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El italiano errante

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EL 2 DE ENERO de 2003 a las cuatro de la tarde, en Bergamo, Lombardía, el Teatro del Vento puso en escena "lo spettacolo Natale a Montevideo" (Navidad en Montevideo), una obra infantil de un tal Lando Francini en la que un marinero llamado Antonio Palmera cuenta a un niño pobre su gran aventura. En la historia, que transcurre en 1956, un viento terrible hace volar por el cielo a la ciudad de Montevideo. La idea de la obra —aclara el programa—, proviene de la música de Paolo Conte que, además, se escuchaba durante el espectáculo. La reseña de la función rezaba: "Palmera es un emigrante que cuenta a un niño sobre ese mundo que está allende el mar, una Sudamérica mítica que tiene el sabor de la canción de Conte".

Conte es un mitificador excelso que, entre otras cosas, es capaz de "instalar" la geografía rioplatense entre gente, como el tal Francini, que se ve que nunca pisó suelo americano. América del Sur es en su música, como dice la canción "Sudamerica": "El ancestral gesto tropical que esperaba al exilado". Lejos de ser un paisaje postal, un coqueteo extravagante, América es una clave y un horizonte en la obra de Conte.

LA ESCUELA MARXISTA. No disgustaría a Paolo Conte que se lo comparara con Groucho Marx. También Groucho parecía una copia, una cita andante, una caricatura cuyo original debía estar ahí, aunque nadie recuerda dónde. Era esa construcción del personaje lo que lo distinguía del parodista y nos permite aún hoy disfrutarlo y divertirnos con su sátira. Las canciones de Conte tienen también ese lúcido, irónico, cínico y sensual movimiento: algo nos recuerdan, en algún lugar ya las escuchamos, pero dónde, cuándo. Acaso las mejores melodías del repertorio popular aspiran a eso, a crear otro mundo, ese otro mundo que también habitamos, extrañados y felices.

Paolo Conte tiene 66 años, vive en Asti, Piemonte, una región conocida por el vino Barbera. Es el único cantante italiano capaz de llenar teatros en París, Londres o Berlín, y Roma, claro. Recién hace cinco años una primera recopilación de sus canciones (The best of Paolo Conte) se conoció en Estados Unidos y hace dos colmó un teatro neoyorkino de dos mil butacas, aunque recién ahora se espera la llegada de su última recopilación (Reveries, Nonesuch Records 2003) en el Río de la Plata. Aunque no hay ningún dato de que este músico, pintor y abogado haya estado aquí, su música tiene mucho que ver con estas costas y trae las influencias del acordeón circense de Nino Rota, tal como lo tenemos escuchado en las películas de Fellini; la guitarra gitana de Django Reinhardt; el bandoneón que Piazzolla buscó en Arolas y la ácida ironía de los tangos berlineses de Kurt Weill.

Conte, que en sus inicios alternó el piano que hoy es su marca de estilo en la música popular italiana con el vibráfono, suele acompañarse, cuando no canta, con otro instrumento caro al mundo del circo: un kazoo con el que dobla el juego de citar una melodía dentro de otra, hasta que un saxo al viejo estilo Sidney Bechet continúa la línea.

Catalogado con facilidad por la prensa norteamericana, francesa y londinense como un exponente de ese desfile interminable de la "world music", Conte atrae a los más despistados por su aire a Tom Waits y sus instrumentaciones que recuerdan por momentos el hobby musical de Emir Kusturica. Sin embargo, sus canciones abrevan en una tradición que tiene un lejano espíritu portuario, ligada al cabaret y, en particular, a la poesía sentimental que intuimos a través del tango.

LA OTRA VIDA. Paolo Conte es el hijo mayor de un escribano que le enseñó a su vástago el jazz de los años 30, al que Conte rinde riguroso culto en muchas de sus composiciones y arreglos. Durante el fascismo, cuando los soldados americanos aún no habían desembarcado en la península ni habían inundado a Italia de Lucky Strike, de Coca Colas y de la música de Duke Ellington y Louis Armstrong, la familia de Conte mantuvo escondidos los discos de Fats Waller que, como todo lo norteamericano, había sido prohibido por las huestes de Mussolini. Esas fueron las primeras lecciones de Conte y su hermano Giorgio, con el que mantendría una banda de jazz hasta entrados los años 70.

Desde un principio la música de Conte es un mosaico que parece hecho de retazos de viejas canciones: "Como música en la música", canta. Es como si el músico hubiese perseguido en distintas formas populares un único tema: la sensación de que hubo otra vida, de que la vida está en otra parte (según la fórmula de Rimabud) y que en esta vida llevamos una máscara, un antifaz con una risa, "un rostro prestado", como se titula uno de sus discos más personales (Una faccia in prestito, 1995).

La consolidación de la carrera de Conte como compositor y cantante comienza a fines de los 70, con un álbum que llevaba su propio nombre como título y que no tuvo gran repercusión en la Italia de entonces, empalagada por el apogeo de los festivales de San Remo, del todo ajenos a la tradición de canciones napolitanas que nutren a Conte. Pero sus primeros éxitos han sido muy conocidos hasta para el público rioplatense a través de las interpretaciones que entre 1967 y 1978 hizo Adriano Celentano de "La coppia piú bella del mondo" (La pareja más hermosa del mundo), que Celentano cantaba con su esposa, Caterina Caselli, y la maravillosa "Azzurro" (Azul: el luminoso azul del cielo citadino en el desierto del verano).

Conte salía al ruedo a interpretar con su lijada voz sus propias canciones, como si las hablara o las contara (de hecho, sus letras son siempre un relato), pero disfrazando en cada caso la entonación de acuerdo al personaje que hablaba en la historia. El prestigioso cantante Bruno Lauzi hizo una versión del tema de Conte "Onda su onda". En la Italia de los 80 nuestro hombre fue moldeando a sus propios precursores en las figuras del difunto Giorgio Gaber y de Enzo Janacci.

EL OTRO MUNDO. La otra vida invoca al otro mundo. Y el otro mundo, para Conte, es "Sudamerica". Así se llama un tema, mezcla de rumba y de tango, del año 1983, compilado entre otros en Reveries. "El día tropical era un sudario, delante de un rascacielos, como un telón. Se gana decentemente la vida mientras espera hacerse pronto millonario. El hombre que ha venido de tan lejos tiene la genialidad de un Schiaffino, pero religiosamente corta el pan y piensa en sus estrellas uruguayas. (...) Había algo ancestral en el gesto tropical". Schiaffino es Juan Alberto, el goleador del Maracanazo.

En "Sudamérica" hay restos de otra canción de Conte de su disco Appunti di viaggio (1981), "Genova per noi", donde dice: "Con la cara un poco así, y la expresión un poco así, que traíamos antes de llegar a Génova, con la que ya no estamos bien seguros de que este lugar por el que andamos nos devore y no nos deje retornar nunca más". En este tema el que "habla" es un inmigrante interno, alguien que añora su tierra natal y, a la vez, está seducido por el puerto de Génova. En esa fascinación la patria añorada se disuelve, se convierte en la otra vida, tras el mare tenebrarum: "Génova para nosotros" —dice—, "que estamos allá en el campo y rara vez vemos el sol en la plaza, y el resto es lluvia que nos baña; Génova, decíamos, es una idea como cualquier otra".

La música de Conte es precisamente esta disolución, esta mirada que se vuelve sobre sí misma para descubrir un aura de cosa que enseña su belleza más espléndida en el momento mismo en el que emite su último fulgor. Pero también en ciertas palabras extranjeras (en español, en inglés, en francés) Conte recoge algo así como los souvenires de ese otro mundo. Noticias que no son más que un nombre, como Schiaffino, como el río Paraná, como Chick Webb o como los aires gitanos y balcánicos de muchos de sus temas.

Algún día la pregunta será cómo hacer canciones después de Conte. El maestro ya sembró su semilla en cantautores como Franco Battiato, Andrea Volpini y, sobre todo, Vinicio Capossela, acaso su más logrado acólito.

Hace 27 años Conte conoció a su esposa Egle en un tribunal, y desde entonces vive con ella en Asti: "Me gusta estar en casa con mi mujer. Vivo en el campo. Dibujo y pinto", declaró una vez. Ahora sabemos que no sólo hace eso, sino que escucha esas noticias del mundo como quien reconoce una melodía, se sienta al piano, llama a Egle y le muestra una nueva canción, un nuevo mundo. l

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