a caballo y a campo abierto, y el Winchester lo gira en el aire con una mano, acciona la palanca y pasa la bala. El joven Ringo Kid, en La diligencia (1939), hizo el mismo gesto, como si el Winchester fuera una extensión de su brazo y con ese rifle se conquistó el Oeste.

El comisario Cogburn y el bandido Ringo son la misma persona: John Wayne. En ese tiempo habían pasado tres décadas entre una película y la otra y nada era lo mismo en Estados Unidos y el mundo, pero existía un hombre permanente, intacto y granítico en sus valores, rudeza y principios.

En junio se cumplen 30 años de su muerte, otras tres décadas, donde lo excepcional sigue siendo John Wayne, tan popular como Abraham Lincoln, con calles, plazas y aeropuertos que llevan su nombre en Estados Unidos. Jean Renoir decía que lo maravilloso de los westerns es que todos eran la misma película y en ese género, norteamericano por excelencia, un actor relegó su nombre y año de nacimiento y muerte -Marion Robert Morrison, 1907-1979- y se convirtió en un concepto y un símbolo.

Cuentan que el emperador Hirohito cuando visitó Los Ángeles pidió dos cosas: visitar Disneylandia y conocer a John Wayne y su metro 93, para escuchar su hablar lento y profundo y quizás para verlo caminar ladeado, como si una pierna fuera más corta que la otra.

John Wayne estuvo en 171 películas de todos los géneros, pero fueron los westerns y también lo bélico los que le dieron el sello indeleble. Por algo el Cuerpo de Veteranos de la Infantería de Marina dijo que "era el actor que mejor ejemplificaba la palabra americano", el Congreso le otorgó la Medalla de Oro y la Casa Blanca, cuando murió, lamentó la pérdida de alguien que encarnaba las cualidades básicas de EE.UU.

Eso, aunque haya abandonado a sus tres esposas, pese al alcohol y las borracheras y aunque muchos se tomaron su ejemplo demasiado en serio, como un marine apodado Okie, en Vietnam. Un sobreviviente, su amigo Harold Bryant, lo contó: "Okie trató de hacer el numerito de John Wayne y cargó contra la ametralladora: lo mataron en el acto".

UNA TOMA. El joven John Wayne tenía una beca en la Universidad de Southern, jugaba fútbol, se lesionó y encontró trabajo en los estudios de cine: era un aprendiz en un lugar donde se podía llegar lejos.

Lo más lejos, al comienzo, fue de extra en films de John Ford, en un período fronterizo entre el cine mudo y sonoro. Después fue protagonista de las matinés de los domingos en películas del Oeste. Eran baratas; hacía diez por año.

John Ford, en 1939, lo llamó para La diligencia y lo seguiría haciendo hasta 1963, porque era el tipo de actores que sabía lo que había que hacer: "Lee el guión, se coloca frente a la cámara y dice: ¿qué hacemos? Y yo se lo digo, y lo hace, normalmente, en una sola toma".

John Wayne hacía su trabajo, no era un artista ni pretendía serlo, actuaba porque era lo que mejor le salía y la gente respondía en masa. Durante quince años, entre 1950 y 1965, fue el actor que más gente llevó a los cines norteamericanos.

La crítica no lo tomaba en serio, pero el sentimiento era recíproco, despreciaba a esos "escritores y actores frustrados", porque lo que cuenta está en la taquilla, en el público y en las estrellas: "A veces me pregunto acerca de mi carrera. Realmente no he hecho mucho, supongo. Sólo ser sincero".

Wayne fue el sargento Stryke en Las arenas de Iwo Jima (1949), que murió un poco antes de que izaran la bandera sobre el monte Suribachi, y ahí estaba su destino de Moisés, para mirar de lejos la patria. Al menos le dejó una enseñanza a la tropa: "Antes que termine con ustedes, van a moverse y pensar como un solo hombre. Si no lo hacen, están muertos".

Los personajes mayores, Ethan Edwards en Más corazón que odio (1956) y Tom Doniphon en Un tiro en la noche (1962), serán nómades y vagabundos, porque no tienen cabida dentro de la sociedad, pero esa gente anónima sin familia ni descendencia, esos héroes trágicos que hicieron la historia también son John Wayne. Ninguno llegará a la tierra prometida, pero todos la hicieron posible.

LAS BOTAS PUESTAS. Los peores westerns de Wayne son McLintock (1963), Chisum (1970) o Big Jake (1971), cuando aparecía como gran terrateniente y hombre domesticado y civilizado.

Wayne era el ganadero de Río Rojo (1947), con la locura de vencer a la naturaleza y a sí mismo, el peor enemigo. Sus personajes tenían cicatrices en el pasado, secretos, pecados o muertes, pero podían cambiar de vida y vivir con ello, porque el país era generoso, brindaba oportunidades y no preguntaba más de la cuenta. "Supongo que no se puede salir de la cárcel e ingresar a la sociedad en la misma semana", dice Ringo Kid en La diligencia.

En otra trilogía, Río Bravo (1958), El Dorado (1966) y Río Lobo (1970), el personaje de Wayne era precisamente uno de esos hombres con pasado que ahora es alguien distinto: un profesional que está al lado de la ley, se las arregla con lo que tiene -incluso con amigos borrachos- y le hace frente al peligro, porque vive con las botas puestas.

El actor tenía las cosas claras desde 1944, cuando firmó la Alianza Cinematográfica para la Defensa de los Ideales Norteamericanos. Con Walt Disney, Gary Cooper y Robert Taylor, entre otros, se levantaron contra "la oleada creciente del comunismo, fascismo y otras creencias afines" que buscan socavar y cambiar la forma de vida norteamericana.

Al poco tiempo el fascismo no era el problema, por lo que Wayne fue un fervoroso y constante anticomunista, un admirador del senador Joseph McCarthy, y cuando tuvo que decir lo que pensaba no le tembló la voz: "Hay bastardos cobardes que piensan que el patriotismo está pasado de moda"; y tampoco la mano cuando dirigió El Álamo (1960), su mejor película, con siete nominaciones y un Oscar al sonido. Y luego, Las boinas verdes (1968).

Una guerra de tejanos contra el general Santa Anna y otra de marines contra el Vietnam. Una caballerosa y otra salvaje, una histórica y una actual, para ese entonces. Contra sioux, alemanes, mexicanos o coreanos; contra españoles, japoneses, apaches o el Vietcong, la pregunta es la misma: ¿ellos o nosotros?

Para un vaquero solitario las cosas son menos complicadas de lo que parecen y la respuesta era obvia: all americans. John Wayne lo tenía claro y no le daba vueltas. "Nunca renegaré de mis ideales, aun cuando por ello tenga que quedarme solo en la Tierra". Y cuando murió de cáncer el 11 de junio de 1979, al borde del último suspiro y a punto de abandonar el mundo, seguía siendo Ringo Kid, el comisario Cogburn y finalmente John Wayne, con el Winchester por el aire, la colt en la otra mano, la rienda entre los dientes y esa pregunta: ¿ellos o nosotros?

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