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La política y su función pedagógica

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Carlos Maggi

Se habla de enseñanza y de educación. ¿Se piensa en esas funciones, cuando en la lucha partidaria se recurre a medios deleznables, contraculturales?

Exaltar la burocracia fue un pecado mortal que mató al mundo soviético. Pero en el Uruguay hubo décadas de plebiscitos sistemáticos a favor de los burócratas, que se niegan a ser controlados.

Con todo, lo más dañino fue la cursilería.

Bien se puede pensar que las sucesivas presidencias de la izquierda, cuando aciertan más, es porque están haciendo, lo que impidieron durante 30 años.

Los votantes eligen: "radical"; y se sientan a esperar el ruido. Sin embargo, se inicia el nuevo gobierno, y quedan pasmados.

Basta que un hombre honrado sea elegido para la Primera Magistratura, para que modere sus actos y sus palabras y entre a compartir la sabiduría (la prudencia) de los presidentes tradicionales.

Por supuesto, lo trágico no es esa moderación (que siempre es bienvenida) lo trágico es la huella de frustración, que el doble discurso deja instalada en la gente buena.

No terminan de entender y ese desconcierto lleva al descreimiento. Las emociones, cuando son equivocadas, pisan mal y quiebran.

Queda una predilección por lo feo, sucio, roto, pringoso, desvalido a despecho de que el 1º de marzo, el primer mandatario vaya al mejor sastre y logre ser otro.

La gente sencilla no se conforma, necesita ratificarse en lo que estuvo. Ah!... La miseria no debe avergonzar a nadie, la mugre, la fetidez, el mal gusto; lo santo es amar la indigencia, besar los harapos del prójimo.

Oh si..."La situación de calle" es una entidad respetable, nadie puede ser obligado a vivir bajo techo -sostiene Ana Olivera, desbordada por la emoción. Cuenta como una historia feliz la horrible vida de una amiga que dormía a la intemperie y comía salteado y después de muchos años de desvivirse así, consintió en recibir ayuda.

Misericordia quiere decir: miseria en el corazón. Pero se trata de sentirla para no admitirla, para rechazarla, con la impaciencia de enfrentar un mal.

Demás está decir que los cursis locales no están solos en el mundo.

¿A quién se le ocurrió el pelo peludo, cardado, trenzado a crenchas y rastas, no aptas al jabón? Eso vino del norte y nació en la posguerra 39-45.

El rencor hacia el pasado fue la última acción de la guerra mundial, cuando los muchachos ingleses se vieron sin imperio por los años 50 (remember: "Recordando con ira", "Yellow submarine"…); y se hicieron iracundos. El mundo entero vivió esa moda.

Una estética patética que se reconoce en la falta de higiene y de modales, se dé en Cabo Polonio, en las fachosas fachadas de Giannasttasio, en los viejos acampados frente al Teatro de Verano o en las familias bajo el puente de Bulevar Artigas. Son los derrotados de los años sesenta en Estados Unidos; en el 68, en París; en el 89, en Berlín. Escombros de los que tuvieron la fuerza y el talento inicial. Son los quedados del tiempo, ajenos a la ley de la gravedad (ya nada es grave para ellos o para las autoridades). Viven malhumorados y no votan. Sufrieron tantas estafas de ilusión que saben de antemano que Obama va a palidecer hasta ser un cara blanca; que Mujica se lustra las uñas; que Tabaré se hizo batllista del viejo Batlle.

La postración es idéntica en Woodstock o en la plaza Cagancha o en Valizas. No son posmodernos, son personajes de posguerra. Empezaron a decaer cuando Reagan, a mediados de los sesenta; y fueron durmiéndose dispersos por el mundo, náufragos.

Inexplicable: nada menos hippie que un taxi de Londres, nada más hippie que un taxi de Montevideo. Hay paradojas: yerba por hierba y otras yerbas. Los colores son idénticos; el desinfle, idéntico. Rechazan lo contemporáneo; sienten amor por el atraso, amor/tiguado. Y lo más importante: el desprecio que sufrieron se transforma en indiferencia para sí mismos. Los hippies actuales sea en Woodstock o en San Francisco son personajes de tablado. No tienen la menor intención de presentarse sin ofender o dar lástima. No se mueven para saludar. Hay muchas mujeres barbudas en Woodstock. Desentonar es el objetivo. No hay modestia más arrogante que la de un hippie. No tienen nada que perder… Ni ganar.

La rebeldía que es brillante en estado naciente, se marchita; o peor: se comercializa; deriva del hirsuto, a los colorinches; y a la abulia de los artesanos hippies que pasan el día frente a su alfombrita, como meditando sin pensar en nada.

Se entiende. Nunca hubo un revolcón más grande para las sucesivas camadas de jóvenes. Les llovió encima Vietnam, la muerte de Kennedy, la muerte de su hermano, la de Luther King… Fueron aplanados en medio de tantas conmociones; y demasiado pronto se hicieron esperpento de sí mismos.

Destrozada la frescura de los sesenta, el enojo se descompuso como la carne que queda al sol; fueron dos veces viejos, aquellos jóvenes desafiantes; hippies tragicómicos; jirones; el circo de las bestias tristes.

Quedaron remanentes de hippies, semihippies y retazos hippiosos en rincones distantes, a la manera de un percudido. Persisten en la calle Heights Ashbury, en San Francisco; en la plaza de Woodstock, en Nueva York; y también bajo formas diversas en la propia melancólica ciudad de Montevideo, Uruguay.

Ya no dicen: hacer el amor y no la guerra.

Ya no sueñan: "cada día falta menos". Languidecen.

Para colmo de males, sucede que entre nosotros, la izquierda debe ser exorcizada. Debe vomitar sus demonios. Marx, furioso, Engels, Lenin, Stalin, sangriento. ¿Marenales? (Sería molesto para él, que un compatriota no lo nombrara como terrible).

¿Qué queda de la izquierda y sus caballeros de la esperanza?

Sucede que nuestros presidentes saludan la noche de los comicios, sacándose la peluca de lo cursi y así cortan la cinta, para inaugurar iluminando, el mundo tal cual es.

-Señores: El Estado se degrada por su estado desanimado.

Hablo indistintamente, de la situación de calle o de la situación de burocracia; ambas son formas del sonambulismo.

¿Habrá que reformar el Estado o habrá que rehacer la gente?

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