Pedro da Cruz
LAS OBRAS por las que el plástico uruguayo Gonzalo Fonseca (1922-1997) fue considerado un artista de proyección internacional fueron sus esculturas en piedra, que comenzó a realizar hacia 1970, luego de establecerse en Toscana en las cercanías de las míticas canteras de mármol de Carrara. Fonseca arribó en 1968 a la localidad de Pietrasanta, lugar de encuentro de canteros y escultores ya antes de que Miguel Ángel usara el mármol de la zona para realizar sus esculturas. Allí, escultores de reconocida trayectoria como Jacques Lipchitz, Isamu Noguchi y Henry Moore habían establecido sus talleres. Cerca de ese sitio, en el municipio de Seravezza, adquirió el Loghetto, una vivienda-taller con cantera propia, que desde entonces sería uno de los puntos de referencia -el otro fue Nueva York- de su actividad artística durante casi tres décadas.
Las esculturas de Fonseca, la faceta de su obra con menos presencia en Uruguay, son difíciles de clasificar. En los trabajos de menor formato el artista mantuvo por lo general el carácter de bloque, picando y trabajando la piedra de distintas maneras para conformar pequeñas superficies, planos inclinados y formas escalonadas, a las que luego agregaba elementos -no sólo de piedra, sino también de madera, cuero o metal- que "habitaban" los espacios y las formas.
Las obras de mayor formato, de dos o tres metros de altura, adquirieron un carácter de muro, ya que fueron compuestas con varios bloques que al ser alineados conformaban una superficie. Un rasgo común a las esculturas de ambos formatos es la íntima cercanía con la arquitectura -aunque sin espacios interiores-, en la que la idea de construcción siempre está presente.
Ciertos elementos formales, como nichos, rampas, desniveles, escalones, concavidades prismáticas o esféricas, son recurrentes, así como las formas esféricas, prismáticas y figurativas que el artista iba integrando en el conjunto. El resultado son construcciones que evocan restos de civilizaciones arcaicas, arqueologías fantásticas, suma de elementos arquitectónicos -piazzas, columnas, obeliscos, arcos, nichos- que recrean lugares destinados a celebraciones y cultos sagrados, remembranzas de templos, monumentos, tumbas y altares. Este universo singular de formas fue surgiendo paulatinamente a partir de una suma de experiencias vividas por el artista durante diferentes etapas de su trayectoria.
DE LA FACULTAD AL TALLER. Ya de niño Fonseca mostró gran interés por textos sobre mitología, arqueología e historia, y siendo adolescente hizo sus primeros intentos de tallar la piedra. Cuando comenzó sus estudios universitarios eligió la carrera de arquitectura, pero después de tres años, en 1942, decidió abandonar la Facultad y dedicarse a la actividad artística. Ese mismo año había conocido a Torres García, lo que posiblemente contribuyó a que decidiera cambiar la orientación de sus estudios. Poco después se integró al recientemente creado Taller Torres García (TTG), del que sería uno de los miembros más destacados. La vivencia de participar en las actividades del TTG, un proyecto pedagógico de carácter único para su época, sería de importancia fundamental para el desarrollo de su vocación.
Fonseca participó activamente en las actividades de proyección pública del TTG, como por ejemplo una serie de exposiciones colectivas en Uruguay y el exterior. También realizó dos de los veintisiete murales que Torres García y sus alumnos pintaron en 1944 en el Pabellón Martirené del Hospital Saint-Bois en Montevideo: "Café y Ciudad". Este último, que como la mayoría de los otros murales fue removido y restaurado, ha sido expuesto recientemente en el Museo Nacional de Artes Visuales, en una de cuatro muestras simultáneas organizadas bajo el título común Gonzalo Fonseca. Sobre los muros. En este evento múltiple también se ha presentado un número importante de las pinturas realizadas por Fonseca durante los años en que fue miembro del Taller. Una de sus pinturas más emblemáticas de este período es Mapa de América del Sur (1950), en la que colocó en los correspondientes lugares geográficos de ciertas culturas precolombinas y amazónicas, nombres y distintos elementos que las evocan, mientras que en el territorio correspondiente a Uruguay pintó un pez de tipo constructivo y la sigla TTG junto a la costa. Un año después del fallecimiento de Torres García en 1949, fue el primero de los miembros del Taller que abandonó Uruguay para iniciar un estilo de vida errante durante varios años.
Valorando la experiencia de Fonseca en el TTG desde la perspectiva de su obra posterior, se destaca la persistencia de dos de las ideas centrales de la concepción torresgarciana: el sentido de construcción -rasgo dominante de las mencionadas esculturas de piedra- y la idea del universalismo. También es evidente la vigencia del interés por el arte público monumental, de lo que son ejemplo los murales de piedra. En el plano de la práctica artística, la pertenencia del artista al TTG fue importante por la diversidad de técnicas que practicó durante esos años: la pintura en primer lugar, así como el uso de la madera, material que seguiría usando durante las décadas siguientes en la construcción de relieves y objetos. Como otros miembros del Taller, también realizó murales de mosaico, piezas de cerámica y metal, grabados en hueso, e incluso pintó estructuras constructivistas sobre las superficies de armarios y otros muebles.
VIAJES ARQUEOLÓGICOS. Durante los numerosos viajes que realizó en distintas épocas, Fonseca fue adquiriendo un cúmulo de conocimientos sobre diferentes culturas del presente y el pasado. Estudió in situ ejemplos de distintas tradiciones arquitectónicas: la clásica, la precolombina y la árabe, y participó incluso en excavaciones arqueológicas. El primer viaje a Europa lo realizó con su familia cuando tenía diez años, y el primer periplo por Bolivia y Perú -donde visitó Cuzco y Machu Picchu- lo emprendió junto a sus compañeros del TTG Julio Alpuy, Sergio de Castro y Jonio Montiel en 1946. Tres años más tarde volvió a visitar la región.
Cuando dejó Uruguay en 1950 fue para comenzar un largo viaje por Europa, Oriente Medio y el norte de África. Partiendo desde Roma visitó Sudán, Egipto, Jordania, Líbano, Siria y Turquía. Durante los años siguientes vivió en Grecia, Roma y Madrid, para finalmente radicarse en París durante tres años, de 1953 a 1956. Alternó la práctica de la pintura y la cerámica -sus medios de vida- con nuevos viajes a Marruecos y Jordania, donde participó de las excavaciones realizadas por la arqueóloga Kathleen Kenyon en la antigua ciudad de Jericó. Durante la década siguiente viajó nuevamente por América Latina, visitando primero Perú y la selva amazónica, y luego Guatemala y México, donde recorrió la península de Yucatán. Y en los años 70 realizó dos viajes a la India, país en el que permaneció tres meses visitando canteras y lugares con restos arqueológicos.
Durante sus numerosos viajes, Fonseca llevó diarios, con forma de cuadernos, en los que dibujaba motivos e impresiones de los lugares que iba visitando. Esos cuadernos serían una fuente de inspiración de ideas y formas que luego integró en los motivos de sus dibujos y esculturas, tanto referencias a lugares y construcciones específicas, como evocaciones de carácter más general de ambientes y detalles arquitectónicos reales o fantásticos. Pero las referencias no son nunca literarias. Una postura similar a la que Torres García había tenido en relación al arte precolombino, cuando en 1939 escribió en Metafísica de la prehistoria indoamericana: "Y no tengo que decir, que nuestro arte no debe tomar, ni una sola línea, ni un solo motivo del arte incaico, ni de otro de América del Sur. Dado la regla, tenemos que crear con materiales propios y según la propia inspiración".
MONTEVIDEO-NUEVA YORK-MÉXICO D.F. En 1956 Fonseca abandonó París y regresó a Montevideo junto a Elizabeth Kaplan, pintora de Estados Unidos con la que se había casado poco antes en Tánger. Se establecieron en Carrasco, en un entorno casi campestre, pero la estadía en Uruguay fue corta, de sólo un par de años. De esa época se conserva una foto de Fonseca, la mirada fija en la cámara, parado en la puerta de su taller, con el cuerpo literalmente cubierto de objetos de madera que cuelgan de su cuello. El artista asume, en lo que semeja una performance sin público, y cubierto con las formas que ha creado, el papel de hacedor, un chamán de tipo contemporáneo. Las maderas trabajadas son como un alfabeto de formas, las que en diferentes variantes integraría en las obras en madera que creó durante la década siguiente. Ese es por ejemplo el caso de Pilar (1961), en la que varias formas fueron incluidas en cavidades en un cuerpo central, mientras que otras formas cuelgan sobre la superficie de dicho cuerpo, una variante no figurativa de la composición que Fonseca había realizado sobre su propio cuerpo en la mencionada foto de 1957.
Luego de que se radicara con su familia en Nueva York en 1958, a Fonseca se le ofrecieron posibilidades de desarrollar su interés por el arte público, interés que había adquirido en el ámbito del TTG. En 1959 las autoridades de la New School of Social Research de Nueva York le encargaron un mural de más de dos metros de altura, el que realizó en estilo constructivista usando mosaico vidriado. Unos años más tarde participó en un importante proyecto de planificación urbana en Reston, Virginia, donde realizó tres espacios de carácter público con componentes esculturales: The Building, Underpass y The Sunboat (1965). Con ocasión de la realización de los Juegos Olímpicos en México, construyó Torre (1968), una escultura penetrable de hormigón de doce metros de altura, parte del proyecto escultórico Ruta de la Amistad en Ciudad de México.
En otras obras que Fonseca realizó en los años 60, paralelamente a los proyectos de arte público, la madera es el material dominante. En el aspecto formal las formas tienden a liberarse del plano, lo que es evidente en los relieves de esa época, los que -aunque aún continúan siendo planistas- ya contienen elementos escultóricos. De los relieves de gran formato con elementos incluidos se destacan Parafernalia (1962) y Columbario no. 1 (1966). Otra variante de menor formato son las "cajas" de madera de poca profundidad que contienen elementos tridimensionales incluidos a posteriori, como Caja de música, Péndulo (ambas 1967) y Ventana (1972).
PREDICCIONES DE PIEDRA. El establecimiento de Fonseca en Pietrasanta, donde viviría durante largos períodos alternados con estadías en Nueva York, marcó el inicio de su trabajo sistemático con la piedra, material principal del corpus de la obra que crearía durante las tres décadas siguientes. Sus trabajos han sido caracterizados como esculturas arquitectónicas, o arquitecturas escultóricas, e interpretadas como ruinas del futuro, restos de civilizaciones que aún no han surgido, universos fantásticos poblados de fortificaciones derruidas, templos abandonados, obeliscos, laberintos y naves encalladas.
Considerando la condición de viajero incansable de Fonseca, y sabiendo los lugares que recorrió, es posible asociar la mayoría de los motivos de sus esculturas con elementos provenientes de diversas culturas, aunque no de alguna cultura en particular, sino acumulados unos sobre otros como estratos arqueológicos. Los elementos escultóricos apuntan al pasado remoto de las primeras civilizaciones de Mesopotamia y Egipto, las culturas clásicas de Grecia y Roma, o las civilizaciones que poblaron el Tahuantisuyu incaico.
Las obras no aceptan una interpretación excluyente, sino que son expresión de la voluntad del artista de apelar a las asociaciones que puedan despertar en quien las contempla. De esta forma una escultura como Khasma (1990) recuerda la explanada de una acrópolis (ciudad alta), con un obelisco -el onphalos griego- que marca el centro del mundo. Elemento que a su vez también evoca la Intiwatana ("poste donde se amarra el sol"), el centro del mundo incaico, tallado en la roca viva de Machu Picchu. Otro de los motivos de la misma escultura es un pie humano, una posible referencia a uno de los restos de una estatua colosal del emperador romano Constantino que se conserva en el patio del Palacio de los Conservadores en la cima del monte Capitolio, que Fonseca no puede dejar de haber visto en sus repetidas visitas a Roma.
Un caso de referencia a una construcción en particular es La torre de los vientos (1974), con los nombres de cuatro vientos (Bóreas, Eurus, Noto y Zephirus), inscritos en los lados de la escultura de base cuadrada, evocación de la torre de base octogonal del mismo nombre construida en el siglo I a.C. por el astrólogo Andrónico en Atenas. Las referencias a las culturas mediterráneas son múltiples, de las inscripciones talladas en la piedra, que semejan las inscripciones en fachadas de edificios clásicos, a los columbarios, grupos de formas que recuerdan un palomar, de donde derivó el nombre de los nichos superpuestos de los cementerios romanos. Estas últimas formas también aparecen en obras referidas al ambiente urbano moderno, las "fachadas" que compuso alineando bloques prismáticos de piedra con elementos incluidos, por ejemplo Great Jones Street (1996), obra en la que recreó de forma muy libre el ambiente de la calle en la que vivía en Nueva York.
DIBUJOS HABITADOS. Uno de los aspectos menos conocidos de la obra de Fonseca son los dibujos a lápiz y tinta que realizó a partir de fines de los años 60, coincidiendo en el tiempo con el comienzo de su trabajo en Italia con las esculturas en piedra. Una característica importante de los dibujos, cuyos motivos en muchos casos son similares a los motivos de las esculturas, es que no fueron creados como bocetos de estas últimas, sino como obras de carácter independiente. La mayoría no tiene título, y son más narrativas que las esculturas. Muestran escenas de un pasado de abandono o destrucción, luchas entre centauros armados con hondas y aves amenazantes, explanadas vacías y fortificaciones semiderruídas, que sin embargo parecen estar siendo reconstruidas, como en escenas posteriores a una catástrofe. Una diferencia fundamental con las esculturas es la presencia de la figura humana.
Las personas actúan, solas o en grupos, entre restos de antiguas culturas en ciudades fantasmales, observan, construyen o se enfrentan. Un combate o competencia parece ser el tema de un dibujo de 1977 (dedicado a su hija Isabel), en el que un gran número de figuras con sombreros cónicos se agrupan bajo águilas y estandartes imperiales. No falta un toque de humor, cierta toma de distancia, un guiño cómplice a quien pueda entender la frase escrita en uno de los estandartes: "Pan fresco, salchicha y butifarra".
Un dibujo de 1971, en el que en medio de un paisaje se ve una explanada de piedras rectangulares rodeada de laberintos circulares, puede despertar asociaciones referidas tanto al pasado (el laberinto de Minos en Creta) como al presente de los años 70 en Estados Unidos: la ciencia ficción, los cómics y expresiones del arte contemporáneo como el Land Art, especialmente los environments compuestos con círculos de piedra de Robert Smithson y Richard Long.
Una versión futurista de fachadas talladas directamente en la roca, como en el sitio de Petra en Jordania, es el tema de un dibujo acuarelado de 1977 (con agregados de 1982), en el que según las anotaciones del artista algunos de los motivos de sus esculturas (columbarium, fosas seráficas, piedra cansada, etc.,) ocupan lugares determinados en una colina. El motivo es un posible boceto de una idea que Fonseca parece haber tenido ya en la época en que pertenecía al TTG: "intervenir" las laderas de un cerro en Tacuarembó. Proyecto que, de haberse concretado, hubiera sido no sólo un regreso a Uruguay, sino también un regreso al futuro.