EL MERCURIO | ERNESTO GARRATT
En el París de su juventud, Juliette Binoche, con 18 años, tiene un sueño grande, tanto que lo cree imposible: ser actriz de cine. Cierto que ha estudiado actuación y montado obras, pero es una idea que suena a inalcanzable.
En la realidad de la muy joven Juliette Binoche, reina la falta de ayuda y hay escasez de dinero, pese a que su trabajo consiste (todos los días, de ocho a seis, en agotadoras jornadas) en tocar cientos de francos. En los días en que Juliette Binoche no era aún la estrella de Copia certificada, Juliette Binoche era una cajera "de una gran multitienda".
A sus actuales e indescifrables 47 años (parece de 30), la segunda actriz francesa en ganar un Oscar recuerda sus poco conocidos orígenes para establecer un punto importante: que sigue siendo la misma mujer idealista de sus inicios y que, premios más, premios menos, no se ha vendido al sistema. O, por lo menos, al imperio de Hollywood. "Era un trabajo duro el de cajera. Ser actriz, actor, es algo durísimo en un comienzo, y si no fuera por el apoyo de mi primer novio, un amante italiano que tuve, hubiera sido muy complicado. Compré una contestadora telefónica para conseguir algún trabajo y así llegué a entrar en conversaciones con Jean Luc-Godard".
Ese fue el momento de desembarcar en el cine, en la película de 1985 de Godard Yo te saludo María, y comenzar una ejemplar carrera al lado de los directores más talentosos y coherentes del siglo XX: Krzysztof Kieslowski (Blue), Anthony Minghella (El paciente inglés) o el último en su lista, el iraní Abbas Kiarostami en Copia certificada. Y renunció a una vida de salario fijo y bonos de fin de año y festivos patrios y vacaciones pagadas. Y ese ha sido el mecanismo que ha repetido en su vida laboral una y otra vez. Apostar por lo impredecible, siguiendo su instinto antes que el cálculo de las ganancias finales.
"Mi sueño siempre fue trabajar con grandes directores. No me interesa Hollywood ni ser más rica o más famosa, sino que siempre para mí se ha tratado de trabajar con directores con los que voy a poder explorar y arriesgar y Abbas Kiarostami es uno de ellos".
En Copia certificada, la primera colaboración entre el director iraní Abbas Kiarostami y la francesa, la historia fluye natural sobre un tema tan universal como el romance entre un hombre y una mujer. Binoche es Elle, la dueña de una galería de arte en Toscana y el barítono inglés William Shimell, en su debut como actor, es James Miller, un escritor que da una charla sobre su última obra, que discute sobre si la copia de una obra de arte tiene tanto valor como su original. A partir de esa premisa, con ribetes intelectuales, la película copia cimientos de películas como Viaje a Italia, de Roberto Rossellini y Antes del atardecer, de Richard Linklater, al usar larguísimos diálogos como sustento de un romance.
Copia certificada muestra a una Binoche en su madurez actoral, con una impresionante labor que la hace viajar por un vértigo de emociones sin perder la brújula. Risas, dolor, amor instantáneo. "Para mí esto fue casi como hacer una comedia", dice risueña, aunque el serio director afirma que esto es un drama-drama. "Cada uno puede pensar lo que quiera ¿no? Para mí fue muy divertido y me hizo reír mucho porque fue ver el modo en que juegan hombres y mujeres el juego de la seducción. Si lo ves desde afuera, se ve un poco ridículo todo ese comportamiento (...) Y ese es el modo en que me veo a mí misma y me hace reír".
Es que su personaje es una mujer que se lo juega todo por un amor instantáneo, sin preámbulos. Dice que así es en la vida. Recuerda cuando era joven, 18 años, y hacía un taller de canto gregoriano en París y su profesor, un italiano que le enseñó unas cuantas expresiones en ese idioma, se transformó en su primer amor. "Un clásico, la alumna con el maestro". Ese hombre le ayudó a confiar en sus aptitudes de actriz, como también la han ayudado otros hombres en su vida y que la prensa rosa se ha encargado de anotar: el director Leos Carax, los actores Olivier Martinez, Daniel Day Lewis y hasta hace un par de años, el guionista y cineasta argentino Santiago Amigorena.
Juliette Binoche sufrió como una Magdalena en el rodaje de la cinta de 1991 Los amantes de Pont-Neuf, de su novio de entonces Leos Carax. "Quise renunciar a la actuación", dice, "actuar era demasiado difícil para mí". Entonces encontró algo refrescante en su vida. La pintura, una de sus grandes vocaciones, ya estaba allí, porque de hecho algunos cuadros que se ven en Los amantes de Pont-Neuf, son obra suya. Además, recurrió a un viejo maestro de teatro para encontrar un reencantamiento con su oficio.
Juliette Binoche habla desde una entrañable horizontalidad. Tiene un trato sencillo, sin soberbias de por medio. De hecho, cuando ganó el Oscar a la mejor actriz secundaria por El paciente inglés, buscó a Lauren Bacall, la legendaria actriz que todos daban por ganadora, para entregarle la estatuilla durante la ceremonia de los Oscar. "No la pude hallar así que hice un gran esfuerzo para quedarme con el Oscar".
Tras ganar el premio de la Academia, las ofertas llovieron, pero ella miró directo a Francia: "Mi primer instinto fue trabajar con directores franceses" y así lo hizo. Pero el hecho de ser exitosa le acarreó muchos problemas, cuenta. "En una familia cuando eres la exitosa no siempre es fácil ser aceptada". Pero encontró la solución: "Me liberé de esta culpa porque me iba bien y ahora trabajo con las personas sin pensar en las consecuencias".
Compleja, diáfana, simple, inabarcable. Binoche mira hacia el Mediterráneo y hace una pausa. "Mi vida es el cine. Así es mi vida". Una línea perfecta para una toma perfecta en su vida.
Variados intereses
Sobre la pintura, Juliette Binoche aclara que en los últimos meses está ocupada con una técnica: la tinta. "Hice una exhibición que viajó con una retrospectiva de mis films por muchos países", cuenta. Hizo una gira con su "showdance", que nació de su afición al baile. La actriz también es conocida por apoyar causas políticas y sociales. En Cannes lloró por el cineasta Jafar Panahi y apoya la campaña por los derechos de los indocumentados en Francia.
La trayectoria de un verdadero maestro del cine
Nacido en Teherán en 1940 Abbas Kiarostami es probablemente el más internacional de los grandes directores iraníes, y acaso el que más ha empujado los límites del cine como herramienta expresiva.
Kiarostami estudió Bellas Artes en la Universidad de Teherán, trabajó como diseñador gráfico y después ingresó en el Centro para el Desarrollo Intelectural de Niños y Jóvenes Adultos, creado por la emperatriz Farah Diba, donde se ocupó de la sección de cinematografía. Allí comenzó su carrera de cineasta con el cortometraje El pan y la calle.
Tras realizar sus primeros y a menudo magistrales largometrajes como La casa de mi amigo (1987); Primer plano (1990); La vida continúa (1992) y A través de los olivos (1994) obtuvo su definitiva consagración internacional con la Palma de Oro del Festival de Cannes de 1997 por El sabor de las cerezas. Luego vinieron films como El viento nos llevará (1999); ABC África (2001); Ten (2002) y Five ( 2004), por la que obtenido más de setenta premios.
Kiarostami ha participado también en instalaciones museísticas y exposiciones fotográficas. En 2006, con motivo de la exposición Correspondencias: Víctor Erice y Abbas Kiarostami presentó instalaciones como Durmientes (2001), Mirando el Ta`ziye (2004) y Bosque sin hojas (2005).
En 2006 Ediciones del Oriente y del Mediterráneo publicó, en edición bilingüe, su poemario Compañero del viento, traducido por Clara Janés y Ahmad Taherí (Madrid, 2006). En 2008 fue homenajeado en el III Festival Internacional de Cine Documental MiradasDoc de Guía de Isora (Tenerife). Copia certificada chocó con la censura iraní.