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La monogamia imposible

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Andrea Blanqué

EL ADULTERIO FEMENINO en la literatura occidental hace su debut fulgurante con la guerra de Troya y los complejos y bellos personajes de Homero -Helena y Paris-, y el tosco Menelao. Pero la eclosión se produce en el siglo XIX: con Madame Bovary, de Flaubert, más los cuentos de Maupassant, o Ana Karenina de Tolstoi. En la Península Ibérica, con la obra cumbre de Benito Pérez Galdós -Fortunata y Jacinta- o con La regenta de Leopoldo Alas. Y en Portugal, con la obra del maestro del realismo, el polifacético escritor Eca de Queirós.

La mayoría de las narraciones del bastardo (o "hijo legitimado"), José María Eca de Queirós, tienen como tema el adulterio y la relación prohibida, sacrílega. Hay dos ejemplos de esta última.

En la novela El crimen del Padre Amaro, (1875), en lugar del adulterio denuncia el "amancebamiento" de los curas con las beatas y la imposible castidad de esos hombres de sotana negra. Es una historia que se desarrolla en la abúlica ciudad de Leiría, donde "todo se sabe". En la larga y aplaudida novela Los Maia (1888), un vasto friso de la alta sociedad de Lisboa, con políticos, aristócratas, banqueros, periodistas y poetas -donde abunda el adulterio- la familia central, de apellido Maia, inevitablemente, en un entorno tan endogámico, desemboca en el incesto.

Luego están sus historias de adulterio platónico, como el espeluznante cuento "El difunto", donde un joven se enamora de una bella casada con un viejo siniestro: el celoso maldito le tiende una trampa, pero un ahorcado resucita para salvar la vida al muchacho, muere el viejo y todo termina en boda cuando la bella e inocente viuda por fin puede casarse con el amigo de los fantasmas. En el cuento "José Matías", a través de una tapia llena de flores, un hombre y una mujer se aman intensamente con la mirada, pero basta que ella enviude de sus espantosos maridos (dos), para que José Matías huya despavorido y se convierta en borracho, jugador y mendigo: todo antes de asumir el amor y yacer en el lecho matrimonial.

Lo curioso es que en plena celebridad, cuando Eca de Queirós era el escritor más leído de Portugal -además de ser cónsul sucesivamente en Inglaterra y en París- el cuarentón se casa con una fornida y joven condesa portuguesa. Ella le da una seguidilla de cuatro niños, que hicieron sus delicias antes de morir, prematuramente, a los 55 años, luego de años de mala salud.

Así que, tal como se conservan fotos del joven dandy Eca con su monóculo característico y su flaco cuerpo caricaturesco, entre sus amigos -el poeta y filósofo suicida Antero de Quental, Batalha Reis, Ramalho Ortigao, Oliveira Martins, hombres primero revolucionarios y después "vencidos por la vida", como alguno se autodenominó- , también hay unas impresionantes fotos de Eca, el ex-enemigo del matrimonio, dulcemente instalado en una familia nuclear ideal. Papá, mamá (Emilia, sonriente) y una niña vestida de blanco, más tres niñitos, con jardín de fondo.

LIBROS E HIJOS. Una buena parte de la obra de Eca de Queirós es póstuma, recogida en parte por sus hijos. Su bibliografía muestra que si bien sus grandes novelas realistas se publicaron en vida, y también sus narraciones extrañas y fantásticas, como El mandarín (1880) y La reliquia (1887), una gran cantidad de escritos desparramados fueron reunidos por aquellos que lo amaban.

Por un lado están los textos que se publicaron en periódicos y en libro bajo el título Prosas Bárbaras. En ellos Eca dejaba correr su imaginación, con influencia de Hoffman, Poe y Baudelaire, aunque también pueden haber tenido incidencia los criados negros traídos de Brasil por su abuelo, que tanto lo cuidaron de pequeño y le contaban historias alucinadas.

En 1901 se publicó póstumamente una novela que estaba aún corrigiendo en el momento de su muerte, la idílica y nativista La ciudad y las sierras. En 1902 se publicaron sus cuentos en un volumen, e incluso tardíamente, en 1925, aparecieron novelas inéditas: por ejemplo Álves & Cía, donde el escritor había encontrado una solución "civilizada" a la dicotomía matrimonio/infidelidad. En lugar de que la adúltera se suicide o muera de una enfermedad psicosomática -como la Luisa de El primo Basilio- y de esa forma se expíe el pecado, Eca propone que, luego de la infidelidad descubierta y la tragedia, los cónyuges se reconcilien y se necesiten, se deseen y se amen.

La mirada distante acerca de la familia nuclear convencional y la fidelidad puede haber surgido del resentimiento. Algo de paria siempre tuvo este escritor tan consagrado en vida, que reeditaba tiradas de diez mil ejemplares de El primo Basilio, que fue cónsul en París y esposo de una condesa.

EL ORIGEN. La explicación está en su lugar de nacimiento: Póvoa de Varzim, al norte de Portugal, cerca de Porto. Este pueblito albergó durante meses a una chica embarazada, hija de un militar. Cuando el niño nació, la chica volvió a casa, y el bebé fue criado por un aya. La embarazada era Carolina Pereira de Eca, quien mantuvo una relación clandestina con el joven hijo de un político y magistrado. El amante, José María de Almeida de Queirós, nacido en Brasil y regresado a Portugal, joven revolucionario y perseguido, debió huir dejando a su amada embarazada y enclaustrada para que nadie lo supiese.

De nada valió para la infancia de Eca que, una vez que se calmaron las aguas, la pareja se casara y tuviera más hijos, sus hermanos. Durante toda la infancia los padres lo dieron a criar, pues luego del aya que lo amamantó fue a parar a las rodillas del abuelo. A los diez años los padres pusieron al futuro escritor a estudiar en Porto, donde se haría muy amigo de Ramalho Ortigao -el hijo de su profesor- para toda la vida.

Luego, al pasar a Coimbra, para estudiar abogacía -como su padre y su abuelo- allí encontró a su verdadera familia: los locos, extraños, delirantes jóvenes intelectuales que, puestos a estudiar Leyes, se rebelaban contra una Universidad mediocre y corrupta, y preferían declamar poesía y discutir metafísica en las escaleras de las iglesias, a la luz de la luna, que atender las aburridísimas clases de profesores con lecciones escritas en folletos que debían aprender de memoria. Entre todos estos amigos, a quienes adoró hasta la muerte, Antero de Quental fue calificado por él como "Santo", por su capacidad de iluminación.

Fue allí que Eca de Queirós descubrió su vocación de escritor.

AMOR OCULTO. En El crimen del Padre Amaro se refleja la costumbre de ocultar a una embarazada para dar en adopción al niño. La propuesta sale del propio Amaro, un cura muy joven, ambicioso, bello y lleno de necesidad sexual. Para Amelia, ante su embarazo, luego de esa larga relación erótica y prohibida con el nuevo cura de la parroquia de Leiría, la solución surge instintiva, sana: que él cuelgue la sotana y se case con ella para amarse libremente y tener el niño que es la misma naturaleza. Pero Amaro, quien en la novela deviene un feroz egoísta, no quiere abandonar su carrera eclesiástica y ser un triste profesor de latín en un liceo, así que consigue ocultar a Amelia y su vientre creciente en un tristísimo caserón, y cuando el niño nace, lo entrega a una nodriza sin leche, una suerte de parca llamada "la desangeladora", por que el niño que cae en sus brazos es para morir. En la primera versión de El crimen del Padre Amaro, salida en Revista Occidental, el cura tira a su propio hijo al río. Los amigos de Eca vieron demasiado siniestro este final y se lo dijeron. La novela fue reescrita muchísimo por el autor, hasta su publicación definitiva en libro. Eca de Queirós era cónsul en Newcastle, -una mezcla de destierro y autoexilio- y lo inquietó que no le llegaran noticias de la publicación de su adorada novela.

Para el escritor, El crimen del Padre Amaro era su obra máxima. Ya había escrito una novela a medias con su amigo Ramalho Ortigao en 1870, El misterio de la carretera de Sintra. Cualquiera que lo lea hoy le sentirá olor a naftalina y mucho del tremendismo del romanticismo tardío. Pero hay también modernidad en esta extraña novela: los autores lo publicaron en el Diario de Noticias como si fueran cartas reales, enviadas por personas que prefieren no darse a conocer, dado que hay un crimen de por medio. Fue tal la conmoción que produjo en Lisboa que muchos lectores del diario nunca pudieron creer que finalmente se tratara de una novela, y hasta hubo cartas de personas que denunciaban haber visto a los personajes culpables. Es una verdadera novela policial y experimental, escrita en su mayoría por Eca, más productivo. Ninguno de los dos sabía cómo iba a seguir su compañero de narración. Tenían claro que sería una historia de amor, adulterio y muerte.

Pero en El crimen del Padre Amaro, Eca lleva hasta las últimas consecuencias sus palabras dictadas en la conferencia dada en el Casino en 1871, durante el ciclo ofrecido por el grupo de jóvenes ruidosos y socialistas que embestían contra el conservadurismo y el letargo de Portugal. La primera charla la dio Antero de Quental, la tercera, el propio Eca. Otra debía darla el judío portugués Salomón Saragga, sobre "Los historiadores críticos de Jesús". Los políticos de entonces clausuraron el ciclo de conferencias en un episodio famoso de censura que aún se recuerda en Portugal. El escándalo fue mayor, las polémicas en prensa mayúsculas. Pero Eca había logrado dictar su conferencia "El realismo como nueva expresión de arte".

El parricida Queirós decía que el Romanticismo establecía "el perpetuo aislamiento del artista en relación con la sociedad, la falta de respeto al trabajo, a la moral". Con él "llega la peor de las cosas, el arte por el arte, sin el beneficio de la influencia benéfica que pueda causar y solo con la impresión de lo que pueda producir". Y continuaba: "El arte debe corregir y enseñar y no estar solo destinado a causar impresiones pasajeras. Si el arte no tiene moral, se pierde".

En El crimen del Padre Amaro la galería de personajes repugnantes es vasta. La colección de curas (con una excepción) los muestra como seres corruptos, hedonistas, hipócritas. Las beatas que zumban a su alrededor no se salvan. Oscilan entre la concupiscencia y la esterilidad moral total. Los escasos personajes que no son hostigados por el látigo de Queirós son los jóvenes. Uno de ellos, el padre Amaro, se deja llevar por la madeja de la corrupción y el narcicismo y abandona a Amelia y a su bebé. Ella jamás deja de ser honesta consigo misma, aunque transgreda las normas de la sociedad. Hay otro personaje, un chico periodista, ex novio de Amelia, que a pesar de sus buenas intenciones estropea las situaciones hasta un punto que parece simbolizar la inutilidad de la prensa y los intelectuales.

El realismo, como forma de combatir la indecencia de una sociedad, se detiene en este libro en esos detalles que pintan un mundo: es francamente admirable la descripción de las comilonas que ingieren los curas, el humo de las soperas, el vino verde que riega los cerebros, el arroz con leche, las barrigas producidas por tanto hedonismo.

REHACER PORTUGAL. La novela que siguió a El crimen del Padre Amaro fue creada bajo esos cánones estéticos. El primo Basilio (1878), escrita enteramente desde Newcastle, donde el triste cónsul añoraba su tierra, trata de recordar, entre la bruma de la Inglaterra industrial y la bruma de su propia memoria, a la pequeña burguesía de Lisboa. Aquí el friso de personajes es más complejo, menos polarizado. La lejanía le hizo bien a Eca de Queirós. Su nueva novela va más allá: además de una trama verosímil y siniestra, refleja los horrores del mundo, bucea en la complejidad humana. Todos los personajes son diferentes. Cuando la escribía, sufría del terrible dilema que después lo llevó a una profunda crisis, de la cual surge su formidable obra fantástica El mandarín (1880).

Cabe preguntarse si es posible realizar literatura realista cuando el escritor se halla apartado por el espacio y el tiempo de aquello que quiere pintar, para cuestionarlo y mejorarlo. Le hacía falta Portugal. Pero eso no resultó un problema. En carta a Ramalho Ortigao encuentra la solución exacta: "A veces no sé cómo me queda valor para entender los disgustos de los personajes, cuando tengo que observarlos a través de la espesura de los míos".

Entonces, en la gris Inglaterra reinventa una Lisboa radiante de sol, donde todos los personajes sudan, gritan, se asoman a las ventanas. El primo Basilio es arte mayor. Desde el comienzo se huele el adulterio: un matrimonio bien avenido -sin hijos- con esposa bella y sensible y lectora de novelas, tiene que separarse transitoriamente porque el marido, un agradable ingeniero, debe ir a trabajar a unas minas al sur. En esos días llega el primo Basilio de Brasil. Ella lo lee en el diario: Eca plantea pronto el problema al lector en todas sus novelas. Basilio, el abrasilerado, será el amante de Luisa, la llevará a alturas eróticas incomparables, pero también será un canalla. La historia de la seducida y el bellaco se ve completada por una soberbia puja entre la bella Luisa, y la horrorosa Juliana, la criada, que descubre los amores culpables y la chantajea hasta enloquecerla.

Es obvio ver aquí un retrato de la "lucha de clases". Además, hay una galería de personajes que visitan la casa, desde una prostituta de lujo amiga de Luisa (inolvidable la escena en que esta mujer come con fruición un bacalao con ajo) hasta la tertulia de los domingos con los amigos del ingeniero, cada uno lleno de prejuicios, manías, olores, corpachones o peladas. Aquí Eca de Queirós introduce un personaje de bonhomía total: Sebastián.

Tanto Luisa como Amelia, las bellas de estas novelas, mueren monstruosas. Son despojadas de su belleza por el esfuerzo del cuerpo, el sufrimiento y la propia muerte, pero también por los desastres de los médicos que, evidentemente, no eran personajes gratos para Eca de Queirós.

Lo curioso es que, desde tiempo atrás, los críticos ven en Eca de Queirós odio y resentimiento contra las mujeres. Vianna Mog, autor de Eca de Queirós, el arquetipo del siglo XIX, sostiene: "En toda su obra no se encuentra un tipo de mujer perfectamente equilibrado. Todas sus figuras femeninas son más o menos degeneradas, más o menos taradas". Si resulta extraña esta frase en 1945, cuánta mayor es la sorpresa en el siglo XXI ante el artículo de Pedro Luzes "Psicoanálisis de Eca de Queirós", en el homenaje de la Revista Camões por el centenario de la muerte del escritor. Luzes ve, en los personajes femeninos de Eca, odio y deseo de venganza contra su propia madre.

ABANDONADAS. Sin embargo la novela clave, donde se da toda la magnitud del problema, es su larga y compleja Los Maia. Tres generaciones de aristócratas, en un mundo egoísta y promiscuo, llevan a que el protagonista, Carlos, un médico inútil, sea un diletante mimado por el abuelo. Su madre había fugado con un casanova llevándose su bebé pequeña consigo y el padre se suicidó. Las culpas de las mujeres en la alta sociedad portuguesa son hostigadas de un modo pérfido. Pero los hombres que crea Eca son bastante más culpables que ellas, y reciben bastante más tolerancia en ese mundo que refleja.

Así, el rico y aristócrata Carlos se cruza por el camino con María Eduarda, una mujer bella, inteligente, que rezuma bondad, pero que es una mantenida por un hombre que ha hecho fortuna en Brasil. Tiene una hija natural, una nena de ojos azules, de otro hombre que la abandonó. No se sabe de dónde viene, qué orígenes tiene. Pero ella y Carlos se aman de verdad y hacen bien el amor. Son la pareja ideal, aunque clandestina. Inevitablemente Carlos se entera (por venganzas e infidencias) que María Eduarda es su propia hermana, la bebé que su madre se había llevado a rastras por Europa y que creció. En lugar de decírselo, se acuesta con ella una vez más, y la ve ya no como su amada, sino como un animal. La abandona y la olvida. Ella no reclama nada: ¡ni siquiera su millonaria herencia, a la cual tiene derecho!

La fragilidad de las mujeres en sociedades injustas y sexistas es uno de los grandes temas de Eca de Queirós que aún lo mantienen vivo, que hacen que se lea y se lo adore en Portugal y Brasil.

El encierro de las mujeres en la vida burguesa, la imposibilidad de trabajar, de estudiar, la dependencia atroz del hombre son aspectos que observa como una maldición de esa sociedad tan enferma.

Su cuestionamiento de la monogamia surge de la dicotomía familia/pasión, en la cual creía. Siendo cónsul en Cuba y en Inglaterra, tuvo amantes importantes, anglosajonas (aquellas recordadas rubias). Pero la soledad lo comprimía y, ya treintón, en carta a un amigo, describe a la mujer ideal con la que le gustaría casarse. A pesar de que utiliza los adjetivos "inteligente" y "firmeza", la mujer ideal como esposa era para él una especie de enfermera que jamás lo abandonase.

FINAL FELIZ. Parece haber encontrado ese modelo en la redondita condesa Emilia, portuguesa, por supuesto. La novela La ciudad y las sierras, la última que escribió, es una declaración de su vida que declinaba. En la primera parte, Jacinto, un millonario portugués que vive en París, disfruta de todo el glamour de una ciudad de espantapájaros y de la tecnología con la que ya atomizaba el inminente siglo XX. La casa de Jacinto, "el 202", llena de inventos, es un engendro propio de Frankenstein. La escena en que el pescado se queda atascado en el ascensor y todos los comensales, de gala, pretenden rescatarlo, es apoteósica. Pero Jacinto decide ir a ver sus propiedades en Portugal con su amigo íntimo. Tras un pasaje en tren por España con pérdida de maletas -de un humor insólito en un escritor próximo a la muerte- llega por fin a sus posesiones, que están ruinosas, pero cuya naturaleza es un paraíso. Con la primera cucharada de sopa humeante se da cuenta de que su lugar está allí. Y con el conocimiento de la prima del amigo, una chica tan rozagante como la condesa Emilia, decide quedarse en Portugal, casarse y tener hijos. Eso sí: el rico propietario quiere poner baños en las miserables casas de los jornaleros, sacarlos de la mugre, porque esa es la meta de los avances tecnológicos: mejorar la vida humana, y no enviar pescados en ascensor.

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