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No somos suecos

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En lo que ya nadie duda es su regreso a la lid electoral, Tabaré Vázquez salió días atrás a defender la reforma de la salud impulsada en su administración y a criticar al gremio médico por su "afán de lucro". Pero por encima de eso aspecto puntual, fueron reveladoras las palabras de su ex ministra de Salud, María Julia Muñoz, quien en el mismo acto efectuó una trascendente declaración política. Según Muñoz; "los sectores de mayores ingresos tienen que ser objeto de mayor carga impositiva, si la sociedad uruguaya quiere parecerse a países como Suecia o Finlandia".

Lo que afirmó Muñoz, con el tono humilde que la caracteriza, es una verdadera definición ideológica. El objetivo que su sector político pretende para el país, es una copia del llamado "modelo escandinavo", entendido por esto un estado de bienestar exacerbado, con alta carga impositiva y primacía del Estado en la economía. Esta definición permite deducir conclusiones vitales para el futuro del debate político nacional.

La primera es que la visión política de la ex ministra está por lo menos 20 años atrasada.

Hagamos un poco de historia. Suecia fue por muchos años el paraíso utópico de la izquierda europea, y por tanto de la latinoamericana, que nunca se caracterizó por la originalidad. Esto ocurrió en el período entre la segunda guerra mundial y la década del 90, donde las políticas sociales de ese país parecían la respuesta a los desafíos del capitalismo, y a la demencia colectivista del comunismo. En ese tiempo Suecia fue rica, en 1970 era el cuarto país del mundo con mayor ingreso per capita y tenía casi pleno empleo.

Pero se trataba de un gigante con pies de barro. Las altas tasas impositivas (55% del PBI) las regulaciones laborales asfixiantes y el agobio al espíritu emprendedor comenzaron a hacer efecto. Entre 1970 y 1993 el país tuvo un crecimiento económico anémico, un fuerte aumento de la deuda pública y del desempleo.

La utopía explotó en los 90, cuando una crisis financiera llevó a los países escandinavos al borde del colapso. La reacción sueca fue sumamente ortodoxa, y en medio de cruentos procesos devaluatorios se implantó un ajuste fiscal que hubiera dado escalofríos al más neoliberal de los economistas del FMI. Se bajó el gasto público del 71 al 52% del PBI, la deuda pública del 78 al 47% del PBI. Se recortaron jubilaciones y beneficios sociales, se privatizó parte del sistema educativo y de salud, así como se desregularizó el transporte, la televisión y las telecomunicaciones (algo clave para el surgimiento de empresas como Ericsson).

Esto tuvo un claro impacto político, en Suecia el populismo ya no fue popular, y los eternos gobiernos socialdemócratas dieron paso a administraciones de centro derecha que han impulsado el crecimiento económico en base a (¡oh, el horror!) bajas de impuestos. Por ejemplo, ante la última crisis global el gobierno decidió eliminar el impuesto a la riqueza, y bajar el impuesto a las empresas del 28 al 26%. En vez de aumentar el gasto como han hecho países como España o Inglaterra, aquí se redujo, y la consecuencia es que el país ha aumentado su previsión de crecimiento para 2010 al 4,8%. Y como premio, las últimas elecciones volvieron a dar la victoria a La Alianza, una coalición de centro derecha, mientras que la socialdemocracia, que gobernó 65 de los últimos 78 años, tuvo su peor resultado desde 1921.

Pero hay algo más grave que adorar un sistema que no existe hace 20 años. Como dice el pensador sueco Johan Norberg, "decirle a otro país que imite el modelo sueco, es como decirle a una persona promedio de otro país que luzca como una supermodelo sueca". En el fondo, el gran pecado de esta visión, como lo fue en su tiempo el del batllismo, y el de tantos utópicos latinoamericanos, es pretender copiar en forma idéntica un modelo político y económico que no responde a la realidad nacional. Hay cosas como la disciplina laboral, la forma de relacionamiento social, las tradiciones y la manera de ver la vida, que son únicas de esta zona del planeta. Y pretender obviar esas particularidades es, más tarde o más temprano, una receta implacable para el fracaso.

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