C.N.
Marciano Durán pide disculpas, atiende el teléfono y responde una consulta. Corta y retoma la entrevista. Minutos después alguien golpea la puerta de la oficina. Se disculpa, sale, conversa con un empleado y regresa.
"En verano, es un continuo estar resolviendo cosas, yendo, viniendo y haciendo todas las tareas", explica sin agitarse. "De repente, de mañana tenés que pelear un contrato con una empresa y enseguida hay que cambiar una garrafa en un departamento. O te vas a arreglar un tema de los seguros del edificio y volvés a descargar un auto", agrega, y le suena el celular.
Ocurre que ser portero y administrador de un edificio de Punta del Este, donde circulan más de 200 personas al día, resulta un trabajo que absorbe toda la atención, máxime cuando el servicio se parece más al de un hotel que al de un edificio. Pero a pesar de las jornadas de doce horas, de los llamados continuos y de la rutina impostergable de salir a correr, el portero tiene resto para escribir. "A veces son 35 minutos nada más", ilustra.
En esos ratos, y con ayuda del paréntesis que significa el invierno, Marciano Durán produjo un texto que le cambiaría la vida: El Código Blanes, novela que vendió 11.000 ejemplares y que fue Libro de Oro de 2007.
Con la serenidad de esa personas que parecen no perder nunca la calma, Durán conversó con Domingo sobre los caminos que lo llevaron a la portería primero y a la escritura después.
Multioficio. Marciano Durán llegó a Punta del Este en 1979 proveniente de La Cruz, un pueblo de 400 habitantes del departamento de Florida, donde trabajaba como ferroviario, oficio que compartía con su padre y hermano. No era la primera vez que buscaba sustento en el Este. De hecho, había trabajado algunas temporadas en un autocine, en una fábrica de pastas, de pintor y hasta de asistente del mago Tu Sam. Pero esa vez llegó para quedarse.
Al mes consiguió trabajo como armador de muebles importados. Un día y "sin querer", dice, vendió un amoblamiento entero. La maniobra le valió un ascenso automático a encargado de ventas de un local. Más tarde el dueño de la mueblería le ofrece un cargo de confianza en una obra que estaba por comenzar: el edificio Torre Plaza, ubicado en Gorlero y calle 15. Corría el año 1980.
Entonces llegó una crisis, las obras se detuvieron y Durán quedó viviendo junto a su familia en el esqueleto del edificio. "Fueron años difíciles porque Punta del Este estaba liquidado, no había nada. Pasamos el temporal hasta que el edificio se vendió (varias veces) conmigo adentro. Yo ya era parte del inventario: tres hormigoneras, dos columnas, ocho heladeras, el portero, la mujer, los hijos", cuenta. Finalmente la construcción terminó y Duran fue oficialmente el portero.
Una década después le ofrecen además el puesto de administrador. Desde entonces se dedica a ambas tareas.
Marciano no fue un escritor precoz, pero sí un lector voraz. "Lo fui desde los 14 años hasta hace cinco porque empezar a escribir me quitó tiempo", admite.
La escasa formación literaria la obtuvo en un taller virtual de dos años de duración que dictaba el fallecido escritor Mario Levrero.
"Un día se me ocurre escribir un texto de humor donde involucro a Mario como el dueño de un manicomio y al resto de los talleristas como los locos. Mario me contesta algo así como ´no paro de llorar frente al monitor´, y me sugiere que me dedique al humor con una frase: ´Marciano tenés la lámpara de Aladino y te empeñás en hacer huevos fritos con ella´. A partir de ese empujón de Levrero me metí de lleno en esto", cuenta.
El código blanes. La génesis del exitoso relato de ficción fue producto de una casualidad: "Empezó como una crónica de humor. Cada vez que encuentro un tema que me parece que es uruguayizable inmediatamente lo tomo. Si nombran un Papa decido que sea uruguayo. La guerra de Irak la traslado a Cerro Chato. Las Olimpíadas las hago en Montevideo. Cada cosa que sucede la traigo al Uruguay. Y bueno me pareció que El Código da Vinci (se refiere al libro de Dan Brown) servía. No lo leí, fui al cine a ver la película exclusivamente para escribir el Código Blanes. Sabía que tenía que crear un paralelo entre Da Vinci y Blanes; y era claro que era La Última cena y El Juramento de los 33 Orientales. Fui con eso en la cabeza. Vine derecho esa noche a la computadora y empecé a tirar líneas", relata.
Con la colaboración de sus dos hijos mayores comenzó la investigación. "Había tantas pero tantas coincidencias que me dije: ´Esto no es una crónica de humor´. Ahí empecé a escribir la novela. Ese fue el proceso, un día me di cuenta de que me había caído en un libro y ya no tenía manera de salir", admite y confiesa: "Mi idea básica de la crónica era decir que dentro de los 33 Orientales había una mujer y que era la abuela de Gardel".
El libro prendió y se vendió como pan caliente. El éxito y las obligaciones de difusión no sólo lo llevaron a más de 40 ciudades del interior, sino que lo pusieron por primera vez en un avión, rumbo a Europa. Desde entonces, el dinero de las ventas lo invierte en viajes.
"Antes no iba a ningún lado, ni siquiera conocía Buenos Aires. Todo fue gracias al libro porque es imposible para un asalariado hacer esos viajes", señala.
Futuro. En marzo, cuando el edificio queda casi vacío, comenzará a trabajar en la segunda parte de El Código Blanes. La idea es reenganchar la historia a partir de la mitad, tomando como eje a uno de los personajes. A diferencia de la primera parte, esta contará con la colaboración de un equipo de investigación que profundizará la información recibida en las visitas al interior. "Algunas hablan de la masonería, la alquimia..., son historias que no han salido a la luz por distintos motivos. Creo que porque nadie ha salido a buscarlas", explica.
Además, ya tiene otro libro en las estanterías: La cuestión es darse maña y otras incoherencias (También de Flor Negra Ediciones).
A pesar del éxito, Durán no tiene pensado abandonar la portería. "No me queda tanto para jubilarme, estoy a cinco o seis años. Pero en la medida que pueda seguir distribuyendo el tiempo de esta manera, no fallando en el trabajo y atendiendo las otras áreas que para mi son vitales, no lo tengo como proyecto", cuenta.
Sus otras áreas vitales son la familia -catorce miembros en total, contando hijos (3), nietos (2), padres, hermano y prole correspondiente- y la carrera de una hora diaria, deporte que realiza llueva o truene. Evidentemente, además de portero, escritor, padre y abuelo, Durán es también un buen administrador del tiempo.
"Marciano es un nombre muy pesado"
Es lógico pensar que nadie pasa desapercibido en la vida con un nombre como Marciano. "Es un nombre muy pesado, con todo lo bueno y todo lo malo que tiene eso. Con los años aprendí que es mucho más fácil escribir desde el Marciano que desde el José o Pedro", cuenta Durán.
La raíz de la denominación hay que buscarla en el santoral y acotarla a una época en la que allí se seleccionaban la mayoría de los nombres.
El primer Marciano Durán es el padre del escritor-portero, y el último es el hijo de éste. ¿Repitió la historia? "No fui yo, fue mi señora", explica.
Sin embargo y a pesar de lo que podría pensarse, no le fue tan duro lidiar con el nombre: "Sucede que mi papá era una persona muy conocida en Florida. Por eso el Marciano ya estaba instalado. Para mi fue fácil pasearme con ese nombre por la ciudad".
Marciano es además un corredor compulsivo que no se detiene ni en invierno ni en verano. En verano sale por las mañanas antes de entrar a trabajar y en invierno prefiere las tardes.
Su rutina de escritura invernal comienza a las 6 de la mañana, después de dejar a su hija más chica en el entrenamiento de natación (es campeona nacional). Dice que esas dos horas antes de ingresar a la portería son las más rendidoras.