Publicidad

La edad de oro de la TV

| La grilla de los canales se renueva desde el martes con fuertes apuestas

Compartir esta noticia
 20081014 360x250
El País

GUILLERMO ZAPIOLA

Es ya una falta de respeto llamarla "la caja boba", pero la gente es insistente. Varios programas y series inminentes o ya en el aire confirman que la televisión es un medio más inteligente e inquieto de lo que sostienen la rutina y la leyenda.

El dato viene resultando bastante obvio desde hace ya algunos años, pero el lanzamiento de algunas series y miniseries en estos días, más el comienzo de nuevas temporadas de éxitos probados de temporadas anteriores, vuelve a ponerlo sobre el tapete. El próximo martes comienza en HBO para América Latina John Adams, la miniserie que más premios Emmy ha obtenido en la historia, y que comienza el próximo martes 21. Ya se están abriendo paso series como Satisfaction, ya en cartelera, o la nueva temporada de Wire in the Blood, que empieza el 3 de noviembre. La guerra de Irak corre al fondo de la inminente Generation Kill, que se inicia el 8 de noviembre. Y el costado "risqué" asoma en Line of Beauty, drama `gay` que arranca el 5 de noviembre. Pronto reaparece también la Band of Brothers de Spielberg, quizás como anticipo de su nueva serie bélica, The Pacific.

Si alguien tuviera que llevarse a una isla desierta un ejemplo de producción audiovisual de primera línea presentado durante el 2008, la elección más sensata sería probablemente la serie de HBO En terapia de Rodrigo García. Y casi no hay día en que, haciendo `zapping`, uno no se encuentre con un capítulo de serie bien escrito, bien actuado, conceptualmente inquieto, a menudo muy crítico con respecto a su sociedad que las produce. ¿"Caja boba", dijeron?

Hay quien piensa justamente lo contrario. En una entrevista reciente el escritor español Carlos Ruiz Zafón sostuvo que si Alexandre Dumas, Shakespeare o Charles Dickens vivieran actualmente, estarían escribiendo para la televisión. Y su colega Juan José Millás pudo agregar que "las series son en el siglo XXI lo que la novela fue en el siglo XIX. Nos entregamos a ellas no porque sean entretenidas (eso es un valor añadido o una coartada), sino por la información que nos dan acerca del mundo en que vivimos".

Mientras los intelectuales se consuelan pensando que lo que se ve en televisión es planificado en los subterráneos del Pentágono para alienar a las masas, cualquier teleadicto sabe que una serie como la ya veterana Law & Order o sus dos subsidiarias (Criminal Intent, Unidad de Víctimas Especiales) proporcionan semana a semana enfoques de interés (y, afortunadamente, no siempre "políticamente correctos") sobre corrupción policial, el uso de la tortura en Irak, la inmigración ilegal, las disyuntivas entre la ley y la justicia. Para Criminal Intent alcanza tener el básico analógico (está en AXN), las otras dos requieren un esfuerzo especial (salen por Universal, en uno de los paquetes "premium"). Pero cualquiera de ellas vale, y la lista puede extenderse desde la sátira a la publicidad de Mad Men hasta la ciencia ficción de Lost.

Por supuesto, un importante porcentaje de lo que se ve en televisión es horrible, cumpliendo "la ley del diez por ciento" que dice que, en toda actividad humana, hay un diez por ciento de calidad y un noventa por ciento de mediocridad. De modo que, aunque el noventa por ciento de lo que ofrece la pantalla casera sea malo, ello no prueba nada.

O en todo caso, probaría que lo que hay que hacer es prestarle atención al diez por ciento restante. Y la proliferación de canales, la multiplicación de la oferta en cable, el imparable aumento del consumo hogareño de material audiovisual (DVD, blue-ray o lo que se invente la semana que viene) hace que ese porcentaje implique mucha cosa.

SUPERACIÓN. Han quedado muy atrás los tiempos en que un capítulo televisivo consistía en un esquemático enfrentamiento entre el Bien y el Mal. Hoy se pueden recordar con una sonrisa de nostalgia los programas de los años cincuenta como Dragnet, Patrulla de caminos o El Llanero Solitario. El universo policial se ha corrompido (The Wire), un criminal psicópata puede ser al mismo tiempo, ambiguamente, un justiciero (Dexter), e intérpretes de primera línea aceptan papeles en series importantes (Glenn Close en Damages; Sally Field en Brothers and Sisters; Cynthia Nixon o Robin Williams en apariciones especiales de Law & Order).

El ya mencionado Ruiz Zafón se ha atrevido a decir que es muy probable que Aaron Sorkin (The West Wing), David Chase (Los Soprano), Alan Ball (Six Feet Under o la inminente True Blood), David Milch y algunos más hayan estado produciendo buena parte de la mejor narrativa que se hace hoy en el mundo, y mucha de ella la hacen para HBO (sería injusto empero no reconocer el aporte de Showtime o de la británica BBC, con programas como Prime Suspect, sin ir más lejos). Contra los pesimistas, el cine (o la narración audiovisual) no ha muerto. Pero se lo puede ver sin salir de casa.

No hace falta el cine para ver cine

Peter Greenaway sostiene que el cine murió el 30 de septiembre de 1983, el día que el control remoto llegó a los hogares del mundo y la televisión se volvió interactiva. Eso es algo que el cine en salas nunca podría ser.

Más allá de que el director de El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante no sea la mejor referencia posible para opinar sobre el cine (alguien que sostiene que se trata de "un arte demasiado importante para dejarlo en manos de los meros narradores" sencillamente no es de fiar: el mejor cine lo han hecho los grandes narradores), hay algo de cierto en lo que dice. Sólo que en lugar de hablar de la muerte del cine habría que pensar mejor en su transformación.

Cuando se constata, por ejemplo, que solamente el 16 por ciento de los ingresos de la industria cinematográfica norteamericana provienen de la taquilla, y todo lo demás llega a través de los medios electrónicos (televisión, DVD y sucesores) se concluye que el cine está más vivo que nunca. Solo que la gente no lo ve en el cine. O dicho de otro modo: la gente ve más películas que nunca, pero no necesita de las salas para verlo. Es un proceso de democratización asombroso.

Un poco de humor, por favor

Hay una sola área en la que la televisión norteamericana no parece estar rindiendo a su mejor nivel: el humor. Si los años noventa constituyeron un período de culminación de la comedia televisiva (con variantes que iban de Friends a Sex and the City), la primera década del milenio no se ha comportado al mismo nivel. Si se quiere ver hoy en televisión humor inteligente hay que apelar a otra invencible veterana (y de animación): Los Simpson. La mayoría de los reemplazos son de segundo nivel.

Tres ejemplos de televisión madura

John Adams

La miniserie más premiada de la historia: 13 Em-my, es decir dos más que su más exitoso antecedente (el drama políticamente correcto y "pro-gay" de Mike Nichols "Ángeles en América"). Paul Giamatti encarna al segundo presidente de los Estados Unidos y Laura Linney es su fascinante esposa Abigail. Empieza el martes 21.

Wire in the Blood

Comienza una nueva temporada de los enigmas que debe enfrentar el psicólogo forense Tony Hill (Robin Green), en una se las mejores series de producción británica. Es típicamente "british" el énfasis en las psicologías antes que en la acción física, y la necesidad de su investigador de pelear con sus propios fantasmas interiores. Se inicia el 3 de noviembre.

Satisfaction

Un drama adulto sobre las pupilas de un prostíbulo de cierto nivel en Melbourne, Australia. Un ejemplo de serie de televisión australiana para público pensante, con personajes en tres dimensiones, cierto vigor dramático y una saludable tendencia a evitar el sensacionalismo que era el riesgo de su tema. Recién empieza a emitirse.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad