MATÍAS CASTRO

Ayer apuntaba cómo los proyectos discográficos de muchas celebridades caen en el olvido en poco tiempo. Comparaba los casos de Jessica Cirio (viejo) y Luciana Salazar (nuevo), quienes han tenido sus incursiones en la música pop, cada una a su modo. La segunda ya lo había hecho hace un par de años con una canción espantosa que solamente justificó su difusión por la fama de la "cantante" y el hecho de que más o menos acompañaba el estilo sexy de ella.

¿Por qué despiertan interés estos emprendimientos musicales? Ciertamente la respuesta no tiene que ver con que puedan cambiar los parámetros de la música ni revolucionar la forma de componer o de interpretar. La premisa punk de que cualquiera puede hacer música cobra con ellas (y, en realidad, con muchas otras figuras famosas, no seamos injustos) un nuevo significado. En su caso, ellas, al igual que pasó con Jessica y Ashley Simpson y Kelly Osbourne en Estados Unidos, cumplen con el requisito de ser famosas antes de meterse a cantar. Esto les abre a los productores que las respaldan una gran cantidad de puertas, les asegura publicidad y también cierta expectativa. Ahí está la respuesta a la pregunta del comienzo del párrafo.

Si Luciana Salazar dice que quiere sacar un disco (y ya se ha escuchado algo por televisión esta semana) será altamente probable que lo que haga sea tan espantoso como difundido. Ella, como decía ayer, hará una continuación de lo que ya hacía en el mundo del teatro, al pararse sobre un escenario y convertirse en el centro de atención. El público recibirá una variante porque se va a entretener con lo que ella haga. El negocio se mantiene, pero con forma de disco.

Estas son más bien generalidades sobre el asunto de algunos divos que quieren cantar. No es exactamente una valoración musical sobre lo que hacen sino un comentario desde el lugar de un espectador que busca entretenimiento. Que es lo que ellas intentan dar.