Publicidad

Otra reforma, otro fracaso

Compartir esta noticia

CARLOS A. MONTANER

Raúl Castro está empeñado en que el comunismo cubano sea eficiente y productivo. Sus reformas no están encaminadas a crear libertades políticas y económicas, como esperaban los más ilusos, sino a salvar el modelo socialista de economía planificada, dirigido por los sabios y bienintencionados burócratas del Partido. O sea, el mismo monstruo, pero ligeramente mutado.

Para lograr sus propósitos, Raúl ha puesto en circulación un documento titulado "Lineamientos de la política económica y social", que será el foco de las discusiones hasta llegar al VI Congreso del Partido Comunista convocado para abril. Nada de exámenes políticos de fondo. Nada de cuestionamientos esenciales al sistema dictatorial que mantiene a los cubanos en una creciente miseria. La discusión se limita al tema estrictamente económico.

Era previsible. Raúl no es un ideólogo. Ni siquiera se considera un político. Se ve como un gerente. Siempre ha percibido a su hermano como un ser superior, más inteligente que él, pero caótico, arbitrario, torpe en la elección de sus subalternos e incapaz de desarrollar planes a largo plazo. Piensa que sin Fidel no hubiera habido revolución, pero estima, como muchos cubanos, que por culpa de Fidel y de sus arrebatos anarcolocos la revolución es un desastre.

Raúl cree que él puede arreglar ese desastre. Sería su gran victoria personal. Durante toda su vida ha sido un segundón, pero ésta es su oportunidad histórica de ganarle esa batalla.

Aunque la reforma es económica, el objetivo es político. Raúl sabe que el fracaso material del gobierno es de tal magnitud que difícilmente el régimen sobreviva cuando él y Fidel no estén. Ya casi nadie cree en el sistema porque, como se le escapó a Fidel, "no funciona". Para evitar el derrumbe, hay que legitimar a la clase dominante aportando comida, vivienda, agua potable, comunicaciones, electricidad, transporte, ropa, salud, educación y un mínimo de diversión.

Pero todo eso es una fantasía. Su reforma fracasará, como ocurrió con las otras seis anteriores. Raúl cree que el sistema se salva si las empresas en poder del Estado se vuelven eficientes y rinden beneficios. Las va a operar con métodos comunistas, pero va a juzgar sus resultados con categorías del capitalismo. Eso es un disparate. Quiere que las empresas produzcan cada vez más con cada vez menos, que es la esencia de la productividad capitalista, y por eso en el plazo de dos años va a lanzar al desempleo a un millón trescientas mil personas, una cuarta parte de la fuerza laboral, incapaz de advertir que el pecado original del modelo comunista está, precisamente, en la propiedad estatal de los medios de producción y en la existencia de un poder central planificador manejado por burócratas que determinan los precios artificialmente y aplastan la creatividad y el espíritu emprendedor.

Raúl supone que el modelo comunista se basa en ideas correctas hasta ahora mal ejecutadas. Morirá sin entender que las enormes deficiencias del comunismo real son la consecuencia natural de las ideas disparatadas de Marx, Lenin y el resto de los corifeos. Ya está muy viejo para aprender nada.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad