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Sobrevivió a sismo, tsunami y a la mina

Chile. Bustos sufrió el terremoto en Talcahuano, antes de quedar a 700 metros bajo tierra

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GAZI JALIL | EL MERCURIO / GDA

Estuvo en el epicentro del terremoto de febrero y vivió el maremoto que asoló Talcahuano. El desastre lo obligó a dejar su trabajo y emigrar a Copiapó. Allí sobrevivió 70 días en la mina San José. Bustos fue testigo de las mayores tragedias de Chile.

Raúl Bustos no es minero, es técnico mecánico, con mención en hidráulica. Estudió la carrera en el Inacap y estaba trabajando en Asmar Talcahuano cuando ocurrió el terremoto del 27 de febrero. La ciudad, que ayer era un bullente puerto, quedó prácticamente en el suelo, sin mercado, sin comercio, sin electricidad, sin gas, sin agua y con cientos de casas inhabitables. El maremoto que vino después empujó decenas de barcos pesqueros a la calle, dañó gravemente el astillero y la base naval, inundó todo el plano y cortó los caminos. Al día siguiente, la imagen de Talcahuano era la del infierno y vinieron los saqueos e incendios en supermercados y hoteles, los tiroteos y el toque de queda en una ciudad que aún hoy, ocho meses después, continúa con las secuelas físicas y psicológicas del desastre.

La población Denavi Sur, ubicada a 15 minutos del centro, se salvó milagrosamente de la destrucción. Sus casas sólidas aguantaron bien el terremoto y la de Bustos apenas quedó con algunos vidrios quebrados. Carola Narváez, su mujer hace casi siete años, ejecutiva de la Isapre Consalud, venía en bus desde Santiago y no se enteró del sismo hasta que el vehículo debió tomar varios desvíos para poder entrar a la ciudad.

"Con Raúl no bajamos al puerto hasta un mes después", dice Raúl Bustos padre, retirado de las Fuerzas Armadas. "Lo que vimos era otro Talcahuano, totalmente irreconocible. Habíamos visto en la tele lo que sucedía, pero caminar por allí era otra cosa, era como si hubieran bombardeado las calles".

Bustos trabajaba en el taller de combustión interna de Asmar hace poco más de un año, pero el astillero había quedado con daños importantes. En mayo aún no había claridad sobre la situación laboral de los funcionarios. Sólo a fines de junio se acordó mantener a 2.500 trabajadores de los 3.300 que había antes del terremoto. Del resto, 400 fueron despedidos y otros 400 encontraron trabajo en otras zonas del país. Bustos fue uno de ellos.

Por esos días lo había llamado Sergio Donoso, un tío de Copiapó que trabajaba en Armamit, empresa contratista de la minera San Esteban, dueña de la mina San José. Para Bustos no era extraño el mundo de la minería. Había hecho su práctica y su tesis en la mina Los Pelambres, donde tenía que estar 20 días por 10 de descanso. En la San José le ofrecían turnos de 7 por 7, así que renunció por escrito a Asmar, tomó el nuevo trabajo y a la semana siguiente viajó a Copiapó.

En la capital de Atacama se alojaba en una pensión y en la mina su labor era la de mantener los camiones y maquinaria pesada. Su supervisor era Juan Carlos Aguilar, 49 años, oriundo de Los Lagos. Cada siete días Bustos tomaba el bus y viajaba 20 horas hasta Talcahuano para visitar a su familia. Luego volvía a Copiapó y así poco más de dos meses.

Nadie podía creerlo cuando el cinco de agosto supieron del derrumbe en la mina. Al otro día Carola Narváez estaba viajando a Copiapó. Los hijos quedaron a cargo de Silvia, la abuela materna. El padre de Bustos viajó el lunes. "Fue una inyección de alivio. Conversé con otros familiares y me decían que si los mineros estaban en el refugio, estaban bien".

Se enteró también de otras cosas. Se enteró, por ejemplo, de que su hijo no entraba nunca a la mina. Raúl Bustos se quedaba afuera reparando las máquinas, pero ese jueves fatal decidió entrar porque uno de los vehículos se había quedado en pana adentro. Así que abordó una camioneta y entró con Juan Carlos Aguilar. Ahí se desmoronó el cerro.

El mismo Bustos lo contó al diario La Estrella de Concepción: "Todo se oscureció y todos estaban como locos. Yo fui uno de los cinco que estuvo más cerca del derrumbe".

Adentro, en el encierro, Bustos luchaba por sobrevivir. "Había un grupo bien cohesionado que era el de la empresa que prestaba servicios. Nosotros éramos cinco (junto a Richard Villarroel, José Henríquez, Juan Carlos Aguilar y Juan Illanes), que andábamos para todos lados juntos, aparte que éramos todos del sur. Nos acoplamos muy bien a don Luis Urzúa y a Florencio Ávalos. Lo tomamos de la mejor manera", contó a La Estrella.

Luego vinieron las primeras señales de vida, el mensaje "Estamos bien en el refugio los 33", los abrazos, el video desde la mina, los saludos y las cartas.

Los Bustos Narváez presentaron la primera acción penal contra la minera San Esteban, pero cuando a Bustos le preguntaron esta semana si volvería a trabajar en una mina, respondió: "Uno siempre está sometido a riesgos. Pero si hay una oportunidad buena, yo no le tengo miedo a la roca. Esto pasó por el estado de la mina, aunque igual fue algo fortuito que me tocó a mí. Lo mío es la mantención y si hay que entrar a una mina, lo haré".

Bustos fue el minero número 30 en salir desde la cápsula Fénix 2. En la superficie lo recibió Carolina Narváez. Sus padres lo esperaban a pocos metros, en el hospital de campaña. Y su hermano José Guillermo vio por la tele el largo abrazo entre Bustos y Narváez. Estaba en su casa, en el sector de Penco Chico, y cayó de rodillas frente al altar que había hecho con la imagen de San Sebastián.

Hoy, mientras prepara el recibimiento de su hijo en Talcahuano y habla para que se oficie una misa de bienvenida, Raúl Bustos padre dice: "En febrero vivimos el terremoto, en marzo murió mi padre y en agosto estuve cerca de perder a mi hijo... Quiero que el 2010 se vaya rapidito".

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