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Razones para festejar un fracaso

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Primó la cordura. Eso es lo primero que cabe señalar tras el fracaso de la propuesta del presidente Mujica para que Venezuela ingrese como miembro pleno del Mercosur, aun cuando el Parlamento paraguayo no ha dado su imprescindible voto para tal incorporación.

Se trata de un inapelable fiasco de la cancillería uruguaya, que se empleó a fondo retorciendo de manera indigna la letra y el espíritu de los tratados que regulan el agonizante proceso de integración regional, con tal de lograr su objetivo. Pero, por una vez, un fracaso que significa una victoria a largo plazo para los intereses del Uruguay y los uruguayos.

Aquí la cuestión no es un agravio a Venezuela, ni una oposición cerrada a su ingreso al Mercosur. Ni siquiera un cuestionamiento a su presidente Hugo Chávez o la golpeada democracia que gobierna. Quienes han querido ver eso detrás de las advertencias sobre el impacto negativo de su inclusión en el bloque en estas circunstancias, o están cegados por la ideología o por su ignorancia.

Habrá quienes cuestionen las formas del gobierno de Chávez, su manera de relacionarse con el mundo, o la real vigencia del estado de Derecho en Venezuela. Pero pocos podrán discutir el respaldo popular del mandatario caribeño, reflejado en un sinnúmero de elecciones y plebiscitos. En una región con sistemas tan endebles, eso parece alcanzar y sobrar para superar la "cláusula democrática" del Mercosur. Tampoco se trata de despreciar el impacto que el ingreso de un país de las dimensiones y riqueza de Venezuela pueda tener en el bloque regional a largo plazo. Se sabe que los hombres pasan y los estados quedan, y en algún momento el pueblo venezolano se cansará del mesianismo conflictivo de su circunstancial mandatario.

El tema de fondo es el respeto a las normas que los propios países del Mercosur han construido para encauzar su relacionamiento. Unas normas que, si bien pueden tener aspectos discutibles y mejorables, son como son. Y que un país pequeño como Uruguay, cuya historia y supervivencia siempre han estado atadas al respeto de la ley, sea el que inste a violarlas, es inaceptable.

En los últimos 20 años nuestro país se ha cansado de recibir bofetadas en el Mercosur. Ha sufrido bloqueos de fronteras, trabas comerciales ilegales, injerencias en su política interna, sentencias favorables que nadie hace cumplir. En ese panorama, la única arma ha sido apelar al sistema legal vigente, como forma de hacer oír y respetar una voz que, sólo por su tamaño, nadie alcanzaría a escuchar. Eso es lo que estuvimos dispuestos a sacrificar.

Y no se trata, como suele decir con la soberbia típica de la ignorancia nuestro actual mandatario, de que esa institucionalidad pueda ser moneda de cambio para recibir alguna migaja en beneficios comerciales o turísticos. La ausencia de institucionalidad impacta en el día a día de la gente. Y si no que observe el ejemplo de la emblemática empresa uruguaya que había logrado un importante perfil exportador vendiendo bicicletas a la región, y que por trabas ilegales se debió reconvertir y hoy, gracias al espíritu emprendedor de sus propietarios, es una exitosa importadora de electrodomésticos. Pero ¿es ese el perfil "productivo" que se quiere para el Uruguay?

Hay algo que este triste episodio con final feliz vuelve a dejar en claro. El lamentable papel que viene jugando en la administración Mujica la cancillería. Pocas veces en la historia se habrá visto a esa secretaría de Estado, en otros tiempos manejada por figuras estelares de la política continental, resignarse a un papel tan bajo, tan antinacional.

Desde el episodio de la ley de Caducidad y su patético manejo en los foros internacionales, o en el tema de la plataforma continental, o en el sectarismo con el que maneja su política interna, o ahora en la forma como ha diligenciado el problema de la flota pesquera. Todas las decisiones se toman no con una visión de país a largo plazo, sino en función de complacer a alguna potencia clase B del entorno, o a las raquíticas visiones internacionalistas de los burócratas que anidan en el Palacio Santos. Las relaciones exteriores de un país, particularmente de uno pequeño, son un elemento fundamental para su futuro, y deberían ser manejadas en forma profesional, con amplitud de miras, y sabiendo que se está representando a toda la Nación. Y no solo al grupito de improvisadores a quienes se debe el cargo.

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