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Muerte de un maestro

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Hugo Fontana

ALAS 9 DE LA MAÑANA del 13 de octubre de 1909 Francisco Ferrer Guardia fue fusilado en el foso de Santa Amalia de la prisión de Montjuic, en Barcelona. Había sido acusado de protagonizar y liderar los sangrientos episodios de lo que dio en llamarse la Semana Trágica, que corrió entre el lunes 26 y el sábado 31 de julio de aquel año. En 1901 Ferrer había fundado la Escuela Moderna en la capital catalana, un experimento pedagógico que contrariaba radicalmente el clericalismo reinante en aquella no tan lejana España; con ese acto había comenzado su largo camino hacia la pena capital.

Nacido en 1859 en Alella en el seno de una familia muy religiosa, en su temprana juventud se había trasladado a Barcelona para trabajar y estudiar en una escuela nocturna, donde adquirió los primeros fundamentos antimonárquicos y adhirió al Partido Republicano Progresista fundado por Ruiz Zorrilla, con quien debió exiliarse en París a mediados de los 80 del siglo XIX. Casado, con tres hijas menores (Trinidad, Paz y Luz), el perfil apasionado de Ferrer queda de manifiesto en un incidente equívoco y violento: decidido a separarse de su esposa, Teresa Sanmartí, ésta lo atacó a balazos el 12 de junio de 1894. Solo un proyectil llegó a rozarlo, pero el suceso se hizo público en la prensa parisina, otorgándole a Ferrer sus primeros escarceos con la fama. En 1899 se vuelve a casar, esta vez con Leopoldine Bonnard, una maestra anticlerical que le daría un hijo varón, Riego, y de la que tiempo después, ya de regreso en Barcelona, también se separaría.

Por aquel entonces comenzó a darle clases de castellano a Ernestina Meunier, una millonaria francesa que a su muerte en abril de 1901 le dejaría en herencia una lujosa mansión gracias a la cual podría al fin concretar su sueño más deseado: la fundación de una escuela de corte racionalista, anticlerical y antimilitarista, basada en principios científicos y humanistas. Tras su militancia política, de la que se había distanciado en la capital francesa, Ferrer había llegado a la conclusión de que todo intento revolucionario estaría condenado al fracaso si antes no se ofrecían contenidos educativos a los hombres del futuro."Cualquier partido, sea cual sea, es un obstáculo a la tarea educativa emprendida por la Escuela Moderna", llegó a declarar una vez, y a esa labor se dedicó con vehemencia.

Religiosos y analfabetos. Según los datos ofrecidos por William Archer en su clásica biografía Vida, proceso y muerte de Francisco Ferrer (recién publicada en español), cuando Ferrer abrió las puertas de su Escuela Moderna el 50% de una población de veinte millones de españoles era analfabeta, y había en el país 41.526 monjas y 12.801 curas, más de 3.000 conventos y casi 800 monasterios. Las distintas congregaciones de la Iglesia Católica tenían además un enorme peso económico, con inversiones en las más diversas áreas, entre ellas las minas de oro que España explotaba en suelo marroquí. Y más allá del carácter confesional de la educación de aquellos tiempos, las escuelas se hallaban en pésimas condiciones edilicias e higiénicas. El propio Ministerio de Instrucción Pública reconocía que "hay escuelas mezcladas con hospitales, con cementerios, con mataderos y con establos".

El 8 de setiembre de 1901 treinta niños de ambos sexos concurrían por primera vez a la recién inaugurada Escuela Moderna. Esa cantidad de alumnos no creció significativamente en los cinco años que duró la experiencia, pero para 1906 el Auditor General reconocía que solo en Barcelona se habían abierto cuarenta y siete "sucursales" de la Escuela, y el ejemplo se propagaba por todo el país. Ferrer trataba de implementar las principales tradiciones de la pedagogía moderna iniciada por Jean-Jacques Rousseau en el siglo XVIII, y una de las primeras tareas que se planteó fue la de montar una editorial donde publicaría textos de, entre otros autores, Élisée Reclus, Anatole France, Herbert Spencer, Piotr Kropotkin, Máximo Gorki y León Tolstoi, además de especialistas en educación de toda Europa y Estados Unidos. Para ello nombró al frente de la tarea a Anselmo Lorenzo, veterano anarquista que había fundado en 1871, por encargo de Mijail Bakunin, la filial española de la Primera Internacional. También editaban un boletín periódico, generalmente escrito por el propio Ferrer, al que éste daba particular importancia.

En uno de los salones del edificio escolar trabajaba también un joven bibliotecario y traductor de nombre Mateo Morral. Estaba enamorado de una de las maestras que impartían clases, la bellísima Soledad Villafranca, y cuando le declaró su amor ella debió confesarle que había comenzado una relación de pareja con el propio Ferrer. Pero el incidente no habría sido recordado si, pocos días más tarde, el 31 de mayo de 1906, Morral no se hubiera dirigido a Madrid y atentado con una bomba Orsini, envuelta en un ramo de rosas, contra el cortejo que trasladaba a los recién desposados Alfonso XIII y la princesa inglesa Victoria Eugenia.

La Liga Internacional. Morral se suicidó antes de ser capturado por la policía pero pocos días más tarde Ferrer, al tanto de que se lo intentaba involucrar en el episodio, se entregó voluntariamente a la policía y la Escuela Moderna fue clausurada. El juicio que se le instruyó comenzó recién el 3 de junio de 1907, tras haber permanecido casi un año en prisión, y nuevamente la fama golpeó a sus puertas. La prensa nacional e internacional lo llegó a comparar con Dreyfus y su nombre recorrió la península de una punta a la otra. Finalmente fue declarado inocente pero cuando volvió a estar en libertad se encontró vigilado noche y día, y despojado del sueño de toda su vida.

En el capítulo final de su libro La escuela moderna escribiría que sus enemigos, "que lo son todos los reaccionarios del mundo, representados por los estacionarios y los regresivos de Barcelona en primer término y luego de toda España, se creyeron triunfantes con haberme incluido en un proceso con amenaza de muerte y de memoria infamada y con cerrar la Escuela Moderna; pero su triunfo no pasó de un episodio de la lucha emprendida por el racionalismo práctico contra la gran rémora atávica y tradicionalista. La torpe osadía con que llegaron a pedir contra mí la pena de muerte, desvanecida, menos por la rectitud del tribunal que por mi resplandeciente inocencia, me atrajo la simpatía de todos los liberales, mejor dicho, de todos los verdaderos progresistas del mundo, y fijó su atención sobre la significación y el ideal de la Escuela Moderna...".

Hábil financista, en esos años Ferrer había hecho algunos negocios más que fructíferos especulando en la Bolsa, y la acotada herencia que había recibido de su alumna Meunier se había multiplicado generosamente. Compró un establecimiento rural a 25 kilómetros de Barcelona, en Montgat, al que bautizó Mas Germinal, y allí fue a vivir con su hermano José y su cuñada, y con la hermosa Soledad. Durante dos años viajó por Europa y fundó la Liga Internacional para la Educación Racional de la Infancia con delegados de Alemania, Inglaterra, Italia, Bélgica y Suiza, y el cargo de presidente de honor fue ocupado por el escritor Anatole France.

Fue una época de paz, de descanso, de reconocimiento, de contactos con otros pedagogos, de amor. A fines de abril de 1909 está de visita en Londres con Soledad y planea permanecer allí unos meses ultimando detalles de un ambicioso plan editorial, pero a mediados de junio se entera de que su cuñada y una sobrina menor, que residen en la finca de Mas Germinal, están gravemente enfermas. Decide entonces interrumpir su estadía londinense y volver a España.

Los exiliados de Teruel. En la región del Rif, Marruecos, cercana a la localidad de Melilla, hay unas minas de oro que algunos colonos explotan con muy buen rédito. Se sospecha que la compañía minera pertenece a los jesuitas. El 9 de julio, bandas de bereberes atacan a un grupo de obreros que están construyendo una línea ferroviaria y matan a cuatro españoles. El gobernador militar de Melilla organiza una expedición, pero pronto se da cuenta de que sus soldados son pocos y de que están mal pertrechados. De inmediato solicita a sus superiores en España el envío de hombres, los que son reclutados compulsivamente entre las clases de menores ingresos: las familias acomodadas pueden pagar las 1.500 pesetas exigidas para eximir a sus hijos de semejante misión. En Barcelona, las primeras en movilizarse en contra de la leva son las mujeres: se niegan a que sus hijos o sus esposos vayan a combatir: no solo corren peligro de muerte sino que las hunden a ellas aun más en la pobreza. Pronto el movimiento toma un decidido cariz político y un comité llama a la huelga general para el lunes 26. Y pronto se desata la violencia.

Las revueltas cesan el sábado 31 con un saldo, según cifras oficiales, de 104 civiles y ocho policías muertos, cerca de 2.000 detenidos de los cuales 600 serán condenados, 59 a cadena perpetua y 17 a la pena máxima (cinco fueron ejecutados), y el incendio de 80 monasterios, iglesias e instituciones católicas. De los civiles, cuatro fueron religiosos que murieron a manos de los insurrectos.

Mientras tanto, sabiéndose vigilado por la policía, Ferrer se había refugiado en casa de unos amigos y prácticamente no tuvo participación en los incidentes, más allá de sus permanentes intentos por mantenerse informado. Pero a medida que se desarrollaban los hechos, un insistente rumor recorría las calles barcelonesas: Ferrer estaba en uno y otro lado, comandaba grupos de revoltosos, dirigía sus acciones, integraba los piquetes que incendiaban iglesias, daba órdenes, elaboraba estrategias de lucha, las llevaba a la práctica. El viejo odio que había generado desde su Escuela Moderna comenzaba a tejer una trama fantástica e insidiosa.

Una vez concluidas las protestas y vuelta la calma, la policía se puso tras los pasos de Ferrer y un decreto del Gobierno de la Provincia ordenó a Anselmo Lorenzo, Soledad, José Ferrer, su esposa y otros cercanos al maestro, retirarse a "una distancia no menor de 245 kilómetros y no mayor de 250 kilómetros de la ciudad de Barcelona". Finalmente fueron llevados a Teruel, donde debieron permanecer semanas enteras.

"Hasta luego". Ferrer fue detenido por unos campesinos el 31 de agosto de 1909 y entregado a la policía. Fue llevado a la comisaría central de Barcelona, despojado de su ropa y cubierto con un mugriento sayal demasiado chico para su talla, el que debió vestir hasta su muerte, incluso cuando tuvo que presentarse ante el tribunal. Trasladado a la Cárcel Celular, fue encerrado "en una celda secreta, repugnante, fétida, fría, húmeda, sin aire ni luz", tal como él mismo cuenta en carta a su amigo inglés, el también pedagogo William Heaford.

El juicio fue una fantochada que incluso terminó costándole el cargo a Antonio Maura, gobernador de Cataluña, destituido por Alfonso XIII cuatro días después del fusilamiento. El 11 de octubre, ya en la fortaleza de Montjuic y dos días antes de su muerte, Ferrer le escribió una carta a su amada Soledad, donde traza algunas consideraciones sobre educación ("El hombre al que preguntaron a qué edad debía comenzar la educación del niño, tuvo razón al afirmar: `desde el momento en el que nace su abuelo`") y que termina con una frase obviamente escrita ante la presencia de sus carceleros: "No puedo continuar, se llevan mi vida. F. F.".

No obstante en la tarde del 12, y tras rechazar firmemente los servicios religiosos que le ofrecieron una y otra vez en la prisión, vuelve a escribir a su compañera. "Pero, me preguntarás, ¿nunca piensas en la muerte que ha exigido el fiscal y con la que tanto sueñan tus enemigos? En absoluto, esposa mía, en absoluto. ¿Quién puede pensar en la muerte cuando el sol brilla con tanta intensidad? ¡Bendito sea el sol que ilumina mi celda y bendita seas tú, Sol, que iluminas mi alma y mi conciencia, con el amor de la verdad que se nutre del deseo del bien! (...) No sufras, mi vida, ni permitas que sufran tus compañeros de exilio, creyéndome enfermo o desdichado. (...)En mi carta de ayer ya te decía hasta luego. Te amo y amo a cuantos me amaron. F. Ferrer".

VIDA, PROCESO Y MUERTE DE FRANCISCO FERRER GUARDIA, de William Archer. Tusquets. Primer edición en castellano, 2010. Barcelona, 336 páginas. Distribuye Urano.

Frío, racional, justo

WILLIAM ARCHER nació en Escocia en 1856 y falleció en 1924, tras desplegar una extensa carrera como dramaturgo, crítico teatral y periodista. Fue también uno de los principales traductores de Henrik Ibsen al inglés y, por algunos años, amigo cercano de George Bernard Shaw. En 1911 la revista para la que trabajaba, la McClure`s Magazine, lo envió a España para recoger información y escribir sobre el fusilamiento de Francisco Ferrer Guardia. No tardó mucho en darse cuenta de que el maestro era inocente de los delitos por los que había sido ejecutado, y de que el juicio militar al que había sido sometido no era más que una virulenta venganza por la labor de Ferrer al frente de su escuela.

El libro que finalmente terminó escribiendo demoró casi un siglo en ser traducido al castellano, lo que también es altamente significativo. Archer no traza en momento alguno una apología de Ferrer en su carácter de pedagogo ni en sus virtudes intelectuales ni en sus perfiles humanos más conocidos. Como buen británico, es frío y racional a la hora de evaluar la contribución de Ferrer a las ciencias de la educación, a la hora de citar algunas anécdotas privadas del catalán -las que generalmente elude o desatiende- y más que frío y racional en el momento de analizar en detalle las incidencias del juicio, los informes de la acusación, el carácter de los jueces, del fiscal, de los testigos y hasta del propio abogado defensor. Su ideología es próxima a la de un buen socialista europeo, por lo que jamás muestra la menor simpatía por ninguno de los preceptos del anarquismo. Pero todo ello le permite posicionarse como un crítico legalista que puede señalar sin la menor duda las barbaridades que acompañaron todo el proceso por el que Ferrer fue condenado. El volumen se cierra con unas largas cuarenta páginas en las que Archer reproduce la "Causa instruida y fallada por la jurisdicción de guerra de Barcelona", con la respectiva acusación del fiscal, dictámenes y sentencia.

La gran virtud del libro no pasa solo por la empeñosa objetividad de su autor sino por la cercanía con los hechos, aunque ello pueda haberse convertido con el paso de los años en su mayor defecto. Si bien Archer tuvo contacto directo con allegados, amigos y familiares de Ferrer, y visitó buena parte de los lugares donde se había desarrollado la tragedia, carece de una información que se fue acumulando lentamente y a la que no podía tener acceso. De todos modos, Vida, proceso y muerte de Francisco Ferrer Guardia es un documento excepcional, que contribuye además a la revisión de algunas figuras y de algunas corrientes ideológicas que en gran parte del siglo XX fueron acalladas por unos y otros totalitarismos.

Las flores y el fuego

HIJO DE un acaudalado empresario textil catalán, a los 25 años Mateo Morral era un joven de estatura mediana, flaco, de ojos oscuros, con el rostro demacrado, grandes ojeras y un pequeño bigote negro. Cuando llegó a Madrid en mayo de 1906 con el único objetivo de matar al rey Alfonso XIII y a su esposa, vestía con elegancia y alquiló una pieza en el cuarto piso de una pensión que daba a la calle Mayor, por donde pasaría el cortejo nupcial. En los días previos al atentado frecuentó La Horchatería de Candelas, en la calle de Alcalá, donde se reunían por aquel entonces algunos de los escritores y artistas más reconocidos del momento, la flor y nata de la Generación del 98, entre ellos Azorín, Ricardo y Pío Baroja, y Ramón María del Valle-Inclán.

Pocas horas antes del atentado Morral compró en una farmacia un frasco de cápsulas de Sándalo Pizá, otro de permanganato y una jeringuilla de cristal, con lo que intentaba combatir una dolorosa gonorrea, y antes de encerrarse en su habitación envió por correo un sobre con tres tarjetas postales que dirigió al siguiente destinatario: "Srta. Doña Soledad Villafranca. Paseo del Monte 56. Barcelona". Temprano en la mañana envolvió una bomba tipo Orsini con un ramo de rosas, y la dejó caer desde su balcón al paso de la comitiva real. Los monarcas resultaron ilesos pero la explosión causó la muerte de más de 60 personas que se agolpaban en las veredas para saludar. Algunos días después, tras ser reconocido gracias a una foto publicada por el diario ABC, y a punto de ser detenido por la policía, se pegó un balazo en el corazón.

Pío Baroja publicaría dos años después la novela La dama errante, inspirada en aquellos episodios, y Valle-Inclán escribiría uno de sus poemas más conocidos, "Rosa de llamas", cuyas dos últimas estrofas dicen: "En mi senda estabas, mendigo escotero,/ Con tu torbellino de acciones y ciencias:/ Las rojas blasfemias por pan justiciero,/ Y las utopías de nuevas conciencias.// ¡Tú fuiste en mi vida una llamarada/ Por tu negro verbo de Mateo Morral!/ ¡Por su dolor negro! ¡Por su alma enconada,/ Que estalló en las ruedas del Carro Real!...".

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