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Genocidios

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Entre las razones que tiene el Uruguay para sentirse tranquilo con su conciencia política, figura el hecho de haber sido el primer país del mundo en denunciar el genocidio que los turcos otomanos cometieron contra los armenios en el período 1915-1923. A esa altura, el enorme y descalabrado Imperio Otomano (que durante cinco siglos había gobernado Asia Menor, los Balcanes, Siria, Irak, Palestina y Egipto) se encontraba en proceso de disolución luego de haberse enrolado con Alemania y Austria en una Primera Guerra Mundial que ese bando perdió, al cabo de la cual se produjo el levantamiento nacionalista capitaneado por los Jóvenes Turcos y Mustafá Kemal. Pero en medio del gran conflicto bélico, y quizás aprovechando la turbulencia internacional de aquel momento, los otomanos "erradicaron al pueblo armenio de las tierras que había habitado durante 3.000 años", lo arrastraron a través de Siria e Irak hacia las costas del Mediterráneo y por el camino aniquilaron a buena parte de una nación que contaba con 2.200.000 personas y quedó entonces reducida a 600.000.

Esa deportación en masa acompañada de masacres, no fue sin embargo la primera calamidad genocida del siglo XX, porque desde fines de la centuria anterior el gobierno belga del Congo había emprendido una de las mayores carnicerías de la historia humana contra millones de nativos que se negaban a colaborar con la explotación de recursos naturales dispuesta por la metrópoli, encabezada en la época por el rey Leopoldo II, desastre que se prolongó hasta los primeros años del siglo XX y fue uno de los signos más tenebrosos de la presencia europea en el África colonial, que ya sufría desde siglos anteriores la otra infamia del tráfico de esclavos hacia América. Pero luego del horrible episodio del Congo se produjo la catástrofe armenia, que ahora ha cobrado nueva actualidad por la negativa del gobierno norteamericano de George W. Bush a reconocer los hechos de 1915-1923 como un genocidio. Mientras eso ocurría en Washington, el Consejo Armenio Mundial señalaba que durante décadas sólo Uruguay y Francia exhortaron a las Naciones Unidas a tratar el asunto de la matanza de ese pueblo.

Finalmente, a pesar de la negativa de Bush dedicada a no entorpecer "las sensibles relaciones geopolíticas" de su país con Turquía (que desde la creación de la República en 1923 ignora sistemáticamente el genocidio) el Congreso norteamericano aprobó una declaración que reconoce ese crimen bajo la denominación que debe tener, lo cual ha colocado en el filo de la navaja los vínculos de Estados Unidos con Turquía. Ello ocurre en momentos en que el primero mantiene su ocupación militar de Irak y la segunda invade el norte de ese país para combatir las sublevaciones de los kurdos, otra nación desprovista de territorio soberano parte de la cual se asienta en la zona oriental de Turquía. Así el gobierno de Bush se encuentra entre dos (o tres) fuegos, mientras ocho ex secretarios de Estado elevaban al Congreso una carta donde desaconsejaban -por motivos estratégicos- el reconocimiento oficial del genocidio, aunque la conducta de los parlamentarios fue en definitiva más decorosa que la de esos antiguos jerarcas.

De hecho, la masacre de los armenios y el caso previo del Congo fueron las antesalas de otros horrores similares que el impulso exterminador de ciertos regímenes desencadenó a lo largo del siglo pasado. Porque en los años 20 y 30 el estalinismo soviético provocó 20.000.000 de muertos con el enfrentamiento entre las fuerzas represivas y los campesinos, choque producido durante la colectivización forzada del agro y la posterior deportación de comunidades enteras para doblegar esa encarnizada resistencia rural. A mediados de los años 30, la impresionante cifra sería reforzada por los cientos de miles de víctimas de las purgas que Stalin emprendió contra la gente de su propio partido y la oficialidad del ejército, de cuya lealtad sospechaba en medio de una creciente paranoia.

Pero esos espantos se prolongarían luego con el holocausto nazi de 1942-1945 contra los judíos y otras minorías de los países ocupados, lapso en que sucumbieron en los campos de exterminio varios millones de inocentes, después de lo cual se produjo la inmensa mortandad desatada en la China maoísta por el disparate industrializador del Gran Salto Adelante durante los años 50 y luego la masacre de millones de habitantes de Cambodia bajo el régimen del Khmer rouge presidido por Pol Pot en la década del 70, donde pereció la mitad de la población del país. En ese panorama de aberraciones asesinas, el caso armenio ha vuelto a ocupar un primer plano.

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