Publicidad

Plagios: copiando lo que no deberían

Compartir esta noticia

JORGE ABBONDANZA

Hubo un escándalo en Inglaterra y otro en Alemania, los dos por la misma razón. En Londres descubrieron que un hijo de Gadafi, llamado Saif al-Islam, había cometido plagio en su tesis para obtener el doctorado en la London School of Economics, donde estudió entre 2003 y 2008. El hecho fue denunciado a través de la BBC, le costó al acusado su título y hasta provocó la renuncia de un director de la institución. Se supone que el texto de Saif al-Islam fue redactado por un "ghost writer" o escritor fantasma, como se denomina a quienes escriben para que otro firme al pie. Era lo único que faltaba para descalabrar al régimen de Libia, porque el joven Gadafi aparecía como posible sucesor de su padre. Con semejante foja, y con las bombas sobre Trípoli, no es probable que reciba esa herencia política.

El escándalo en Alemania también se relaciona con un plagio, pero fue más resonante. Porque el implicado era ministro de Defensa en el gabinete de Angela Merkel y debió renunciar cuando un diario reveló que también había plagiado su tesis de doctorado en la Universidad de Bayreuth. Se trata del barón Karl-Theodor Zu Guttenberg, un noble millonario de 39 años, casado con la tataranieta de Otto von Bismarck, que tiene estampa de galán y era el político más popular del gobierno alemán, con un 75% de apoyo de la gente. Cuando trascendió su estafa universitaria, Guttenberg comenzó por negarla, luego admitió "errores en la inserción de notas" y terminó doblegándose ante lo abrumador de las pruebas, reconociendo sus "graves errores" y pidiendo "disculpas a quienes ofendí". A esa altura ya no era doctor ni ministro.

Según el diccionario, un plagio consiste en "copiar obras ajenas dándolas como propias". Ese delito cultural de apropiación puede obedecer al afán de lucimiento, a la incapacidad para decir algo como lo dice otro, a una falta de autoestima que recubre la mediocridad propia con el brillo ajeno, al oportunismo para otorgar a un texto la calidad que le falta o a un trastorno de identidad por el que un autor pretende parecer quien no es. Alguno de esos factores puede influir asimismo en las falsificaciones (de pintura, por ejemplo) donde se adultera un estilo famoso para alcanzar un rendimiento económico mediante el engaño.

El plagio de un texto tiene móviles más intrincados. Sin ir más lejos, hasta en la crítica cinematográfica local se recuerdan algunos episodios al respecto, vinculados con películas como Romeo y Julieta de Renato Castellani (1955), Cabaret de Bob Fosse (1972) o La vida y nada más de Bertrand Tavernier (1989). Son actos de debilidad originados en la admiración por un material ajeno y quizás en la pereza intelectual de ahorrarse el trabajo que ya se tomó otro, pero también en la tentación de apoderamiento de un modelo. Se trata en todo caso de un mimetismo tramposo, cuyo resultado es un fraude capaz de arruinar a gente tan empenachada como un heredero libio y un ministro alemán.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad