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Hayek, la libertad como bandera

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HERNÁN BONILLA

El 23 de marzo se conmemoró el vigésimo aniversario del fallecimiento de Friedrich Hayek, el más formidable filósofo político del siglo XX. Pocos casos como el suyo demuestran el sesgo de nuestra cultura dominante, ya que su obra conocida y leída en todo el mundo como clásicos del pensamiento, es olímpicamente ignorada en Uruguay. Creo entonces que vale la pena recordarlo, porque sus ideas tienen una vigencia extraordinaria.

Hayek nació en 1899 y murió en 1992, casi un siglo que le permitió ver el surgimiento y la caída de dos sistemas que condenó desde sus comienzos, el nazismo y el comunismo. Si bien sus primeras obras fueron sobre temas específicos de economía, logró su primer éxito editorial en 1944 con Camino de Servidumbre, un libro llamado a hacer época y que aún se reedita permanentemente. Su centro era denunciar las consecuencias no deseadas de la intervención del estado en la economía. Para él era evidente que ninguna persona bienintencionada podía estar de acuerdo con Hitler, Mussolini o Stalin, pero en cambio si con las de Keynes, en su apogeo por entonces.

Hayek explicó y predijo que el keynesianismo llevaría al estancamiento a las economías occidentales por varias razones que luego la historia confirmaría. Quizá su mayor aporte no haya sido esa crítica en sí misma sino una explicación brillante del funcionamiento del mercado, algo muy complejo porque requiere del hombre una dosis de humildad de la que no siempre disponemos.

Aceptar que un orden espontáneo conduce a mejores resultados que un plan de ingeniería social no es tan evidente. Hayek explicó que así como el lenguaje es consecuencia de la acción pero no del designio de los hombres, lo mismo pasaba con las instituciones. Nuestra concepción de Estado de Derecho y el propio mercado es el resultado de prueba y error a lo largo de la historia. Esa descentralización en la toma de decisiones que permite la interacción libre y voluntaria de las personas en forma coordinada para producir resultados inalcanzables e inimaginables por comité o comisión gubernamental alguna, es lo que explica el progreso de la humanidad.

Pero aceptar el liberalismo clásico implica que la gente libremente toma mejores decisiones que las que el gobierno pretende tomar por ellos. De allí que Hayek retoma la tradición cuasi olvidada hacia mediados del siglo XX de David Hume o Adam Smith para llevarla a una profundidad y contundencia nunca antes alcanzada. Luego de Camino de Servidumbre, Hayek se concentró en la filosofía política y en desarrollar mejor la explicación de cómo el keynesianismo y los gobiernos que lo aplicaban, por mejores intenciones que tuvieran, llevaban a las economías al fracaso y a los ciudadanos a perder Libertad. Su obra cumbre es Derecho, Legislación y Libertad, y la última, casi un resumen de sus principales preocupaciones, es La Fatal Arrogancia, de 1988.

Luego de décadas de olvido y penurias económicas, Hayek fue redescubierto en los setenta cuando el desplome del estatismo necesitó una alternativa. Recibió el Premio Nobel de Economía en 1974 y fue ampliamente reconocido como un gigante del pensamiento. Para aquel convencido o por convencerse de que la gran batalla de las ideas es y será siempre por la libertad, su lectura es imprescindible, hoy, como hace veinte años.

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