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Bioy Casares, inventor del holograma

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Hugo Burel

FINALES DE LA DÉCADA del treinta en la provincia de Buenos Aires: en una estancia del Sur, llamada Rincón Viejo, el hijo de su propietario devenido en mal administrador, entusiasta sportman y aspirante a escritor con seis libros según su parecer "pésimos" ya publicados, se aboca a la escritura de una obra que deberá redimirlo de sus pifias anteriores. Estas se habían iniciado con un volumen de cuentos titulado Prólogo, publicado a costas de su padre en 1929 con una tirada de trescientos ejemplares. El autor había incursionado también en una vasta novela inconclusa sobre un inmigrante español, en cuentos, en reflexiones de temática diversa y hasta en una comedia brevísima. A Prólogo le sucedieron: otra colección de cuentos, 17 disparos contra lo porvenir, la incomprensible y tediosa novela La nueva tormenta o la vida múltiple de Juan Ruteno; luego los cuentos de Caos, La estatua casera y Luis Greve, muerto. Para 1937, el escritor ha resuelto que Luis Greve, muerto será el último de sus libros malos.

En la molicie de la estancia familiar, aislado de la vida bulliciosa de la capital y con una idea brillante para su argumento, comienza a escribir La invención de Morel, la novela que habrá de catapultar definitivamente el destino de escritor de Adolfo Bioy Casares.

En sus memorias, Bioy ha confesado que "cuando imaginé el argumento de La Invención de Morel, tomé la decisión de que mis habituales errores no lo malograran. No sabía con claridad cuáles eran; sabía que estaban en mí y que habían estropeado mis libros; si no los identificaba, difícilmente conseguiría eliminarlos. Me pregunté qué posibles errores alentaba la vanidad (porque pensaba que de ella me venían todos los males) y me dije que nunca más volvería a escribir para los críticos y que me comprometía a olvidar para siempre la reconfortante esperanza de leer: ‘Bioy fue el primero en emplear el término... el procedimiento...’. No, no escribiría para mi renombre, sino para el libro que tenía entre manos; para su coherencia y su eficacia. Creo que esta decisión fue favorable".

Lo que Bioy no imaginó al iniciar su séptimo libro, cuya trama será, según su prologuista y amigo Jorge Luis Borges "perfecta", es que iba a describir con sobrecogedora anticipación un procedimiento fotográfico cuya invención se producirá, de manera todavía incipiente, recién diez años después, con los trabajos e investigaciones del científico húngaro Dennis Gabor, Premio Nobel de Física en 1971. Lo que Gabor desarrolló a partir de 1948 fue el sistema de fotografía conocido como holografía.

GABOR NO CONOCIÓ A MOREL. La holografía se puede describir en pocas palabras como un sistema de fotografía tridimensional, sin el uso de lentes para formar la imagen. Esta es una de las técnicas ópticas que ya se veían teóricamente posibles antes de la invención del láser, pero que no se pudieron volver realidad antes de él. Los trabajos de Gabor se iniciaron con la búsqueda de un método para mejorar la resolución y definición del microscopio electrónico, compensando por métodos ópticos las deficiencias de su imagen. Holografía viene del griego holos, que significa "completo". La base de la invención radica en la fuente de luz que incide sobre el objeto "fotografiado", de ahí que hasta la llegada del láser —sigla que deriva de la expresión inglesa "light amplification by the simulated emision of radiation" y refiere al invento del norteamericano Theodore Maiman, en 1960— la holografía no adquirió la notoriedad y utilidades que ofrece en la actualidad, que van desde la construcción de imágenes de un realismo sorprendente a la impresión de símbolos o elementos visuales sobre tarjetas de crédito para tornarlas prácticamente infalsificables. Para describirlo en palabras sencillas: la fotografía es bidimensional y plana. Un holograma es una imagen fantasmal, fascinante y luminosa que puede verse en tres dimensiones, permitiendo que giremos en torno a —por ejemplo— una silla y la veamos de frente y luego de costado en sus más mínimos detalles.

Es obvio que Gabor no había leido La invención de Morel, publicada en 1940, de la misma manera que Bioy no manejaba conocimientos científicos que le permitieran concebir el asombroso mecanismo de proyección de imágenes que desarrolló en su novela.

Dennis Gabor nació en 1900 en Budapest, Hungría. Estudió y recibió su doctorado en la Technische Hochschule en Charlottenburg, Alemania y después fue investigador de la compañía Siemens & Halske en Berlín, hasta 1933. Luego habrá de trasladarse a Inglaterra, en donde permaneció hasta su muerte, en 1981. Viajaba con frecuencia a Estados Unidos, en donde trabajó en los laboratorios de la CBS en Stanford. Seguramente el propósito investigativo de Gabor se limitó en sus comienzos a lo infinitesimal, a las posibilidades de la luz y a la mejora de las imágenes en la lente del microscopio electrónico. En su afán fundamental no tuvo éxito —mejorar las imágenes—, pero sentó las bases de un nuevo procedimiento para formarlas.

NECESIDAD DE AISLAMIENTO. Adolfo Bioy Casares nació en 1914 en Buenos Aires en el seno de una familia de estancieros por ambas ramas. Fue el hijo acomodado que paseó por varias actividades: deportista, seductor y amante maratónico, lector voraz, estanciero inevitable y por fin escritor, a la sombra permanente de su gran amigo y socio literario Jorge Luis Borges, una especie de alter ego opuesto y a la vez complementario. Autor de novelas, cuentos y ensayos y de algunos filosos ejemplos de ironía y crueldad, como el póstumo Descanso de caminantes que lo revela, además, como un maldito refinado y perverso, Bioy encarnó, hasta su muerte en 1999 un arquetipo que Elvio Gandolfo ha definido con certera economía: el "bacán melancólico".

De una cierta necesidad de aislamiento y a la vez de exotismo surge La invención de Morel y se corporiza en una aplicada redacción en la paz de los campos de Pardo. "En aquella época —dice Bioy en sus memorias, refiriéndose a unos años antes de escribir La invención— influido posiblemente por lo que dice Stuart Mill en su Autobiografía sobre el tiempo que se pierde en la vida social, yo soñaba con retirarme a un lugar solitario para leer y escribir. Influido en ese punto por Stevenson, pensé en las remotas islas del Pacífico que, años después, tendrían progenie en La invención de Morel y Plan de evasión. Una isla menos espectacular, más a mano, fue el campo de Rincón Viejo que mis padres me habían dado en arrendamiento".

Es así que Bioy retoma el tópico de la isla desierta, del hombre perseguido que huye, de la geografía hostil, del aislamiento obligatorio y del diario del protagonista que testimonia su aventura. De esa suma de lugares comunes surgirá, impecable, una narración pautada por las frases cortas, contundentes, que instalan al lector en los pies de alguien sin nombre que con creciente estupor irá descubriendo que la isla no es segura y que las construcciones misteriosas —un museo, una capilla, una pileta de natación— aparentemente abandonadas que se erigen en su parte alta, albergan a un grupo de personajes insólito, del que destacan el anfitrión tenista Morel —cuyo nombre e isla evocan al Dr. Moreau de H.G. Wells y a la isla de la Utopía de Tomás Moro— y la hierática y bella Faustine. Esas presencias que aparecen y desaparecen de manera inquietante y arbitraria, atormentan al fugitivo y a la vez lo fascinan. Descubrir su procedencia, sus propósitos y por fin la verdadera naturaleza de su esencia, obsesionará al infeliz perseguido y le conferirá una humanidad conmovedora y patética.

Al ritmo musical de Valencia y Té para dos, una historia de amor imposible se desarrollará entre el autor del diario y Faustine, ambientada en la contemplación de ocasos sobre el mar y silenciosa incomunicación. Cuando el protagonista descubra la naturaleza de lo que ve —personas, vegetación, construcciones, soles y lunas— comenzará otra historia, la de la inmortalidad pergeñada por Morel.

LA INVENCIÓN DE BIOY. "Hacia 1937, cuando yo administraba el campo de Rincón Viejo, sentado en las sillas de paja, en el corredor de la casa del casco, entreví la idea de La invención de Morel. Yo creo que esa idea provino del deslumbramiento que me producía la visión del cuarto de vestir de mi madre, infinitamente repetido en las hondísimas perspectivas de las tres fases de su espejo veneciano. Borges, en "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", me hace decir que aborrezco de los espejos y la cópula... Le agradeceré siempre el hecho de ponerme en un cuento tan prodigioso, pero la verdad es que nunca tuve nada contra los espejos y la cópula. Casi diría que siempre vi los espejos como ventanas que se abren sobre aventuras fantásticas, felices por lo nítidas. La posibilidad de una máquina que lograra la reproducción artificial de un hombre, para los cinco o más sentidos que tenemos con la nitidez que el espejo reproduce las imágenes visuales, fue pues el tema esencial del libro."

Esta extensa cita condensa la génesis del proyecto y sugiere una asombrosa conclusión. Dictadas por la memoria, estas frases de Bioy pretenden recrear el origen del texto pero no reparan que en el presente y mientras él recordaba, esas imágenes ya habían sido logradas. Apenas hay una referencia hecha por el propio Bioy en una conversación con el periodista argentino Sergio López: "me han dicho que soy el inventor de la realidad virtual". En términos estrictos se equivoca de invento: para apreciar la realidad virtual se necesitan ciertos instrumentos, como cascos, lentes especiales, guantes conectados, etc. Desde comienzos de los ochenta en cualquier exposición de holografías fue posible contemplar tigres, pájaros, objetos complejos como sillas envueltas en telas arrugadas o estatuas de la Grecia clásica, instaladas en la realidad con la solidez de lo existente y verdadero y sin la mediación de sofisticados equipos que el testigo debe operar.

En La invención de Morel, Bioy describe en forma vaga máquinas que funcionan con la energía de las mareas y que son capaces de captar imágenes, grabarlas y luego reproducirlas a perpetuidad a partir de los discos en donde se fijaron. No pierde tiempo en imaginar detalles técnicos y no abunda en explicaciones pseudocientíficas. Simplemente crea un sistema tecnológico al servicio de la idea que subyace bajo la trama: la posibilidad de vivir eternamente a partir de un procedimiento artificial. Lo importante no es el cómo sino la consecuencia de ese ingenio tecnológico inventado por Morel.

En la época en que Bioy escribe esta novela, existían, por supuesto, la radiotelefonía, el cine y la televisión —en un estadio incipiente—. El concepto de "grabación" o traslado de sonidos o imágenes a una cinta o a un disco, funcionaba solo para el flujo sonoro. Las imágenes en movimiento eran captadas en la emulsión de la película, en colores o blanco y negro, y luego procesadas en el revelado para su posterior reproducción. Por tanto, las referencias que él tuvo en cuenta para la descripción del invento de Morel fueron extraídas del entorno de lo posible en ese momento. ¿A qué discos se refirió entonces en la narración, descartados los de un tocadiscos? ¿En base a qué anticipación inconsciente pudo describir, con recursos acotados al lenguaje, sin alardes teóricos y con una coherencia estética impecable, un ingenio tan sofisticado y sugestivo que duplica los seres vivos, los objetos y aún los astros? Desde el punto de vista de la literatura existía un antecedente: la novela El castillo de los Cárpatos de Julio Verne, en la cual se describe la presencia de una cantante en el castillo que desaparece misteriosamente luego de actuar. Es una mujer inexistente creada por un mecanismo de proyección que engaña a los espectadores. A esta atípica novela de Verne, Bioy nunca la mencionó entre sus lecturas.

El desarrollo de la holografía necesitó de una mejora de las fuentes de luz, de reflejos, de espejos, de subdivisión y descomposición de imágenes en planos, de coexistencia de imágenes idénticas y de ocupación de espacio por las imágenes proyectadas. Años de experimentación y aportes científicos que, a partir de Gabor, suman los nombres de Gordon Rogers, Ralph Kirkpatrick, Albert Baez, Hussein El-Sum, Adolph Lomann, Emmett N. Leith, Juris Upatnieks, N. Denisyuk o Stephen Benton por citar a los más notorios. Luz, espejos, discos, reflejos, duplicación: todo está anticipado en la novela.

En 1985 tuve la oportunidad de visitar una exposición de hologramas en París y lo primero que me vino a la mente al ver las imágenes creadas por distintos artistas —incluida una Mafalda de Quino— fue La invención de Morel, que había leído unos años antes. La ficción había anticipado a la ciencia, como muchas veces ha sucedido, pero en el logro de Bioy el mérito había sido de otra especie: describir un desarrollo tecnológico que anticipaba un futuro invento y escenificar una desoladora búsqueda de la inmortalidad.

LAS IMÁGENES PERDURABLES. Bioy cumplió cabalmente con su propósito inicial de escribir un buen libro luego de la media docena anterior de intentos fallidos. Publicada en 1940, La invención de Morel fue su primer texto trascendente, ganó al año siguiente el Premio Literario Municipal en Buenos Aires y luego fue adaptada para el cine en dos oportunidades y hasta en una representación con títeres realizada por Eva Halac en el teatro Cervantes de Buenos Aires. También inspiró el guión de El año pasado en Marienbad, escrito por Alain Robbe-Grillet para Alain Resnais en 1960. Robbe-Grillet niega esa influencia (ver recuadro) que para muchos es evidente. Acaso lo más perdurable de ese film sea la ruptura total de la lógica secuencial de su argumento y el trazado casi geométrico que tienen sus imágenes. Ello estaba presente en la descripción de los movimientos y en los dialogados de los personajes falsos de La invención de Morel.

A sesenta y tres años de su primera edición, La invención de Morel sigue manteniendo intacta su fascinación. En la relectura pueden advertirse aun ciertos titubeos del autor, empeñado en un proyecto que, como él mismo señala, lo absolviera de anteriores fracasos. Quizá hoy suene rebuscado, más que exótico, el origen venezolano del protagonista, la defensa de las teorías de Malthus sobre los peligros demográficos o una deliberada búsqueda del efecto realista que produce un diario anotado con aclaraciones del editor. Lo vigente es su trama deslumbrante y el asombroso acopio de descripciones, exactas, minuciosas, del azoramiento del protagonista y las múltiples miserias que padece antes de descubrir la verdad de lo que está viviendo. También es visionario el final: "Al hombre que, basándose en este informe, invente una máquina capaz de reunir las presencias disgregadas, haré una súplica. Búsquenos a Faustine y a mí, hágame entrar en el cielo de la conciencia de Faustine. Será un acto piadoso".

Si el mundo no es destruido antes por una guerra insensata, es probable que la ciencia y la tecnología patenten finalmente el invento de Morel, es decir, el de Bioy.

Bibliografía:

La invención de Morel, Emecé, Buenos Aires, 1953

Obras Completas, Adolfo Bioy Casares, Ensayos y Memorias, Norma, Buenos Aires, 1999

La Holografía, www.lectura.ilce.edu.mx:30007SITES/ CIENCIA/VOLUMEN 2

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