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El adiós al poeta del espacio

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Cierta vez contó que, siendo niño, solía visitar la casa de sus abuelos, contemplaba desde allí el planeta Marte y decía: "Llévenme a casa". Puede ser verdad o una invención tardía, pero finalmente Raymond Douglas Bradbury emprendió el viaje.

Murió en la noche del pasado martes en Los Angeles, a la edad de 91 años. Su salud era frágil desde hace ya bastante tiempo, y el desenlace no resulta sorprendente. El fallecimiento fue confirmado por su agente Michael Congdon. Lo sobreviven cuatro hijas, Susan Nixon, Ramona Ostergen, Bettina Karapetian y Alexandra Bradbury, y ocho nietos. Su esposa por 56 años, Susan Marguerite McClure, murió en 2003.

Con él se va el que habitualmente es considerado el mejor escritor de ciencia ficción de todos los tiempos, aunque el propio Bradbury prefería eludir la etiqueta. De hecho, alguna vez llegó a decir: "En realidad, no escribo ciencia ficción. He hecho un solo libro de ciencia ficción, y es Fahrenheit 451, basado en la realidad. El título aludía a la temperatura en que se quema el papel. Ciencia ficción es una descripción de lo real. Fantasía es la descripción de lo irreal. Por lo tanto, Crónicas marcianas no es ciencia ficción, es fantasía".

Naturalmente, muchos van a discutirle esa definición (sería mejor decir que la ciencia ficción es el departamento de la literatura fantástica que usa la ciencia como un pretexto), pero sirve para ubicar a Bradbury como un escritor que prefería no encasillarse.

Había nacido en Waukegan, Illinois, el 22 de agosto de 1920, y padeció en los años treinta, como muchos otros norteamericanos, los efectos de la Gran Depresión. Ésta lo alejó pronto de las instituciones de educación formal, que reemplazó por las bibliotecas. "No soy un egresado de la Universidad, pero soy un graduado de las bibliotecas", solía decir. Fue un ávido lector desde siempre (de Verne a Wells, de Edgar Rice Burroughs a Ernest Hemingway), un escritor aficionado y un autodidacta. Para ganarse la vida, comenzó a vender periódicos, al tiempo que empezaba a producir sus primeros relatos, que fueron publicados en diversas revistas.

Fue también uno de los primeros autores del género en ser reconocido como un "escritor serio", quizás porque tuvo la suerte de ser editado muy pronto en revistas hogareñas de gran tiraje en lugar de las publicaciones especializadas (Astounding Science Fiction, de John Campbell, puede ser el ejemplo supremo) que acogía a los Asimov, los Heinlein, los Poul Anderson o los Alfred Elton Van Vogt que fueron sus (aunque algo mayores) casi contemporáneos.

La superioridad de su imaginación y de su prosa con respecto a la mayoría de esos colegas ayudó sin duda. Es improbable que Jorge Luis Borges hubiera prologado una edición castellana de cualquiera de ellos, como lo hizo con Crónicas marcianas cuando la editó Minotauro en Buenos Aires.

Ya había publicado en 1947 un libro (Dark Carnival) que reunía algunos de sus relatos salidos previamente en revistas, pero Crónicas marcianas (1950) fue el título que realmente lo colocó en el mapa.

Siguieron otros, a veces recogiendo cuentos ya publicados antes en revistas, otras con historias originales. Tras El hombre ilustrado (1951) y Las doradas manzanas del sol (1953) siguió el salto a la novela (Fahrenheit 451, 1953) que se ubicó en la tradición de la "pesadilla futurista" practicada por Aldous Huxley (Un mundo feliz) o George Orwell (1984).

Por esa época llegó a la televisión y al cine. Algunas de sus historias aterrizaron en la pantalla chica, y dos por lo menos dieron lugar a películas de cierto despliegue. El monstruo del mar (1952) de Eugéne Lourié, demasiado libremente inspirado en el cuento La sirena, introdujo una tradición de destructivos dinosaurios resucitados que los japoneses copiarían repetidamente (especialmente en las películas de Godzilla). Llegaron de otro mundo (1953) de Jack Arnold propuso una visión humanista acerca del encuentro con una raza extraterrestre, en lugar del esquema de moda entonces acerca de que "el único extraterrestre bueno es el extraterrestre muerto" .

En 1956 colaboró con John Huston en el libreto de Moby Dick. La relación fue conflictiva y daría lugar muy posteriormente a una versión de los hechos, novelizada por Bradbury (Sombras verdes, ballena blanca, 1992) que por cierto no deja muy bien parado a Huston. En el siguiente medio siglo continuó desplegando su imaginación a veces inquietante, su prosa impregnada de resonancias poéticas y su visión desencantada del progreso tecnológico en novelas como El vino del estío (1957) o La feria de las tinieblas (1962), escribiendo incluso una edulcorada versión de esta última para el cine que dirigió Jack Clayton.

Es cierta empero su afirmación de que nunca se ató a un género, y si "ciencia ficción" es una etiqueta que sirve para una parte de su obra, otra por lo menos debe catalogarse en efecto, más ampliamente, como "fantasía". Y un libro como La muerte es un asunto solitario (1985), que está dedicada a Dashiell Hammett, Raymond Chandler y Ross MacDonald es claramente un relato policial, aunque el personaje del joven escritor novato contiene un componente autobiográfico que se aleja del género.

Más cerca siguió escribiendo cuentos, teatro, televisión, novela y poesía, dejando en cada uno de sus trabajos la marca de un estilo reconocible y personal. Adiós, Ray. En Marte (o más arriba) te están esperando.

TRES CULMINACIONES

Crónicas marcianas

1950

El primer libro de Bradbury que realmente llamó la atención de la crítica y el público. Una deslumbrante colección de relatos cortos, más o menos hilvanados, que cuentan en clave más lírica que épica la colonización de Marte, el destino de la Tierra, el imposible encuentro de dos especies. Una de las historias ("La tercera expedición") figura en varias encuestas como uno de los diez mejores cuentos del siglo XX.

El hombre ilustrado

1951

Dieciocho cuentos unidos por un vago hilo (los tatuajes en el cuerpo de un hombre misterioso, que cobran vida ante los ojos de un testigo impresionado). El pretexto para reunirlos no importa mucho, pero cada uno de ellos es una pequeña obra maestra. La prosa poética de Bradbury en el mejor de sus niveles, revelando un regustado dominio del lenguaje y una temprana madurez que el autor reiteraría en su abundante carrera posterior.

Fahrenheit 451

1953

La temperatura a la que arde el papel. Una distopía en la que los bomberos no apagan incendios sino que queman libros, herramienta peligrosa que hace que la gente piense. Tal vez el libro más ambicioso y comprometido de Bradbury. ¿El mejor? A discutir, aunque el escritor así parecía creerlo. Dejó instrucciones para que en la lápida de la tumba en el Westwood Central Memorial Park que lo espera dijera: "Autor de `Fahrenheit 451`".

Las ideas como una diversión

Siempre hubo algo de "niño grande" en Ray Douglas Bradbury. Sus propias preferencias literarias (curiosamente, o no, no tan lejanas de las de un Stephen King) lo delatan: Mark Twain, Dickens, Verne, Wells, Burroughs (Edgar Rice, no William). Si hubiera vivido en el Río de la Plata habría disfrutado como nadie la colección Robin Hood. Estaban todos.

Se definía a sí mismo como "el escritor de una idea", para distinguirse del erudito o el académico. "Me divierten las ideas", explicaba. "No soy una persona seria, y no me gusta la gente seria. No me veo a mí mismo como un filósofo. Eso es terriblemente aburrido".

Y agregaba: "Lo que quiero divertir, a mí y a los demás".

Las variadas imágenes de un talento fuera de lo común

Hay rasgos extremadamente contradictorios en la personalidad de Bradbury. El ciudadano podía ser un conservador que rezongaba en las conferencias de prensa contra homosexuales, negros y otra gente que, según él, estaban fastidiando a los Estados Unidos. El escritor podía en cambio redactar textos poderosos y convincentes contra las amenazas autoritarias (Fahrenheit es acaso el ejemplo paradigmático) o la intolerancia contra los diferentes (tantos cuentos con personajes "distintos" y discriminados).

Su actitud ante la ciencia es reveladora: amenaza por un lado (generando en él una nostalgia por el pasado, lo natural, lo rural); herramienta de descubrimiento que permite ir más allá, internarse en terrenos nuevos y desconocidos.

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