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La borrosa omnipresencia de José Rondeau

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Luciano Alvarez

Hay protagonistas sigilosos que dejan su huella en la Historia. Son individuos astutos, pacientes y discretos -las eminencias grises- que ejercen su influencia detrás de los grandes personajes u organizaciones. En el extremo opuesto están quienes deslumbran con su presencia, protagonizan su tiempo y luego se apagan hasta perderse en las papeleras de la Historia.

José Rondeau, que vivió 71 años, entre 1773 y 1844, no encaja en ninguno de estos caracteres, pero merecería un lugar en la rara categoría de los protagonistas de omnipresencia borrosa. Me excuso por la expresión, seguramente pretenciosa, pero es la única que se me ocurre y espero justificarla. Durante casi cuarenta años participó -con cierta nombradía- de todos los eventos políticos y militares del Río de la Plata, sin olvidar la guerra contra Napoleón en España.

Nació en Buenos Aires, pero su familia se radicó en Montevideo cuando tenía 17 años. Era capitán del Regimiento de Blandengues durante las Invasiones Inglesas; cayó prisionero y fue enviado a Londres hasta 1808 cuando Gran Bretaña devolvió a España a todos los capturados en Montevideo, para combatir a los franceses. En 1810 fue destinado a Montevideo junto a otros 30 oficiales, pero desertó y pasó a Buenos Aires. La Junta revolucionaria de mayo le nombró jefe de operaciones en la Provincia Oriental. De los años siguientes, son bien conocidos sus enfrentamientos con Artigas, a nombre del gobierno de Buenos Aires.

Desde entonces tendría tan-tos cargos como fracasos. En su autobiografía escribe: "En el curso de mi carrera he obtenido cinco despachos de general de ejércitos de operaciones en distintas provincias y tres de comandante general de armas en diversos períodos..." También fue nombrado dos veces Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, aunque la primera (1815) fue nominal y solo por un día, puesto que no se encontraba en Buenos Aires y la segunda (1819 - 1820) terminó abruptamente luego de la breve Batalla de Cepeda, cuando se abolió su cargo y aun el gobierno nacional. Pasó ocho años en discretos puestos hasta que, en 1828 la Asamblea General Constituyente y Legislativa del recién creado Estado Oriental le ofreció el puesto de Gobernador y Capitán General Provisorio. Una vez más Rondeau respondía a su perfil político: alternativa bonachona y provisoria, puesto que su nombramiento postergaba por un tiempo las pretensiones de Rivera y Lavalleja. De algún modo podría ser considerado nuestro primer presidente, por el breve lapso de un año y cuatro meses.

Bartolomé Mitre dice que el general Rondeau era "un soldado de buena escuela". Pero lo cierto es que fue un derrotado sistemático. Nuestra Historia Patria lo recuerda como el vencedor del Cerrito (31 de diciembre de 1812), donde venció a su viejo amigo Vigodet, pero su campaña con el llamado ejército del Norte fue un rosario de desaciertos que incluye enemistarse con otro caudillo, el valiente coronel Martín Miguel de Güemes, a quien declaró traidor y desertor, y terminó con la derrota de Sipe-Sipe (noviembre de 1815), un desastre total que detuvo la revolución en las fronteras del Alto Perú.

Durante su efímero gobierno como Director general de las Provincias Unidas pretendió que José de San Martín trajera el Ejército de los Andes a luchar contra los federales y le propuso a Lecor, gobernador portugués de la Banda Oriental, que invadiera Entre Ríos y Corrientes. Pero todo terminó en Cepeda, cuando su ortodoxo planteo militar fue arrasado en diez minutos por los caudillos López y Ramírez.

El más tarde general José María Paz -oficial del ejército del Norte- escribió que "Rondeau era un perfecto caballero, adornado de virtudes y prendas estimables como hombre privado pero de ninguna aptitud para el mando militar principalmente en circunstancias difíciles". También difunde que buena parte de los oficiales le llamaban "José Bueno" o "Mamita Rondeau" y que su "insignificancia personal" iba de la mano con "una refinada hipocresía". Hubo otros que no llegaron tan lejos, Aráoz de Lamadrid, escribió que si bien era un "jefe demasiado bondadoso, y hasta condescendiente con algunos, […] mas no por eso toleraba toda clase de excesos como Paz lo da a entender a cada paso". Mitre ha insistido en que "era un hombre de juicio recto, pero sin las luces de la inspiración, de porte grave y carácter algo apático, de alma serena, reconocido por todos como un patriota abnegado y virtuoso". No es otra la versión que recogerá Juan Zorrilla de San Martín: "Rondeau era un patriota, era un animoso capitán; pero era un conductor de soldados, no un conductor de hombres. Si tuvierais que modelar su estatua, os bastaría con plasmar la de un bizarro jefe impersonal, la de un noble uniforme."

En suma, es probable que su personalidad incluyera, en dosis no precisas, todos esos rasgos que hacían de su personaje borroso y manipulable una pieza nada despreciable en el ajedrez del poder.

Rondeau pasó la última parte de su vida en Montevideo ocupando cargos en los gobiernos de Rivera y Oribe. Durante la Guerra Grande, fiel a su tradición unitaria, participó en el bando de la Defensa. Murió el 18 de noviembre de 1844. Dos días antes había llamado a su ahijado, el joven oficial de artillería Bartolomé Mitre y le entregó su espada, "Vencedora en el Cerrito y derrotada con dignidad en Sipe-Sipe", le dijo.

Fue enterrado con honores en el Panteón Nacional. En 1891 Argentina solicitó la repatriación de sus restos, pero el gobierno de Julio Herrera y Obes se negó argumentando que sus cenizas debían permanecer en el suelo al que había servido como patria propia. Es probable que la posteridad haya sido avara con José Rondeau: un pueblo de la provincia de Buenos Aires, algunas calles y avenidas en Argentina y Uruguay, apenas un retrato que no lo favorece y una brevísima bibliografía que incluye sus escuetas memorias de 59 páginas y un "boceto biográfico" de 336 escrito por Jorge A. Ferrer, publicado discretamente en 1997.

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